Tres encuentros con García Márquez

Tres encuentros con García Márquez

La autora de esta nota, fallecida el domingo pasado, fue colaboradora de LA GACETA Literaria durante medio siglo. La homenajeamos reproduciendo uno de los grandes textos publicados en estas páginas.

LA SUTIL DIFERENCIA. “Uno no mira el mar, mira el azul”, le dijo en Mérida el autor de Cien años de soledad a la talentosa tucumana. LA SUTIL DIFERENCIA. “Uno no mira el mar, mira el azul”, le dijo en Mérida el autor de Cien años de soledad a la talentosa tucumana.
25 Octubre 2020

Por Alba Omil

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Primero

1967. Mérida. Venezuela. Universidad de Los Andes.

Fue en el marco del XIII Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana.

Metí la cuchara un par de veces en un debate, y parece que mis conceptos le interesaron a García Márquez. Lo cierto es que en el intermedio para tomar un café, se acercó y hablamos de la novela caballeresca y también del realismo mágico. Breve conversación pero intensa, como intensa era esa mirada -no dedicada a mí, por cierto- que nunca olvidaré: una manera de contemplar aquello que lo rodeaba, entre escrutadora y posesiva.

Segundo

Esa misma noche, o la siguiente, la Universidad agasajaba con una comida, a los participantes del congreso. A la hora del café y de los licores se acercó a nuestra mesa. Hablamos del Caribe: “Es una geografía -dijo- y más que eso, una manera de mirarlo. La mirada puede cambiar las cosas. Y  también el mundo (se interrumpía a veces con breves silencios). Hoy te estoy mirando a ti, pero no a esa rubia de ojos misteriosos; más allá, más adentro, más lejos. Uno no mira el mar, mira el azul; la mirada cabalga sobre el oleaje y más allá, en el misterio del oleaje. Algo así pasaba con la novela caballeresca de la que hablamos y tenemos que seguir hablando: no comparto eso de los Palmerines y de los Amadises. Bueno, parece que Cervantes  estaba de acuerdo con Tirante el Blanco”.

-Pero no con el agua de la sabia Felicia.

-Lástima: la sabia Felicia sería una mina de oro para la creación literaria

-¿Por qué no la dibujas, a tu manera, en algún cuento?

-A mi manera- dijo y se quedó mirando el aire.

Corría un vientito suave, anticipo del amanecer. La sala se iba despoblando y, a la salida, podía observarse una luna esplendorosa.

-Nos quedamos debiendo una plática, chica hermosa, dijo Gabo y se fue.

Tercero

Comienzos del siglo XXI. México D.F.

Estábamos con Lucio Piérola en el Piano Bar de un lujoso hotel del D.F. En un momento dado, Lucio me dice: -Discretamente (y conociendo el paño acentúa “discretamente”) mirá a tu derecha, tercera mesa. Doy vuelta la cabeza sin ninguna discreción. Y sí: era él. Solo, envejecido, más delgado, absorto vaya a saberse en qué pensamientos. Hago lo que no debía hacer una señora discreta y voy hacia su mesa.

-Hola

-… (mirada de “yo no soy”, entre curiosa y lejana)

-Desde hace años nos estábamos debiendo una plática…

-…

-          Mérida. 1967. XIII Congreso internacional de Literatura Iberoamericana. Luna esplendorosa.

Corto silencio. Mirada inquisidora.

-¡Chica! ¡Eres tú!  ¡La misma!

Se puso de pie. Me dio un abrazo. Intenso. Inolvidable. Era él y era otro: su aspecto, su mirada (“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Neruda dixit.)

Hablamos de México, del Caribe, de su obra en general. Y de la Eréndira en particular (le hizo una seña a Lucio para que se acercara). Pedí otra copa (una Conga, cóctel de frutas sin alcohol). Recuerdo que hablé mucho de la magia de ese libro, del difícil, extraordinario manejo de la palabra y de la sintaxis, especialmente de “El último viaje del buque fantasma”, cuento que leí infinitas veces y al que recuerdo casi fotográficamente.

- Lo leíste muchas veces. Al buque fantasma, digo.

-Muchas.

-Prosigue.

-Proseguí sin mesura, dando rienda suelta  la fascinación que me producían ese lenguaje y el mundo que creaba ese lenguaje.

-¿Podrías escribir eso que dijiste?

- No sé.

- Puedes. Escríbelo. Envíamelo.

Fue como la carta de Don Quijote a Dulcinea: nunca se escribió. Nunca se supo adónde enviarla. Hablamos, también, de Faulkner, de la magia de su prosa, de sus grises y su magisterio; de sus temas: del incesto.

- También es constante en tu obra.

- Pero no hay grises. Mi obra tiene color. Hay que gozarlo, a ese color, digo, comérselo con los ojos. Isabel es un nombre azul.

- ¿Y el total de tu obra?

Por momentos la mirada se le iba lejos, por el camino del silencio.

-El Caribe es un arco iris: el mar, el sol, el cielo, los pájaros, los loros, cada grito de pájaro tiene su color. Una loca hermosura.

La conversación seguía, cada vez con mayores silencios. Fueron atenuándose las luces del bar. Cobraron. Cerraban. Me dio un abrazo fuerte. Un beso fraternal e interminable. Le brillaban los ojos. Nos dijimos “hasta pronto”. Pero eso, creo, era un adiós definitivo. ”Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

© LA GACETA

Perfil

Alba Omil obtuvo su licenciatura en Letras en la UNT, donde luego fue profesora de Literatura española entre 1968 y 1975, y entre 1983 y 1995. Diputada provincial por la UCR durante la gobernación de Celestino Gelsi, directora de la Revista Sur en 1981-1982, directora de Ediciones del Rectorado de la UNT entre 1992 y 2006, fue autora de más de 30 libros. Cultora de diversos géneros, se especializó en microrrelatos, mitos y en la obra de escritores como Ernesto Sabato y José Hernández. Obtuvo, entre otras distinciones, la Faja de honor de la Sociedad Argentina de Escritores, el premio Diario La Nación por su ensayo sobre Leopoldo Lugones y en dos oportunidades el premio bienal de la Dirección de Cultura de Tucumán.

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