La crisis y la pobreza hacen agua

La crisis y la pobreza hacen agua

Las inundaciones y la capacidad para controlarlas hablan del fracaso de muchos gobernantes a lo largo de varias décadas. Las obras por la gente no figuran en las propuestas electorales. La vicepresidenta y su poder omnímodo.

Llovió una brutalidad. El adjetivo alcanza para justificar cualquier inacción política. Y, cuando se encuentra una razón para no hacer, todo sigue igual como si nada hubiera ocurrido. Hay dos grandes razones que suelen venir bien: la crisis, que siempre tiene algo en que gastar; y la pobreza, que a menudo encuentra una necesidad que cubrir.

Es curioso cómo en distintos momentos de la historia de la humanidad tanto la crisis como la pobreza no han sido obstáculos, sino que, al contrario, han mutado en motivadores de grandes obras. ¿Quién hubiera imaginado esas pesadas pirámides en medio del desierto? ¿A quién se le hubiera ocurrido hacer un túnel en medio del mar del Norte y unir Gran Bretaña con Francia? ¿Por qué los paranaenses y los santafesinos pueden encontrarse en el túnel subfluvial desde el 13 de diciembre de 1969, hace ya medio siglo? Ningún científico hubiera podido augurar que en tan sólo un año varias vacunas estarían listas para enfrentar el coronavirus.

La naturaleza es impiadosa y hace lo que quiere. Tampoco discrimina. A veces, es impulsiva y vengativa, como si no le gustara que la contradigan. Es en ese punto donde entra a tallar el hombre. La inteligencia unida a la planificación son capaces de hacerle entender a la naturaleza que se puede convivir. Sólo hace falta que dialoguen y que se respeten. Eso pudo rescatarse ayer de la crónica escrita en el edición impresa de LA GACETA por el periodista Martín Soto.

En Tucumán las tormentas siempre sorprenden. Ya debería ser hora de que escuchen a los científicos, que no sólo avisan cuando ocurrirán, sino que también advierten de sus riesgos. En esta provincia las grandes lluvias no inspiran como las de Macondo que llevaron a Gabriel García Márquez a escribir “Cien años de Soledad”. Sirven para que los políticos se peleen y se echen culpas. Todo hasta la próxima tormenta, cuando la historia vuelve a empezar. Opositores y oficialistas (sean del partido que fueren) terminan peleándose en vez de trabajar por el tucumano en forma conjunta. Pareciera que el hombre es capaz de dialogar con la naturaleza, pero no con sus congéneres. Ahí es donde aprendemos que a Tucumán, desde hace 50 años por lo menos nunca llegaron los estadistas. Faltaron a la cita.

En los últimos años, los ciudadanos han sido testigos de reuniones cumbres entre los principales políticos de turno para sugerir (y después olvidarse) que el coronavirus era algo que se debía afrontar en forma conjunta; para pedir plata; para destruir argumentos; para quejarse de la prensa; para organizar ententes políticos para la próxima movida electoral y hasta para violar las normas preestablecidas como puede ser el contacto estrecho que no podían hacer los comunes, pero sí las autoridades. Imaginar una reunión para planificar una obra que termine para siempre con las inundaciones, sin que importe quién la inaugure, es sólo eso un producto de la imaginación.

El poder de Cristina

A veces refrescar la memoria con relación a los hechos del pasado reciente ayudan a echar luz sobre el presente. Cuando otorgó a Alberto Fernández la candidatura a Presidente selló el resultado electoral de 2019. En realidad, la ecuación fue simple: el Frente para Todos necesitaba asegurar un 45% en primera vuelta y dar por concluido el pleito. Cristina respetaba el poderío político y electoral del macrismo y todos los estudios y encuestas le daban una intención de voto que llegaba al 43%. En la memoria kirchnerista subsiste como recuerdo traumático aquella derrota en segunda vuelta por 51 a 49 que llevó a Mauricio Macri al poder en 2015.

En la elección legislativa de medio término, en 2017 –cuando Cristina fue electa senadora-, Alberto Fernández había sido el jefe de campaña de Florencio Randazzo, el ya casi olvidado ministro del Interior de cuando la actual vicepresidenta portaba la banda presidencial. Alberto comenzó a acercarse a Cristina a principios de 2018. Llevaba en un bolsillo a Felipe Solá, y, en el otro, la promesa de poder acercar a Sergio Massa. Calculadora en mano, Cristina sumó rápidamente y concluyó que con ese refuerzo superaba holgadamente el fatídico 45%.

Solo poco más de un año bastó para que se tejiera entre ambos Fernández un vínculo tan intenso que devino luego en la fórmula que le devolvió el poder al peronismo.

¿Alguien sensatamente puede creer que la viuda de Kirchner es una persona excesivamente confiada que solo pensó en ganar sin importarle demasiado la ecuación del poder y su rol en una alianza en la que ella aportó el 90% de los votos? La ingenuidad no es propiamente una de sus características. Reformulemos la pregunta: ¿alguien cree que la vicepresidenta entregaría alegremente el manejo del poder a su antiguo jefe de gabinete sin que ambos hayan hablado el tema en profundidad?

Pareciera que hay alguien que creyó eso: el gobernador Juan Manzur, que viene bregando incansablemente por el surgimiento del “albertismo”, corriente en la cual él sería una suerte de primus inter pares (el primero entre iguales) respecto de los demás gobernadores del PJ. No solo lo creyó, sino que parece que además convenció de eso a los “gordos” de la CGT y a algún intendente desprevenido del conurbano bonaerense. Eso se vio en el acto realizado en ATSA durante la campaña presidencial. Exultante, Manzur proclamaba que Alberto era el nuevo jefe del peronismo, mientras Wado de Pedro, el más político del camporismo, se esforzaba por no subir al escenario. En aquel acto ni se nombró al vicegobernador Osvaldo Jaldo, anticipo de lo que vendría luego.

