Al personal de la salud la sociedad le está dando la espalda

Al personal de la salud la sociedad le está dando la espalda

Ya nadie aplaude al personal de la salud. Así funcionan las cosas, de recibir ovaciones desde los balcones pasaron a ser mirados con una mezcla de escepticismo e indiferencia. Y hay algo más, incómodo, pero no menos real. Gran parte de la sociedad les soltó la mano, los abandonó a su suerte justo cuando más lo necesitan. Y eso que no piden aplausos ni que les soben el lomo, sino que los ayuden. Pero es precisamente ahí donde dejan de ser simpáticos. Por ejemplo, cuando un médico alerta sobre un posible colapso del sistema y subraya: “ustedes sigan de joda”. Porque, ¿quién puede negarlo?, hay un Tucumán que decidió continuar la vida como si nada sucediera, de fiesta, de asado, de cotilleo, mirando la pandemia como si fuera una película en la que sus comprovincianos se contagian, se enferman y se mueren.

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El Estado no puede regularle la privacidad a ningún vecino, que es dueño de hacer con su vida lo que le parezca. Para sostener este discurso viene de perillas escudarse en la Constitución Nacional, esa que muchos esgrimen y muy pocos han leído. La cuestión es qué sucede cuando nuestro derecho a ir a un asado o a tomar una cerveza colisiona con el bien de la comunidad. ¿Qué está por encima? ¿Mi libertad para hacer lo que quiera o el riesgo que implica para la salud pública que un millón y medio de personas circule sin restricciones en medio de una pandemia?

Este debate, con formas más o menos disimuladas, se sostiene desde hace meses, teñido de mucha mala fe (de grieta, a fin de cuentas) y no es propio de Tucumán ni de la Argentina. Muchos países están en el mismo callejón que, por supuesto, no tiene salida. Nadie quiere que lo tilden de individualista o de egoísta, por más que actúe como tal; es mejor mover la pelota en otra dirección y recurrir a los derechos y garantías constitucionales para sentirse habilitado a rechazar la cuarentena o el aislamiento. Y mientras tanto, oficialmente, se anuncia que los sanatorios ya no tienen camas para recibir a los contagiados. ¿Y los hospitales?

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Es que hay un Tucumán partido, y no en mitades simétricas. Algunos se quedaron en casa desde el comienzo y cuando deben salir toman todos los recaudos. Otros optaron por seguir como si nada sucediera. La ecuación no cierra, no sirve, y los resultados son víctimas con nombre y apellido. Víctimas de un mal que puede prevenirse y eso es lo más indignante, porque la covid no tendrá cura pero sí métodos para evitarla.

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Pero si un meme tiene más credibilidad que la Organización Mundial de la Salud estamos perdidos.

Veámoslo de esta manera: si usted está convencido de que Alberto Fernández y Juan Manzur son los culpables de todos nuestros males, si cree que todo es un desastre producto de la ineptitud y de la corrupción de los Gobiernos, pues no los escuche. Sáquelos del radar. Pero lea esto que dice uno de los médicos que habitan la trinchera (Juan Manuel Serna, del Hospital del Este):

“...Las personas, viendo la cantidad de casos, no toman conciencia. Salen a fiestas clandestinas, no hay distanciamiento social, salen diciendo que no se van a contagiar, que es todo mentira… Mi tuit es para ellos, no para el laburante que sale a la calle y cumple con las medidas (...). Uno ve las redes sociales y hay gente que cree que está de vacaciones, y perjudica a todos los demás”.

Y sigue:

“Vemos mucho arrepentimiento de la gente que no toma recaudos. La están pasando mal, hay mucha nostalgia, tristeza, incertidumbre, todo el tiempo piensan en la muerte, mucha soledad. Necesitamos que la gente nos acompañe, que tome conciencia. Nosotros no vamos a dejar de trabajar”.

El remate, con una más que comprensible mezcla de frustración, fue ese “ustedes sigan de joda” interpelador de una sociedad que parece incapaz de comprender la gravedad del momento.

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“La gente no da más”, “la gente está cansada”, “la gente ya no soporta esto”. El gentómetro está que arde cuando se trata de una guerra o de una pandemia, pero lo impactante es que haya quienes renieguen de esta realidad, la minimicen, la pongan en duda. Hasta ayer, las cifras mundiales registraban 34 millones de contagiados y más de un millón de muertos. Fallecieron 17.000 argentinos y la curva no afloja. En la capital tucumana se registran alrededor de 10.000 casos. En serio, ¿tan trascendente es hacer un fiestón de cumpleaños? ¿No se puede esperar?

Los números de la pobreza y del desempleo son angustiantes, de la recesión generada por la pandemia habrá que ver cómo y cuándo salimos. Quienes habitan el corazón de la debacle económica constituyen la “gente” que peor la está pasando y de seguro no es la más preocupada por los compromisos sociales. Sin trabajo, sin ahorros, miles de tucumanos están expuestos, de paso, al coronavirus que sigue expandiéndose, implacable.

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Con lo que llegamos a otro de los temas favoritos del momento: el miedo. “A mí no me van a meter miedo”, “nos manipulan a través del miedo”, “no tengamos miedo”. ¿Quién no recibió cadenas de Whatsapp de este calibre? La dicotomía creada a partir de esta afirmación -miedo vs libertad- es totalmente falsa. Quien piense que sacarse el barbijo o burlarse del aislamento social es un valiente, un paladín de la libertad, debería revisar seriamente su sistema de creencias. Al menos para advertir lo que sienten y piensan los que están a la vuelta. Antes que hablar de miedo es mejor hacerlo de y con responsabilidad.

Y dejar de mentirnos.

Eso del respeto a los protocolos suele ser un autoengaño. Salvo muy pocas excepciones no se respetan los protocolos ni en los bancos, ni en los supermercados, ni en los bares, ni en toda clase de lugares abiertos al público. Estamos amontonados, despreocupados. Es inútil llamar a la Policía para denunciar una fiesta o un megaasado. Apenas el patrullero se va vuelven a prender la música y todo sigue como si nada.

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En otro contexto, con otra intencionalidad, María Elena Walsh hablaba del “país jardín de infantes”. Sólo a los efectos de pedir prestado el concepto, qué bien se acomoda a los comportamientos contemporáneos. Como si viviéramos en una sociedad inmadura que por todo hace un berrinche y se calma con un chupetín. Pero no es que no se entienda que estamos en plena pandemia, es que no se quiere entender. De lo contrario, ¿cómo se explica?

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Ya nadie aplaude al personal de la salud, entre cuyas filas hubo y hay muchísimos contagiados. Será porque el entusiasmo con el que se levantan las banderas y se defienden las consignas varía tanto como las convicciones de Groucho Marx. De lo que hoy nos apasiona mañana nos olvidamos; a quienes hoy ponderamos mañana reemplazamos por la noticia del día. Pero no se trata de vivir anestesiados o, como afirmaba Neil Postman, divertidos hasta morir. La cuestión, como pide el doctor Serna, es dejarnos de joder por un rato.

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