Es sólo el comienzo

El relato político argentino avanza por un carril mientras la realidad retrocede por otro.

Lo dicen los acreedores internacionales que ya no quieren prestarle dinero a la Argentina, porque no es confiable, no es creíble y, por esa razón, no es previsible. En otras palabras, es imposible proyectar un futuro.

¿Quién querría invertir en un país en donde ni su presidente sabe a cuánto cotizará el dólar mañana? No el año que viene, ni siquiera el mes próximo: mañana.

¿Quién apostaría en una nación que no puede asegurar cuál será el índice de inflación dentro de 30 días? Y por consiguiente, cuánto se deberá pagar de tarifas, de impuestos, de salarios, o si podrá importar materias primas, con cepos, recontracepos y regulaciones económicas pseudocomunistas.

Siquiera si los corsets al mercado fueran realmente comunistas, probablemente habría más previsibilidad que ahora.

¿Comprar insumos con un dólar a 190 pesos (y subiendo) para después exportar bienes y servicios con un dólar a 78 pesos? Nadie es tan patriota ni tan estúpido como para montar o mantener una empresa que busca perder plata.

Así se están yendo en fila india importantes firmas a países vecinos que garantizan más certezas para la inversión privada, como Brasil, Uruguay o Chile. Naciones que también acarrean muchos conflictos pero, de nuevo, son problemas “normales”, que están dentro del marco de lo previsible.

Expulsados de Oxford

El violento divorcio entre el relato político y la realidad se manifiesta en todos los frentes. Esta semana fue confirmado por la inglesa Universidad de Oxford que eliminó a la Argentina de su mapa de estadísticas de Covid-19 porque los datos que se enviaban sobre la pandemia no eran confiables.

Y si se mide mal, se gestiona peor. El ministro de Salud, Ginés González García, admitió los errores en las estadísticas argentinas de la pandemia y no demoró en culpar a las provincias.

En Tucumán, por ejemplo, el gobierno registra 45.000 casos, mientras que el secretario Médico del Sistema Provincial de Salud, Luis Medina Ruiz, estima que el número de contagiados ronda los 200.000.

Porque a la disociación entre el discurso político y los hechos se le suma otro agravante: los mundos paralelos que se plantean dentro de la propia política, entre el oficialismo y la oposición, la Nación y las provincias, que a su vez depende de cuán alineadas están con el gobierno central, lo mismo que entre las provincias y las intendencias, con matices en el relato de acuerdo al signo político.

Todo es culpa de Macri o todo es culpa de Cristina. Y en el país de los ciegos…

“La pesada herencia” es una frase que puede ponerse en boca de los últimos diez presidentes (sin contar los cinco que se sucedieron en 11 días, en 2001). Lo mismo da, todos dijeron casi lo mismo.

Alberto Fernández cuenta, además de con Macri, con otro gran pretexto para justificar el desastre socioeconómico que es la Argentina: la pandemia.

Cuando el coronavirus pase, porque algún día pasará, los índices económicos y sociales negativos explotarán por el aire. Pronóstico en el que todos coinciden, propios y extraños.

Porque no sabremos, hasta que las aguas bajen, cuánta devastación produjo la inundación.

¿Cuántos comercios cerrados, desempleados y más pobres encontraremos enterrados en medio del barro? Nadie sabe.

Una entelequia a la deriva

En Tucumán, esta ruptura abismal entre lo fáctico y lo imaginario tiene, además del divorcio discursivo que carcome al país desde hace décadas, un agravante propio: no existe “la pesada herencia”, en tanto desde hace 21 años gobierna el mismo espacio, la misma gente.

1999: Julio Miranda-Sisto Terán (con José Alperovich como ministro de Economía).

2003: José Alperovich-Fernando Juri.

2007: José Alperovich-Juan Manzur.

2009: José Alperovich-Sergio Mansilla.

2011: José Alperovich-Regino Amado.

2015: Juan Manzur-Osvaldo Jaldo.

2019: Juan Manzur-Osvaldo Jaldo.

Si extendemos esta lista a senadores, diputados, ministros, secretarios, directores, legisladores, intendentes, jueces y fiscales (lo cual sería muy extenso) veremos que hay un centenar de nombres que se repiten año tras año y que vienen comandando los destinos de la provincia en las últimas dos décadas, con las rotaciones y saltos necesarios u obligatorios, incluso en algunos casos por los tres poderes del Estado.

Una radiografía que confirma la indivisión de poderes y cómo desde del 99 en adelante se han ido horadando las instituciones hasta casi su extinción, como ocurre hoy, donde el Estado tucumano está ausente, se ha retirado de la gestión, como demuestran una tras otra las tragedias que se suceden en esta provincia, y es casi una entelequia que sólo existe en el plano discursivo.

No hay necesidad de gobernar más que desde el relato, donde los hechos se han excluido y sepultado, porque se ha consolidado un aparato de perpetuación en el poder imbatible e inmodificable.

Primero, con un sistema electoral fraudulento que ha ido evolucionando desde los sublemas hasta los acoples, un verdadero ejército de pymes que en muchos casos, no todos, se financian con dinero público.

El fraude electoral ocurre antes de cada elección, no durante como muchos creen.

Es un sistema que no permite la alternancia democrática, perpetrado por Alperovich principalmente y aprendido al pie de la letra por el resto, que le garantiza a este espacio, con sus internas, peleas y egoísmos, una retención del poder eterna.

De este modo, el voto como herramienta de premio y castigo ha sido totalmente licuado.

Una de las primeras promesas que realizó Manzur tras asumir, luego de las escandalosas elecciones de 2015, durante una temprana visita a LA GACETA, fue que iba a reformar este sistema vergonzoso, que iba a avanzar hacia algo similar a la boleta única, y que buscaría revertir la decadencia institucional que había dejado Alperovich, a fuerza de billeterazos.

Cinco años después, no sólo nada de esto se hizo, sino que la provincia atraviesa por una de las crisis institucionales más graves de su historia democrática.

Segundo, este aparato de perpetuación es imbatible porque los tres poderes del Estado en vez de fiscalizarse, como establece el orden republicano, se protegen entre ellos.

Otra razón por la que no importan los hechos, el mérito de la gestión, la mea culpa ante los errores y los fracasos. Con el relato oficial alcanza y sobra para sostener lo imaginario.

Las denuncias por corrupción se desvanecen en días como el humo de la caña. Escándalos que atraviesan a los tres poderes, como el caso Pedicone-Leiva, pierden mérito judicial en un par de semanas, y la inseguridad, la ineficacia policial y la violencia social son sucesos inevitables, tragedias naturales, ajenas a esta “exitosa” administración.

Tucumán es una bomba de tiempo que ninguna persona de bien quiere ver explotar, pero la mecha ya está encendida y las máximas autoridades no se dan por enteradas, o dicen no estarlo.

Con 800.000 pobres y en aumento, una brecha de desigualdad que sigue creciendo, con récord histórico de homicidios y robos, peligrosos delincuentes que entran y salen de prisión cuando quieren, un sector medio y productivo en bancarrota y una clase política que vive en otro planeta, el desastre será inevitable. La pregunta es cuándo.

¿Cuánto más puede soportar una sociedad abandonada, traicionada, estafada?

El miércoles escuchamos una advertencia, sangrienta y violenta. El doceavo linchamiento de este año. Y el jueves ocurrió el 13.

No hace falta ser agorero para entender que, por este camino que la provincia transita hace 21 años, estamos viendo sólo el comienzo.

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