El caso "Solís", una detención que desató el rechazo, la creatividad y la lucha de un movimiento de artistas cubanos

El caso "Solís", una detención que desató el rechazo, la creatividad y la lucha de un movimiento de artistas cubanos

El Gobierno de Cuba arrestó a un grupo de manifestantes que llevaba adelante una huelga de hambre. El rol del arte y de las redes sociales.

DENIS SOLÍS. Twitter @DemoAmlat DENIS SOLÍS. Twitter @DemoAmlat

El Movimiento San Isidro, en la ciudad de la Habana, comenzó a rugir como el mar que golpea en el Malecón, y su estruendo se oye afuera de Cuba. Se trata de un grupo de artistas cubanos que reaccionó contra el gobierno por una decisión política que retrotrae a los años sesenta de inicios del castrismo, pero que a esta altura de 2020 parece un daguerrotipo olvidado en el fondo de un cajón de madera.

Todo comenzó con la detención de un rapero de apellido Solís. Fue arrestado por orden oficial del presidente Miguel Díaz Canel, un político obediente de las decisiones de Raúl Castro. Desde que murió Fidel Castro, en Cuba no vuela una mosca sin la decisión de su hermano Raúl. Cuando se llevaron al rapero a un centro de detención, sus amigos y colegas reclamaron la liberación.

Así como Gabriel García Márquez solía decir que sus armas eran solo 28 letras del abecedario, en La Habana, los raperos cargan sus cartuchos de palabras que resuenan en la isla como un oleaje del mar picado. En solidaridad con el rapero Denis Solís, un grupo de artistas pidió la liberación. Para ser escuchados se movilizaron hasta el edificio donde estaba arrestado. El gobierno empezó a inquietarse por la presencia de estos manifestantes. Entonces comenzó a prohibir como se prohibía en el siglo pasado. Prohibió que estuvieran allí, en la calle, reclamando contra una decisión oficial.

Afuera, los artistas manifestaban como lo saben hacer: cada uno con su arte. Algunos rapeaban, otros leían poemas, unos bailaban, muchos cantaban. Toda la escena en un espacio público. Ese ruido subió el volumen y se potenció gracias a las redes sociales. Retumbó en toda la isla, desde Santiago hasta Pinar del Río, pasando por Santa Clara. Inquieto, el gobierno volvió a prohibir. En adelante no podrían reunirse a las puertas del edificio para mostrar sus talentos, mientras adentro seguía detenido Solís.

El grupo resolvió quedarse encerrado en un edificio en la Habana Vieja en apoyo a Solís. Encerrados en un espacio pequeño había catorce artistas que hallaron un nuevo modo de protesta. Sus amigos y familiares les alcanzaban alimento y agua, porque ellos no iban a salir de ese encierro para conseguir comida. Debían cumplir las mismas condiciones que tiene Solís en su arresto.

El rugido de los artistas creció aún más y el gobierno volvió a sacudir sus tentáculos. Entonces prohibieron que los de afuera les acercaran alimentos y agua. Lejos de amilanarse, el movimiento San Isidro se convirtió en un puño cerrado con fuerza y dispuesto a levantar las banderas de la liberación de Solís. Como el gobierno había prohibido que les acercaran alimentos, los artistas comenzaron una huelga de hambre. Pero una huelga en serio. Ni comida, ni agua. Esto fue hace unos 10 días, cuando el ruido empezó a saltar las fronteras de Cuba, gracias a las redes sociales.

Esas herramientas fueron usadas por el Movimiento San Isidro para hacerse oír. Las primeras noticias me llegaron por mi amigo Abraham Jiménez Enoa, un reportero cubano riguroso que suele enojar al gobierno por sus crónicas que muestran la Cuba que nunca pueden ver los turistas. La detención de Solís, las protestas por su liberación, la huelga de hambre y cada paso del Movimiento San Isidro era contado por los propios protagonistas a través de sus redes sociales. Otro cubano, Carlos Manuel Álvarez, escritor notable y siempre sonriente, estaba en Nueva York, cuando tomó la decisión de sumarse al movimiento. Nos tomó por sorpresa a muchos de sus amigos, al anunciar que después de 28 horas, entre vuelos y esperas, había llegado al aeropuerto José Martí de La Habana. Carlos subió un posteo en Instagram; el mismo texto lo compartió en Facebook y luego en Twitter.