Hasta aquí la estrategia de Manzur se ha demostrado inviable y eso lo hizo perder posiciones en la grilla nacional, ya que no ha hecho otra cosa sino arrojar más leña al fuego en la ya complicada relación con Cristina. Ella tuvo, en aquella campaña, un gesto con el tucumano: dejó de hacer guiños a la candidatura de José Alperovich. Eso fue posible gracias a una gestión de Alberto Fernandez, mucho antes de ser proclamado candidato a Presidente.

Paradojas de la política comarcana que no dejan de ser llamativas: quien hoy más debe anhelar que Manzur recupere proyección nacional es Osvaldo Jaldo, que piensa que así vería definitivamente despejada la cancha para acceder a la gobernación en 2023.

No debe leerse la realidad del Frente de Todos a nivel nacional como la “capitulación” de Alberto frente a Cristina. Para el actual presidente, acosado por la crisis después de haberse cerrado el peor año de la historia de la Argentina moderna, arriesgar un conflicto con su vice sería suicida.

Resulta obvio que entre ellos hay diferencias de distinto tipo: de personalidad, políticas y hasta ideológicas. Son estilos y pensamientos distintos, pero ambos lo sabían cuando sellaron su acuerdo electoral.

Para el Frente de Todos, una vez más “la madre de las batallas” de las próximas elecciones será la provincia de Buenos Aires, donde aspira a obtener un resultado que lo preserve de cualquier disgusto. Que nadie se sorprenda cuando se empiece a ver una gran concentración de recursos para Buenos Aires. Cualquier anhelo sobre una actitud federalista es tan utópico como pensar que mañana empezarán las obras para que Tucumán no se inunde.

El gobierno de Fernández no tiene margen para dar un solo paso en falso más. Ha apostado fuertemente a que a mediados de año el grueso de la población estará vacunada y el nivel de contagios haya bajado. De esa manera consideran que se habrá favorecido a la recuperación económica y el humor social. No parece que la realidad electoral en las provincias se pueda modificar notablemente, no tanto por los esfuerzos de los oficialismos sino por la desidia de una oposición aletargada que sigue buscando culpables de la derrota del lejano 2019.

La vaca y el plato vacío

La relación entre Alberto y Cristina tampoco registrará grandes alteraciones. Seguirán los vaivenes. Cristina ha optado por una actitud de contralor del gobierno. No interfirió en el armado del gabinete al comienzo del gobierno, pero cuando no le gustó la gestión, no levantó el teléfono para comentárselo al oído a Fernández, sino que públicamente crítico a “los funcionarios y funcionarias que no funcionan”. Fue suficiente para el primer recambio de gabinete. Ahora ha advertido a los “que no se animan a hacer lo que tienen que hacer” que se busquen “otro laburo”. Sólo Felipe Solá se animó a contestarle, lo que significa que es uno de los que han recibido cuestionamientos.

El año pasado un fuerte empresario que no descuida jamás su relación con el poder describió la situación del poder argentino con una metáfora gauchesca. “En el peronismo decidieron hacer un gran asado: vino Cristina y puso una vaca. Luego, de a uno vinieron los diferentes dirigentes. Uno puso un vino, otro una ensalada, no faltó el que aportó el chimichurri. Tiempo después todos están comiendo opíparamente y la que puso la vaca sólo pidió que le solucionen un problema (sus juicios) y está viendo cómo todos se llenan la panza y ella sigue con el plato vacío”. La descripción de lo que se vive dentro del oficialismo es muy acertada por lo que 2021 va a seguir mostrando tensiones en la cúpula del poder.

Calmar a la jefa

Que Buenos Aires sea el ancho de espada en el truco electoral no significa que se desatiendan los demás distritos. En general, los gobernadores oficialistas conocen ya cuales son las concesiones que van a tener que hacer en las listas. Por más debilitado que esté Manzur, no le mandarán desde Buenos Aires la lista de candidatos ya hecha, pero él sabe muy bien que el voto de senadores debe contener al menos un nombre que sea del gusto de Cristina, en reemplazo de la senadora alperovichista Beatriz Mirkin. Y, como el plato de aquella sigue vacío el gobernador tucumano también debe saber que en la nómina de diputados también deberá hacer un guiño a la jefa del Senado. Seguramente será alguien de la Cámpora local, que convive en paz con Manzur. Habrá que ver si ello será suficiente para tener contenido al kirchnerismo local, por cierto heterogéneo y disperso en numerosas agrupaciones. Uno de los que ha ocupado ese lugar ha sido el ex diputado nacional José Vitar que seguramente terminará fuera de esa estructura y tendrá que hacer realidad sus palabras. No hay que olvidar que hace tiempo que declama que una opción progresista debería enfrentar al oficialismo. También sugiere una utopía ante las millonarias estructuras electorales del poder.

Nadie puede negar que ha llovido una brutalidad. Nadie puede desconocer que el agua volverá a inundar casas, calles, caminos, campos y sueños. Todos han empezado a pergeñar sus algoritmos electorales con la ilusión de llegar. Curiosamente, en ninguna de las ecuaciones figura la variable contra el agua voraz. Nada nuevo bajo el sol. En la aritmética electoral siempre están las teorías que describen las preocupaciones de la sociedad (desocupación, corrupción, seguridad, inundaciones, etc) pero en las fórmulas sólo figuran los nombres que van a operar.

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