Series: el policial negro gana la partida

Series: el policial negro gana la partida

Marginal en sus comienzos, el género consiguió la centralidad en los andamiajes narrativos más consumidos. Los motivos del éxito y qué dice de nosotros.

Series: el policial negro gana la partida
01 Enero 2021

                                                                        Por Daniel Medina

Considerado, hasta no hace poco, como un género menor, al que siempre se lo observó con una mezcla de condescendencia y desprecio, el policial fue ganando terreno hasta ocupar, ahora, un lugar central en la propuesta de los sitios de streaming.

En los países nórdicos, se producen de manera fordista las historias de detectives que investigan asesinatos; casi de la misma manera que hace 15 años atrás se multiplicaban esas tramas con investigadores científicos. Pero el policial fue más allá. Consiguió que otros artefactos narrativos parasiten al género, que lo usen como una partitura sobre la cual improvisan otra historia.  

Observemos algunos ejemplos.

Por trece razones

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La trama de esta serie, producida por Selena Gómez, gira en torno a una estudiante de secundario que se suicida después de varios acontecimientos dolorosos y decepcionantes. La chica antes de matarse, detalla en unos casettes los motivos por los que decidió acabar con su vida.

La serie va sobre el bullying, pero monta su estructura sobre el policial cuando un estudiante escucha esos cassetes para conocer qué llevó a la joven a tomar tan drástica.

“Por trece razones” no hace nada que no hiciera antes Twin Peaks (1990), a la que se le atribuye haber dado el puntapié para la creación del actual sistema de consumo series.. Quienes han visto las películas de David Lynch ya saben que poco y nada le interesan los géneros: sus dispositivos audiovisuales engarzan secuencias oníricas, surreales. Pero parte del éxito de Twin Peaks es que Lynch logró moldear su delirio en base a la investigación de un asesinato. La serie comienza con el  hallazgo del cadáver de Laura Palmer y sigue con una estructura que después se repitió ad nauseam: llega un detective al pequeño pueblo, donde va descubriendo que todos tienen mucho para ocultar.

La estructura es típica del policial negro: un investigador arriba a un lugar, donde todos en teoría son buenas personas y a medida que charla con uno o con otro se hace evidente que hay una sociedad en descomposición. El funcionamiento es tan predecible como efectivo: el detective habla con el personaje “A”, quien tiene sospechas de “B”, el detective luego va a ver a “B”, que menciona algo del personaje “C”. Le funcionó a David Lynch; le había funcionado, antes a Umberto Eco, en su novela El nombre de la rosa.  Y le funciona a “Por treces razones”, que emplaza como espacio putrefacto el colegio secundario norteamericano.


Control Z

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Esta serie mexicana es como si Cris Morena hubiera intentando hacer una ficción de Sherlock Holmes. La trama está ambientada en el secundario y tiene como protagonista a una joven inteligente, con grandes poderes de observación y deducción, a lo Sherlock. Esta vez no hay un asesino, pero sí un malvado hacker que expone los secretos de los estudiantes. Mucho bullying y crueldad gratuita. La serie fue premiada y consumida por millones de personas y parte de su éxito se debió a que es adictiva. El género policial le otorga esa característica. Todos siguen viendo con un solo motivo: develar la incógnita, en este caso la identidad del malo. Es tan claro que ese misterio tracciona toda la serie, que la primera referencia a Control Z en Google es la pregunta “quién es el hacker en Control Z”.

El principal motivo del auge del policial negro tiene que ver con el carácter adictivo de las series. Lo más importante para atrapar al espectador es que éste necesite saber qué pasará después.

Por eso un spoiler puede causar tanto daño a una serie: si se revela el final, para qué verla. La cineasta Lucrecia Martel, cargó con dureza contra este modelo narrativo, donde todo el peso recae en la trama. La artista salteña más de una vez dijo que un spoiler no desarma una verdadera obra de arte, porque una buena película debe atrapar más por cómo está contada, que por lo que se cuenta.

