Vueltas de una calesita: fotografía de una lectura porque sí

Vueltas de una calesita: fotografía de una lectura porque sí

Netflix cuenta cuentos y esconde el secreto de la seducción de los cuenteros: como en los romances del siglo pasado, el capítulo termina cuando el lector lo decide y la conjura de las ficciones siempre gana la batalla del cansancio.

25 Octubre 2020

Por Rossana Nofal

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

El elogio de la nocturnidad, en mi caso, se sucede todos los días a la misma hora para instalar el cuerpo, con devoción, el preciso punto de las imágenes y los sentidos que provocan sus letras rojas. Con Netflix es imposible el zapping: toda la artillería se despliega para atrapar a los espectadores a tiempo completo y toda la historia de un tirón. La temporalidad del primer capítulo es para siempre el presente continuo de una historia sostenida en la continuidad. Duele el final y hay que considerar el trabajo del duelo hasta caer en la nueva historia.

Las series se eligen con partículas inscriptas en relatos mayores. Una moderna biblioteca de cuentos entre la tecnología de las plataformas y el carácter anacrónico de la elección. “A nadie le gusta pensar que cabe en un molde”. La quinta temporada de la serie Mad Men comienza en 1966 con el relato de una escena de violencia: unos publicistas echan agua hervida sobre un grupo de manifestantes que marchan en favor de los derechos civiles de las minorías. La lógica del capitalismo en la escala de una agencia y Avenida Madison. La vida secreta, el relato imposible, el whisky a toda hora, el humo de los cigarrillos, los bares del after office y los ajuares cosmopolitas configuran la teatralidad masculina de los personajes alrededor de Don Drapper. Las mujeres disputan su lugar en este mundo entre los moldes que las nombran: Marilyns o Jackies: Peggy, Joan, Megan y Betty organizan sus luchas cotidianas entre muchos fracasos y algunas victorias sobre la lógica del género. Don Drapper es el publicista que cuenta el cuento al final de cada capítulo; el autor completa el contexto con la canción, emblema de cierre y apertura.

Me gusta imaginar que la historia de Manhattan y sus publicistas puede comenzar en el próximo ascensor con la ficción del sí mismo y de sus otros incompletos. Juegos secretos, los trucos del as de espadas y de eso que hay entre el cero y el uno. ¿Cuál es el límite de una lectura? ¿Hasta dónde hay que ir en la interpretación de lo que se lee? Todo gran texto inscribe las condiciones de su aparición, pero, su gran sistema ficticio es, además, un dispositivo múltiple y complejo que excede la materialidad de sus coordenadas reales. Incluso instala su contradicción: el texto está dicho en nosotros, aunque no hayamos experimentado su lectura. Hablo de los relatos maestros, esos que instalan las alegorías que nos explican o las pastorales que nos constituyen. El sentido se escribe en los cabos sueltos, en lo que queda en la memoria. Las lecturas son múltiples, van dispersas y arman cadenas particulares en la trayectoria de cada lector.

Una gran máquina de la memoria

Gabriel García Márquez instala en el año 1967 una narración que habla de las estirpes condenadas al olvido. Cien años de soledad es una gran máquina de la memoria, extraordinaria maniobra para recuperar el tiempo y escribir los sentidos de las palabras en fuga. En 1975, el universo deviene en patriarca con otoño y dictaduras. Un tirano carcomido por los gallinazos vuelve falseable la evidencia de la muerte: “pues siempre había otra verdad detrás de la verdad”. (El otoño del patriarca, 47).

En la primera temporada de Mad Men, Don Drapper define la tecnología como un atractivo reluciente. Si el público tiene un vínculo sentimental con el producto, la nostalgia que se construye en el recuerdo se compromete, en raras ocasiones, con los colores de la pantalla. El nuevo proyector de diapositivas Kodak no es una nave espacial, sino una máquina del tiempo. Va hacia atrás y hacia adelante. Un lugar donde nos duele ir de nuevo, un tiempo al que deseamos regresar. No se llama la rueda. Se llama el carrusel. Nos permite viajar, como lo hace un niño dice Drapper, dar vueltas y vueltas y volver a casa.

Amélie Nothomb habla de una categoría nueva: La nostalgia feliz en donde “Todo lo que amamos se convierte en una ficción”. Sumo entonces el carrusel para organizar una vuelta a las ficciones patriarcales en el intento de imaginar una lógica más allá de lo binario. Que sea de paternidad y maternidad a la vez. Máquina de memoria con funciones diversas, intercambiables, como los instrumentos de lectura. Un dispositivo móvil para la nostalgia feliz, ese momento “en el que el recuerdo hermoso regresa a la memoria y la llena de dulzura”, abre la puerta para ir a jugar en un mundo de libros donde la casa es cuento y el cuento deviene en plataformas a distancia remota. Leer porque sí, leer sin mandatos y el puro disfrute. Leer sin nación y sin fronteras. Madrugada que se convierte en amanecer de ojos abiertos. Sin ese gesto vital y apasionado en la contraescena, el patriarcado se remplaza por su doblez: Úrsula o Bendición; Los Buendías o su patriarca de otoños y gallinazos. Quizás sea cuestión de tomar la ficción propia y salir de casa para dar vueltas en una calesita con Don Drapper.

© LA GACETA

Rossana Nofal – Doctora en Letras. Profesora de Literatura latinoamericana de la UNT.

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