Un presidente que tercie en la puja de poder

Un presidente que tercie en la puja de poder

Es harto sabido que Manzur quiere a Alberto Fernández al frente del PJ. Busca líder. Viene motorizando la idea desde antes de la asunción del Presidente. El mismo día que asumió como gobernador sacudió al auditorio oficialista al encumbrar a ex jefe de Gabinete como el único conductor del peronismo. A 12 meses de ese discurso, el protagonismo excluyente de Cristina y las dudas del propio Alberto para aceptar semejante responsabilidad partidaria traban aquella pretensión del tucumano. ¿La intención de Manzur de encontrar un conductor del PJ es la de promover un espacio dentro del peronismo sostenido por gobernadores y dirigentes de la CGT que confronte con los planes de poder del camporismo cristinista? Indudable. La Cámpora es una expresión representativa en el Frente de Todos, orgánica, con sus propios cuadros, militantes que ejercen cargos políticos en todo el país, pero que por sobre todo tiene una referente potente y motivadora, y que a la vez es la principal figura política de la coalición gobernante: la ex presidenta. Es una agrupación política organizada y con vocación de poder que no ha desmentido, vaya por caso, la consigna “Máximo 2023”. Tiene su propio proyecto. En cambio, la central obrera y la desarticulada liga de gobernadores peronistas -hoy desmovilizada por la pandemia- no tiene un jefe en quien respaldarse para equilibrar ese tablero interno; es un grupo al que le falta el guía, ese conductor que represente sus intereses, por lo menos desde el peronismo pejotista. El que busca Manzur. Sergio Massa está en el carril central con su propio partido, expectante, mediador y equilibrista; según Fernández es el dirigente que mejor se preparó para la presidencia del país.

Buscado contrapeso interno

En ese marco tripartito es natural que haya tensiones, que por cierto son una constante en el justicialismo. Manzur apuesta por Alberto para construir ese contrapeso interno en el oficialismo que aglutine al peronismo moderado, de derecha, tradicional o como sea que se lo pueda identificar. Tal vez el Día de la Lealtad, vía Zoom, le reitere el planteo de que presida el Partido Justicialista, hoy acéfalo ya que los mandatos están vencidos. El tucumano no es cristinista, y no puede serlo porque quedó entrampado en sus palabras al renegar de la ex mandataria; tampoco es camporista -pero maneja con habilidad sus relaciones con los integrantes de esa corriente interna- y fogonea el nacimiento del albertismo. Sin embargo, le cuesta convencer a su amigo para que sea la contracara de Cristina y la enfrente en términos políticos; le dispute el poder al ser la ofensiva sectorial de la CGT y de los mandatarios peronistas que quieren terciar en el espacio con su propio referente.

Posiblemente al jefe de Estado no le agrade la propuesta porque implicaría traicionar la confianza de quien lo encumbró en la presidencia al dar un estratégico paso al costado. O porque pondría en riesgo, eventualmente, la gobernabilidad. Peligroso frente a los números de la pandemia, la crisis social y las dificultades económicas que debe afrontar. El viernes último, durante la entrega de viviendas, el Presidente habló de la necesidad de la unidad, que no es más que blanquear el deseo de que no se desgaste la coalición oficialista. Convertirse en titular del PJ sería el primer paso para liderar ese tercer espacio que no termina de alumbrar en el Frente de Todos. Ya están Cristina y sus muchachos de La Cámpora y el Frente Renovador parados y jugando sus fichas en el tablero; el gremialismo y los gobernadores se deben aún su propio conductor. Aunque empoderarlo con la presidencia del PJ viene con una contradicción: expone la debilidad política de Alberto, ya que ni siendo Presidente de la Argentina puede potenciarse frente a su mentora para terciar en la mesa de poder del frente que gobierna.

Se aliaron y se mantienen juntos por una necesidad política y electoral; porque siempre en el movimiento nacional justicialista hubo y habrá tensiones internas, adversarios a quienes doblegar o sumar. “Tenemos una ideología y una doctrina, algunos están a la derecha, otros a la izquierda; no sé cuál tiene la razón, a mí me interesa que exista un movimiento que no sea sectario ni excluyente”, decía Perón (Manual de conducción política) reconociendo el amplio abanico de simpatizantes que convivían, y conviven, en el espacio que definió como un gran movimiento social, político y cultural. Y los compañeros supieron de enfrentarse, no sólo de palabra, sino también derramando sangre para dirimir sus diferencias internas. En los 70 esas disputas terminaban en muertes que conllevaban mensajes, era el idioma que entendían. Así eran los “imberbes” que se fueron de plaza de Mayo, echados por el general, y que se enfrentaron a la dirigencia sindical sobre la que se recostó el ex presidente. Sus leales, como el metalúrgico José Ignacio Rucci, al que los montoneros asesinaron el 25 de septiembre de 1973, dos días después de que Perón ganara las históricas elecciones presidenciales. Un acto de rebeldía desafiante hacia la autoridad del viejo líder.