Así cada integrante del Movimiento San Isidro buscó replicar sus pasos dentro y fuera de la isla. En Buenos Aires se había muerto Diego Maradona en el mediodía del último miércoles de noviembre, mientras desde La Habana llegaban mensajes de Abraham y de Carlos. Por favor, necesitamos que miren a Cuba, decía uno de los escritos.

Carlos Manuel Álvarez bajó del avión, salió del aeropuerto José Martí y fue directo al encierro de los catorce artistas en huelga de hambre. Por supuesto que Carlos mintió sobre su paradero al entrar a Cuba. Nunca dijo que su intención era convertirse en uno más dentro del Movimiento San Isidro. Era la única manera de llegar.

Una vez adentro, Carlos Manuel Álvarez siguió haciendo lo que sabe hacer: escribir. Contó cada uno de los días del encierro. Desde afuera, Abraham Jiménez Enoa aportaba lo suyo con las mismas herramientas y aquí, en Argentina, o en cualquier parte del mundo se podía saber lo que pasaba en La Habana. Eso irritó aún más al Gobierno cubano. Las noticias estaban saltando las fronteras como mensajes arrojados en una botella al mar, pero esta vez, los mensajes llegaban al otro lado del océano.

El gobierno volvió a prohibir. Prohibió el acceso a las redes sociales. Lo bloqueó como Estados Unidos ha bloqueado por décadas a los cubanos. El gobierno bloqueó a los propios cubanos el acceso a Facebook, a Instagram, a Twitter y esa misma noche irrumpió contra la puerta donde estaban encerrados los artistas en huelga de hambre. Carlos Manuel Álvarez pudo apenas tomar una foto con su celular segundos antes de que la policía cubana le tomara los brazos como tenazas en la espalda y le bajara la cabeza con un manotazo firme a la altura de la nuca en medio de la oscuridad.

Quienes fuimos alguna vez a La Habana sabemos que la ciudad no es precisamente un lugar iluminado como cualquier capital de país. Al contrario, cuando cae el sol, las sombras se agigantan entre las calles y los edificios añejos. Todo es oscuro, pero nadie tiene miedo de caminar oyendo el mar que golpea en el malecón. La Habana debe ser una de las ciudades más seguras del mundo. Pude comprobarlo en marzo de 2016, cuando llegué unos días antes de la visita de Barack Obama y el concierto gratuito de la banda Rolling Stones. En La Habana cualquier ciudadano del mundo puede caminar y caminar de noche sin temor a que intenten arrancarte el celular de la mano en medio de la oscuridad como sí ocurre en otras capitales. Nadie osará tocarle un pelo. Sin embargo, esa ley no es la misma si un grupo de cubanos decide plantar bandera para cuestionar al gobierno.

Los llevaron detenidos. Los catorce integrantes del Movimiento San Isidro fueron llevados como delincuentes con las manos en las espaldas y la cabeza gacha en medio de la noche. Sin redes sociales no podían contar lo que estaba sucediendo. Sin teléfonos en la mano no podían replicar el atropello. Eran detenidos por haber pedido la liberación del rapero Solís, pero ese reclamo era solo la punta del iceberg, porque el Movimiento San Isidro sigue creciendo y la lucha tiene un fondo tan profundo como el mar caribe.

EN LA HABANA. Protesta de artistas frente al Ministerio de Cultura de Cuba. TWITTER DE MOVIMIENTO SAN ISIDRO. EN LA HABANA. Protesta de artistas frente al Ministerio de Cultura de Cuba. TWITTER DE MOVIMIENTO SAN ISIDRO.

Al amanecer, Abraham Jiménez Enoa pudo subir un mensaje a internet. Los detuvieron a todos. Se los llevaron. No sabemos el paradero. Nadie sabe dónde están, escribió. Lo hicieron de madrugada, después de haber bloqueado las redes sociales para que ningún cubano, en toda la isla, pudiera saber qué estaba ocurriendo.

