La final superclásica no será tan sencilla

La final superclásica no será tan sencilla

Y, de repente, el globo comenzó a pincharse. La expectativa de una nueva final de Libertadores Boca-River, River-Boca, era tal que descartaba que primero había que jugar semifinales. Muchos se regodeaban pensando en una final argentina en el Maracaná. Una segunda edición del “Brasil decime qué se siente”. Tal vez, es cierto, los rivales brasileños no parecían los cucos de años anteriores. Palmeiras venía mejor, pero hay que conceder que era difícil imaginar que un equipo casi liderado por jóvenes que un año atrás jugaban una final Sub 20 de Campeonato Paulista terminaría dando tamaña exhibición en el 3-0 del primer encuentro jugado en Avellaneda.

Con Santos parecía todo aún más claro. El ex equipo de Pelé atraviesa una crisis fenomenal que retrasó pagos salariales e impidió fichar refuerzos de peso, lo que lo obligó a recurrir a pibes de las inferiores. Pero dio el batacazo eliminando en cuartos al mucho más experimentado Gremio y, a partir de allí, el análisis fue tomando otro color. Se le plantó a Boca en la Bombonera y no se llevó el triunfo porque el VAR ignoró un penal claro y torpe de Carlos Izquierdoz. El partido , eso sí, casi que dio pena. “Ni una gota de aventura”, graficó desde España Jorge Valdano.

¿Pagaron precio River y Boca al buen Superclásico previo que jugaron ambos con casi todos sus titulares por la Copa Diego Maradona? César Menotti tenía un latiguillo: “nunca vi cansado a un equipo que va ganando 5-0”. El “Flaco” quería significar así que, a veces, el cansancio es más mental que físico. Si las cosas están saliendo bien, las piernas siempre están frescas. ¿Pero y si la situación viene mal? Acaso River sufrió contra Palmeiras un cansancio más sicológico que físico. Se alinearon en contra los planetas y cada error suyo se tradujo en gol de Palmeiras. Se equivocó Franco Armani y 0-1. Se equivocó Robert Rojas y 0-2. Y se equivocó Carrascal con su expulsión infantil y en la jugada inmediata 0-3. Luego pudo haber sido aún peor. Y River, que inició llevándose por delante a Palmeiras, terminó rogando que todo finalizara. Sin reacción. Sin atropello físico. Sin fútbol. ¿Sin piernas?

Solo porque se trata del River de Marcelo Gallardo no se da la serie por definida. Recuerdo el 3-0 de Barcelona a Liverpool en el Camp Nou por la Champions unos años atrás. Parecía serie finiquitada para Messi y los suyos. Pero Liverpool lo dio vuelta en la revancha. Liverpool concretó la hazaña en su propia cancha, es cierto. Pero, sabemos, la pandemia obliga a jugar en estadios vacíos. La condición de local influye menos. ¿Mantendrán este martes los pibes de Palmeiras la postura de veteranos que tuvieron en el Monumental? ¿O podrían desbordarse en caso de un gol tempranero de River? Una cosa quedó clara. El River de Gallardo juega mucho mejor cuando ataca. Elige atacar y tener la pelota porque, cuando le toca defenderse, sus limitaciones son más fuertes.

Boca, por lo contrario, se expone menos. Por eso pudo haberle sentado bien el empate sin goles de la ida. Pero Santos no cambiará mucho. Es menos audaz y menos técnico que Palmeiras. No tiene nada para perder. Haber llegado a semifinales es un regalo. Está más relajado. La sorpresa entonces para las semifinales de vuelta no viene justamente por el lado del fútbol. Es el Covid 19, actor inoportuno, pero no sorpresivo en el caso de Santos. Así como en la sociedad el virus volvió con fuerza, era previsible que retornara también al fútbol. La Conmebol hace lo que puede. Sucede lo mismo en otros países. Ni siquiera los JJOO de Tokio, el gran acontecimiento deportivo de 2021, tiene todavía confirmación plena a menos de 200 días del inicio. ¿Por qué la Libertadores y la Sudamericana iban a ser la excepción?

Los futbolistas fueron declarados “trabajadores esenciales” para que pudieran retomar su actividad antes que muchos otros. Distinto es con las vacunas. Todavía son insuficientes como para que los futbolistas las reciban antes que médicos y otros trabajadores que no tienen que cumplir contratos millonarios de la TV, pero que, sabemos todos, son realmente más esenciales que los jugadores.

Como sea, River y Boca quedaron más que avisados. Palmeiras y Santos también juegan. Y quieren su propia final en el Maracaná para demostrarle a Río de Janeiro, especialmente a Flamengo, que ellos, ambos paulistas, pueden ganar la Libertadores en territorio carioca. Sin la excusa del cansancio que pudo haber influido en la ida, la pelota puede quedar ahora en poder de Boca y de River. Ojalá puedan aprovecharlo. La Copa Maradona tiene nombre dorado. Pero sería consuelo pequeño.

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