El juego de las sillas

El tema del verano no fue “Diva” ni “Si me tomo una cerveza”. En Tucumán, lo que sonó fuerte fue la movida radical de Mariano Campero y Roberto Sánchez para posicionarse de cara a las elecciones de este año como trampolín para las provinciales de 2023.

Las conversaciones abundan entre radicales new age, entre los más antiguos, entre los partidos aliados a Juntos por el Cambio y entre los bussistas. La “vieja guardia”, hasta aquí, optó por el silencio ante la verborragia del intendente de Yerba Buena. No entienden cuál es su juego y no quieren entrar en él, porque lo consideran destructor. “Camperito”, en cambio, quiere ser “Camperón”. Ya no se conforma ni siquiera con ser Campero, sino con crear -según él- un nuevo arco opositor que le dispute seriamente el poder al eterno peronismo tucumano en el poder. Sueña con ser Rocky venciendo a Apollo Creed.

La estructura que supo edificar el otrora team macrista pintaba bien aceitada, con hombres potentes en algunos municipios clave y con aliados peronistas y liberales. Ese equipo perdió y, ahora, pareciera que Campero y compañía quieren su Rocky II. ¿Los mueve la necesidad o la ambición? Ambas. Por un lado, algunos “jóvenes” observan que corren el riesgo de desaparecer lentamente si continúan en el camino que ya llevó a consecutivas derrotas a los radicales de distintos colores.

Por otro, tanto Sánchez como Campero se sienten fortalecidos por sus sendas gestiones exitosas y quieren ir por más. Ninguno, además, podría ser reelecto en 2023. No parece casual que comenzaran a patear la calle. Y a sus “correligionarios”. La visita de Alfonso Prat Gay a Tucumán y su paseo por doquier con esa yunta hizo estallar a uno que otro dirigente. Varios sintieron el golpe como si fuera el de Balboa entrenando en el frigorífico. José Cano bajó el tono y pasó de cuestionar a Campero a hablar de él con palabras elogiosas.

Sin embargo, al sector radical que apoya al diputado y a la senadora Silvia Elías no les causa gracia la intención camperista de cerrar filas con Ricardo Bussi. Ni con una tortura china de cosquillas podrían lograr que sonrían con esa idea. Al menos hasta aquí.

Mientras Campero y Sánchez creen que Bussi es la solución, los más experimentados desconfían y lo señalan como al problema: no se cansan de decir que fue eternamente funcional al oficialismo peronista.

Si lo que termina sucediendo es que Sánchez-Campero-Bussi y Cía. van por un lado, Germán Alfaro por otro y lo que quede de Juntos por el Cambio por una tercera vía, el gran ganador será Juan Manzur. En Juntos por el Cambio pispean que hay algo raro en esa estrategia de los otros opositores.

El gobernador Gerardo Morales estará mañana en Tucumán. Cano lo recibirá y junto a Elías de Pérez y otros dirigentes irán a la Bella Vista de Sebastián Salazar. En el canismo afirman que no es una respuesta a la visita de Prat Gay. Morales y el diputado poseen una amistad añeja. Eso sí: aseguran que el jujeño ya avisó a la dupla Sánchez-Campero que él no apoyará ningún armado tucumano que no incluya al diputado y a la senadora. Mientras los intendentes arman estructura y buscan sumar aliados, los que bregan por reunificar Juntos por el Cambio tejen en silencio charlas y acuerdos con dirigentes diversos. Estaría muy cerca una unión con CREO, en medio de reuniones con ruralistas y con los que están a la cabeza del novel partido político.

También dialogan con Alfaro. No saben qué hará el lord mayor de la capital, pero él sabe que tiene las puertas abiertas. También que alguna versión dice que desde otro sector se podría impulsar con fuerza a Bussi para que gobierne el municipio en 2023. No parece factible que el intendente se arriesgue a ello. Las diferencias con el legislador ya son personales.

“No hay 2023 sin 2021”, gritan desde cada rincón opositor. Sin embargo, la dispersión opositora favorece al oficialismo, que camina con la vaca atada a una victoria que podría ser tan aplastante que dejaría de traste al piso a los que bailan alrededor del juego de las sillas del Congreso.

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