Al lado de aquellos capítulos sangrientos, las presentes tensiones internas en el oficialismo son juegos de niños, paños tibios, pero existen, explotan. Causalmente, hace pocos días, el apellido Rucci expuso esas diferencias, ya que un grupo de diputados peronistas que milita en el PRO le rindió un homenaje al gremialista sin obtener el acompañamiento inmediato del kirchnerismo. ¿Gesto montonero? Al margen, una buena treta opositora para dividir y sumar a peronistas descontentos al molino macrista. ¿Viejos rencores que se blanqueaban o alineamientos ideológicos que se desnudaban? Máximo Kirchner, en cambio, prefirió recordar a Agustín Tosco, un rival de Rucci en las internas cegetistas. Todo un mensaje cargado de indirectas al que reaccionó la CGT nacional, que decidió homenajear al metalúrgico asesinado el próximo 17 de octubre. Estarán juntos, pero revelan que cada lado juega con sus cartas.

Entonces, proponer a Alberto para que presida el PJ o para que conduzca al peronismo no cristinista, como pretende Manzur, es una manera de posicionarse frente al camporismo y a sus ambiciones a futuro. ¿El pasado se repite? No con la misma intensidad de los setenta, pero hay similitudes y paralelismos que algunos intentan reflotar. “Hoy nadie milita por pura pasión; todo es una lucha por el poder dentro del Gobierno”, supo decir allá por los noventa Ernesto Villanueva, ex montonero y ex funcionario de Carlos Menem, según se señala en el libro “Montoneros, soldados de Menem. ¿Soldados de Duhalde”, de Viviana Gorbato. La definición sirve para ilustrar el presente y sintetizar una lucha subterránea en el Gobierno que no sale a la luz en toda su dimensión por las conveniencias del grupo que ejerce el poder. Peronistas de aquellos años sostienen que La Cámpora pretende, como quiso Montoneros, llegar al poder, no por los mismos caminos de los dirigidos por Firmenich, Quieto y Perdía, sino jugando fuerte a la sombra de Cristina. Es su as. Y bajo la siguiente ecuación: Cristina es a Perón lo que Alberto a Cámpora, lo que mucho dice respecto de quién está en el poder y quién gobierna. Empoderar a Alberto con la cucarda del PJ iría en la línea de tratar de ponerlo en pie de igualdad con la vicepresidenta, pero hay renuencia del Presidente a adoptar ese gesto de enemistad, pese a todo lo que supo despotricar en contra de su compañera de fórmula cuando estuvo en el llano.

Tensiones disimuladas

Alberto se muestra tan leal a Cristina como lo fue el “Tío” Cámpora con el general. Le debe nada menos que ser Presidente. No es que vaya a renunciar, sino que con no ponerse al frente del PJ casi admitiría que está resignado a cumplir un papel histórico secundario, pese a ser el presidente de todos los argentinos. Como si le allanara el camino a las pretensiones políticas del camporismo cristinista. Nada de inconveniente hay en que haya agrupaciones o líneas internas en una expresión popular que quieran ponerse al frente del espacio, tanto como que existan adversarios internos que quieren disputar la hegemonía; por lo que no pueden extrañar las ambiciones de unos por consolidarse y de otros por fortalecerse como grupo de poder, léase gobernadores y cegetistas. La tensión entre ambos lados forma parte del mecanismo político interno.

¿Es una reedición de la pelea de la izquierda contra la derecha dentro del movimiento? Para algunos observadores no cabe duda que la lucha por el poder es real y que tendrá su desenlace antes del 23, sí ponen en duda que los camporistas sean una reedición de los montoneros como pretenden y por más que Néstor Kirchner haya querido rescatar el espíritu setentista durante su gestión. Algo dice el propio Firmenich al respecto: “Kirchner fue simplemente un militante de la JUP de La Plata y se fue disidente por derecha con nosotros en el ‘74, porque optó por el grupo Lealtad a Perón y nosotros planteábamos la crítica a Perón; de modo que en ningún sentido este es un gobierno montonero”. (“Firmenich”, Felipe Celesia, Pablo Waisberg).

Las preguntas que caben hacer es si Cristina alentará un recambio generacional apuntalando a sus soldados camporistas y si los que apuestan al “albertismo” tendrán éxito en su intentona por convertirse en espacio de poder adueñándose del PJ. Massa, por cierto, no quiere caer en la trampa de ser absorbido por el pejotismo, prefiere mantener su independencia partidaria y su libertad de acción en la coalición. En suma, que Manzur promueva a Alberto para conducir al peronismo debe enmarcarse en un proyecto más ambicioso: el de contrarrestar políticamente a Cristina y a sus muchachos y generar una propia alternativa de poder, tal vez con el tucumano pensando en su propio futuro para dentro de tres años, cuando concluya su segundo mandato constitucional, hoy sin posibilidad de ser reelecto. Por cierto, aunque haya camporistas que no simpaticen con el PJ, como Cristina, también están los que quieren incorporarse a la estructura partidaria. ¿Peronistas o infiltrados? Hay tensiones, son reales, pero el 17 quedarán disimuladas para mostrar que pese las diferencias de matices y a la puja de poder interna, son capaces de mantenerse unidos, de forma virtual, para defender al Gobierno.

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