Lo más interesante de Control Z es su joven detective, cuyo personaje le debe más a la serie Doctor House, que a las novelas de Arthur Conan Doyle. Lo raro es que encarna a un típico detective de policial blanco (con su fetiche de la inteligencia pura, la omnipotencia del pensamiento y la lógica imbatible), encerrado en una historia de policial negro.


El rastro que dejas

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Netflix estrenó en diciembre esta serie española, situada en el ficticio pueblo gallego de Novariz, donde va una joven profesora de Letras. A penas llega se entera que su predecesora se suicidó, pero a medida que pasan los días empieza a sospechar que alguien indujo ese suicidio o que, probablemente, la exdocente fuera asesinada. La fórmula se repite: la profesora deviene en investigadora  y absolutamente todos en el pueblo y en esa escuela son sospechosos o esconden algo macabro. La forma en que están editados los capítulos, con un notorio abuso de los flashbacks, se asemeja demasiado a “Por trece razones”.


Alias Grace

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Esta serie está basada en una novela de ficción de la escritora canadiense Margaret Atwood. Narra los asesinatos de un terrateniente y de su ama de llaves y amante, en 1843. Los sirvientes de la casa, Grace Marks y James McDermott, fueron arrestados por el crimen. El hombre terminó fue condenado a la horca; la protagonista de esta historia, a cadena perpetua.

La serie se construye en torno a entrevistas de un doctor con la joven condenada, que muestra tener fuertes trastornos psicológicos. Es a través de ella que conocemos qué pasó. Esto es lo interesante de la serie. No inventa nada (es casi una reescritura de A Sangre Fría, de Truman Capote, en clave feminista), pero su estructura es poco frecuente y lo que hace lo hace bien, algo que no todos logran. Su mayor virtud es la ambigüedad del relato, que recae en una narradora que nos puede estar mintiendo o, simplemente, puede haber percibido de otra forma “lo real”.


Big Little Lies


Series: el policial negro gana la partida

Este drama  consigue sostener, hasta el último capítulo de su primera temporada, dos incógnitas: quién es el asesino y quién es el asesinado. Eso es algo poco frecuente y difícil de conseguir; también es el gran logro de esta propuesta. Otro acierto es que en los primeros capítulos hay una puesta en escena de falso documental, que le da un tono cómico y permite conocer desde distintos ángulos la realidad de esas mamás y amas de casa, que se conocen en torno a una escuela.

Suficientes ejemplos. Podría haber más, muchos más.

Está claro que parte del nuevo apogeo del policial le ha servicio en bandeja al modelo actual de streaming una fórmula efectiva para atrapar al espectador. Las cadenas no hacen más que repetir la fórmula una y otra vez porque funcionan: en el fondo los adultos no somos muy distintos a esos niños que les piden a sus padres que les lean el mismo cuento todas las noches. Nos aferramos a lo predecible. La repetición reconforta.  

Pero hay algo que trasciende la efectividad.

Martel decía, medio en broma, medio en serio, que hay una relación entre la pandemia y las series que consumimos.

La verdad que encierra la broma es que las narrativas que elegimos consumir dicen mucho de nosotros. En estos últimos años no se impuso cualquier tipo de policial, se impuso el género negro. El policial “Blanco” tenía su fetiche por la inteligencia y el mal era una excepción, en una sociedad impoluta. El asesino era una anormalidad, no la regla, y el detective era un ser excepcional que devolvía la racionalidad al mundo encarcelando  al malvado. Hace 15 años, esa visión del mundo todavía era posible: recuerden esos higienizados laboratorios de las series CSI y todo el discurso de la policía científica. Recuerden a Dr. House.

Fue un momento en que todavía se creía que era posible arreglar el mundo. El policial negro ganó la partida porque ahora tenemos la certeza de que es toda la sociedad la que está corrupta. Las series, realizadas en distintos países, son un síntoma de una descomposición social en todos los ámbitos. Son un espejo atroz. Una muestra de nuestra pérdida de fe en nosotros mismos. Y no sólo muestran nuestro pesimismo, sino que lo retroalimentan.

La obsesión por emplazar la historia en colegios secundarios habla, en parte, del target al que apuntan las series; pero también muestran que ese espacio, otrora de inclusión y consagrado al saber, ya no puede salvar a nadie.



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