
ABANDERADO. Sean Connery siempre se reivindicó escocés.

La muerte de Sean Connery alcanzó a la política británica. Abanderado de la independencia de Escocia del Reino Unido, había prometido que no volvería a pisar su tierra natal mientras siguiese formando parte de esa estructura.
La jefa del Gobierno de Escocia y líder secesionista del Partido Nacional Escocés (SNP), Nicola Sturgeon, escribió en Twitter “Escocia está de luto”. “Mi corazón se rompió después de enterarme de su muerte, era uno de nuestros hijos más queridos, una leyenda mundial, pero ante todo, un orgulloso patriota -resaltó-. Los que compartimos su credo le reconocemos una deuda de gratitud”.
Connery defendía su identidad siempre que salía el tema. Incluso pidió no ser comparado con James Bond porque el personaje era inglés. “No soy inglés, nunca fui inglés y no quiero serlo nunca. ¡Soy escocés! Siempre lo seré”, sostuvo.
El ámbito local también se sacudió por la muerte del actor del mítico 007. Adela Seguí, decana de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), fue una de las que lo despidió en las redes sociales. En su homenaje, la abogada publicó una foto del intérprete en su papel como James Bond acompañada del texto: “‘El amor no puede hacer que el mundo gire, pero debo admitir que hace que el viaje valga la pena’, Sean Connery, el hombre más hermoso del cine que hoy nos dejó...”.
En Facebook los tributos tucumanos se multiplicaron, elogiando su labor en la pantalla. El director Ricardo Salim lo saludó como “excelente actor”; la bailarina Patricia Sabbag lo calificó de “toda una historia”; y el tenor Marcelo Oppedisano escribió lo que muchos piensan: “el mejor James Bond”. Ricardo Podazza, Jaime Mamaní, Beatriz Morán y muchos teatristas más sumaron su pesar, lo que habla de lo internacional de su figura.
Con más de medio siglo de carrera en la pantalla grande, Connery fue tanto un galón irresistible al cual hasta la calvicie le sentaba bien como el padre de Indiana Jones, aún más intrépido que su hijo; el esquivo escritor de “Descubriendo a Forrester” y el exterminador Zed en “Zardoz”, donde fue vestido sólo con un taparrabos rojo y ajustadas botas de cuero; el consejero de “Highlander II” (con escenas filmadas en Argentina en 1990, oportunidad aprovechada por el presidente Carlos Menem para saludarlo) y el que abraza a Ursula Andress en el debut de Bond.
Trabajó bajo las órdenes de Gus van Sant, Alfred Hitchcock, John Huston, Brian de Palma y Steven Spielberg, entre muchos otros de distintas generaciones. Por eso se ganó al público de todas las edades en sus 72 películas, varias de ellas olvidables salvo por su presencia, aunque sea por pocos minutos. Sabía, como pocos, el valor del entretenimiento.
Fumó desde los nueve años, según su testimonio; su apodo de adolescente, Big Tam, se lo ganó en una pelea en las calles de Edimburgo contra una pandilla; amaba bailar y era un excelente jugador amateur de golf, deporte que practicó hasta hace unos años y que le valió decir: “el Oscar que gané por ‘Los intocables’ fue algo maravilloso, pero puedo decir con honestidad que me hubiera gustado ganar el Abierto de Estados Unidos”.
“Tal vez no sea un buen actor, pero sería aún peor si hiciera otra cosa”, sostuvo alguna vez. Para sus fans fue el mejor.