Al leer los mensajes de Abraham desde la Habana fue como estar viendo una fotografía de los años sesenta del siglo pasado. Fue como estar viendo cuando Fidel Castro ordenó la detención de Padilla, el poeta. Eran otros tiempos, los inicios de Castro en el poder. Todavía vivía el Che Guevara. No había redes sociales, pero la noticia de Padilla llegó a los escritores latinoamericanos que empezaron a inquietarse.

En aquel tiempo, fuera de Cuba, los escritores resolvieron que debían hacer algo para ayudar a Padilla, el poeta. Julito Cortázar (Argentina), Plinio Apuleyo Mendoza (Colombia), Mario Vargas Llosa (Perú), Carlos Fuentes (México), Juan Goytisolo (España), Susan Sontag (Francia), Juan Rulfo (México), Jean-Paul Sartre (Francia), decidieron que debían escribir una carta pública para hablarle a Fidel sobre el caso Padilla. Vargas Llosa recomendó un texto moderado, que no fuera directo al hueso. “Es la primera carta y tenemos que hacerle saber a Fidel que estamos alerta”, había dicho al grupo.

Escribieron la carta y empezaron a firmar. En aquel momento no estaban reunidos en una habitación o en un espacio propio como estaban los artistas del Movimiento San Isidro, antes de que llegara la policía cubana. Tampoco había una comunicación fluida como hoy en día con videollamadas. Era todo más rudimentario. Ocurrió un imprevisto. En aquel momento, Gabriel García Márquez vivía en Nueva York, donde era corresponsal de Prensa Latina, la agencia cubana que había creado Fidel Castro al tomar el poder.

Prensa Latina era manejada por el periodista y guerrillero argentino Jorge Ricardo Masetti. Era muy amigo del Che Guevara y fue elegido para conducir la flamante agencia de noticias. Cuando Fidel Castro entraba triunfante a La Habana, había dos testigos colombianos de ese hecho histórico: García Márquez y su amigo y compadre Plinio Apuleyo Mendoza. Ambos trabajaban en Caracas, Venezuela y habían partido a La Habana para ver con sus propios ojos la rebelión de los “barbudos” encabezados por Fidel. Al tomar el poder, Castro creó la agencia de noticias; el Che recomendó a Masetti y este a su vez les propuso un nuevo empleo a García Márquez y a Plinio Apuleyo Mendoza. Sin embargo, en la redacción de la agencia había muchas internas. Un grupo de periodistas cubanos no soportaba que hubiera un argentino en la conducción y comenzaron a conspirar para sacarlo del medio. Los cubanos eran buenos para conspirar decía Plinio Mendoza, padrino del hijo mayor de García Márquez, al recodar aquellos días.

Al enterarse de esas conversaciones clandestinas, Masetti llamó a todos a una reunión. Aquí no hay lugar para conspiraciones; esta es la revolución cubana y eso está por encima de todo, gritó en medio de la gente. A partir de allí hizo algunos cambios para intentar reacomodar las piezas como en un tablero de ajedrez. Envió a García Márquez como corresponsal en Nueva York. En esa ciudad había algunos cubanos anticastristas que empezaron a amenazar a García Márquez, que vivía con su esposa Mercedes Barcha y su pequeño primer hijo, ahijado de Plinio Mendoza.

Había noches complicadas en Nueva York. Llegaban amenazas de muerte con llamadas telefónicas en horas de la madrugada. Al principio, García Márquez no le dio relevancia como una manera de proteger a su esposa y a su hijo. No quería transmitir temor en la familia. En La Habana, los cubanos de Prensa Latina presionaban para desplazar a Masetti. El periodista argentino, en tanto, confiaba en su poder por haber sido elegido por el Che Guevara y avalado por el propio Fidel Castro.

Pasó el tiempo hasta que una noche entró un mensaje por debajo de la puerta de entrada al departamento de García Márquez. Era una amenaza de muerte y sabían dónde estaba su residencia. Esa noche, el autor colombiano decidió que era el momento de dejar Nueva York en resguardo de su familia. Paralelamente llegó la noticia de que Fidel Castro había destronado a Masetti en Prensa Latina. Entonces García Márquez dijo que si no estaba Masetti él renunciaba. A su vez, Plinio Apuleyo Mendoza hizo saber que sin la presencia de su compadre García Márquez, ni Masetti él no tenía nada que hacer en ese lugar. Así se produjo una renuncia en cadena entre el grupo que respaldaba a Masetti, mientras los cubanos copaban el manejo de la agencia.

El caso Padilla estaba caliente como una brasa en la mano. Castro había ordenado los juicios públicos. Quienes no apoyaban la revolución eran considerados enemigos y así se los trataba. Afuera de Cuba, cada uno en sus lugares de residencia, Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes, Goytisolo aceleraron la redacción de la carta pública por el poeta.

Estaban decididos a hacerla pública con la firma de todos. En esos días no pudieron hallar a García Márquez para que diera su aprobación y así poder incluir su nombre en la carta. Agreguen a García Márquez –intervino aquella vez Plinio Apuleyo Mendoza-, yo sé lo que mi compadre piensa y asumo esa responsabilidad –insistió-. La carta incluyó la firma de García Márquez, aunque él no había dado su autorización.

Aquel texto fue uno de los primeros motivos de corto circuito entre el grupo de escritores. García Márquez se quejó por la inclusión de su firma sin autorización. Consideraba que esa no era la manera de actuar. García Márquez decía que fue un error hacer público el reclamo. Dijo que había que actuar de una manera más política, antes de enviar ese texto. Vargas Llosa se molestó por lo que consideró un cambio de postura política del autor colombiano. Plinio Mendoza quedó sorprendido por los argumentos de su compadre. Cortázar sintió que el grupo se debilitaba y que Fidel Castro era el hombre que dividía las aguas dentro y fuera de Cuba.

Con el tiempo, los detractores de García Márquez le achacaron esa postura más permisiva hacia Fidel Castro, de quien se convirtió en un amigo y confidente. Mientras tanto, los que defienden al escritor colombiano resaltaron que García Márquez supo utilizar esa amistad con Castro para lograr determinados objetivos como la liberación de muchos intelectuales que estaban presos en La Habana.

Padilla había sido uno de los tantos entusiastas de la revolución cubana, pero después se volvió uno de los más críticos dentro de la isla. Por haber sido un disidente, Padilla estuvo treinta y ocho días de reclusión en Villa Marista, la prisión de La Habana, hasta que fue liberado. Pero aquel incidente marcó un antes y un después en las relaciones de los intelectuales internacionales con las decisiones de Fidel Castro en Cuba.

En 1980, Padilla pudo salir de Cuba para empezar un exilio en Nueva York y después en Madrid y finalmente regresar a Estados Unidos hasta el final de sus días, el 25 de septiembre de 2000, cuando murió a los 68 años.

Ahora, en noviembre de 2020, el Movimiento San Isidro reúne a catorce “artivistas”, tal como ellos se hacen llamar, con el ímpetu de crítica de aquellos años. La lucha se da con nuevas herramientas para las comunicaciones. La convicción del movimiento está tan firme que no están dispuestos a doblar las rodillas. Después de haber liberado a los catorce, la policía volvió sus pasos sobre dos de ellos:

Uno de los últimos mensajes de Abraham Jiménez Enoa de hace siete horas (sábado 28 de noviembre, 11:42 hora argentina) dice:

Han golpeado a mucha gente que quiere entrar el Ministerio de Cultura y que lo ha logrado. La gente está perdiendo el miedo en este país. El régimen se quita la máscara y el pueblo ve sus entrañas. El operativo sigue listo. Miran para Cuba. El régimen se cansó. Este es un gobierno que no sabe de democracia, de dejar a sus ciudadanos expresarse libremente. A esta hora han comenzado a reprimir con gases a los que se quieren sumar a la protesta. Además hay un enorme cerco policial en la zona y agentes vestidos de civil.

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