UNA PASIÓN AL AIRE. Juan Robledo tiene un romance con los micrófonos tucumanos desde la década del 90.
Se eleva. Camina. Acaricia el amor. Canta. Corcovea. Se retoba. Acusa. Tolera. Comprende. Se reconcilia. Sueña. Desea. Se esperanza. Toca las cabezas de los amigos. Los celebra. Brinda por Ramón y Nora Véliz, el Chivo Valladares, Yupanqui… Desnuda nostalgias. Desteje la memoria de su pago salteño. El recuerdo de Leopoldo Saravia, hachero. Jinetea la injusticia. Se queja. “Nosotros los que nacimos con la pobreza a cuestas, tenemos la ilusión bien chiquitita, no nos asaltan los sueños de grandeza porque luchamos por un plato de comida”, dice. Entre guitarras afiebradas y serenos vinos deambula en el afecto. Su palabra construye poemas, amadas, amantes, sentimientos, preguntas, tormentas, andenes, universos, pensamientos. “A la vera del fuego, mi madre me contaba leyendas, entre mates y tortillas caseras: mi interés por la lectura se despertó en la infancia. A veces un primo entonaba alguna canción acompañándose en la guitarra y así nació mi pasión por el folclore, y aprendí a cantar. La movida cultural en mi pueblo era escasa”, cuenta el poeta Juan Robledo, que vio en amanecer en Rosario de la Frontera y que a fines de los 60 se estableció en Tucumán.
- ¿Cuándo despertó el oficio de poeta y de letrista?
- No tengo estudios secundarios. Muy joven viajé a Mar del Plata, buscando un porvenir laboral. Allí aprendí el oficio de tejedor y escribí mi primer poema de amor a pedido de una niña marplatense. Trabajé en fábricas textiles manejando telares. Conocí buena gente, amigos que los son hasta el día de hoy y comencé a escribir mis primeras canciones: “Coplas para mi madre”, una zamba, también chacareras, huaynos… que años después, de vuelta ya en Rosario, cantaría con mis amigos.
- ¿Qué te trajo a Tucumán?
- Una propuesta laboral. Encontré en el camino a la que fue mi esposa. Recién en la década del 90, animado por el Indio Uribio, comenzó mi relación con Orlando Galante; su programa “El fortín del norte” se emitía por Radio Independencia y poco a poco, me fui ganando un lugar en él. Era un comodín: hacía notas, reportajes, participaba en la conducción. La radio fue la llave mágica para abrir la puerta al asombro. Me llenó de arpegios y sonidos. Conocí en esos tiempos a grandes de la radio: Eta Guzmán, Jorge Bilotti, Sonia García, Osvaldo Masini, Carlos Diez… También conocí a Walter Morato, René Molina, Rubén Amaya, Mario Casacci, Coqui Sosa, el Pollo Romero, Los Pregoneros, Trova Norte y tantos amigos… no me alcanzaría el tiempo para nombrarlos.
- La unión con Morato fue, al parecer, productiva, ¿cómo surgió “Canto provinciano”?
- Con Walter nació una amistad; formamos el conjunto “Canto provinciano”, interpretábamos canciones folclóricas pero también otros géneros, como el tango o el pasodoble. También fundamos la Sociedad Argentina de Letras y Ciencias, cuyo presidente era Walter y luego pasé a ser yo.
- ¿Cómo viviste la movida intelectual de ese momento?
- La movida artística, en sus diversas manifestaciones, era intensa. Siempre esta ciudad estuvo comprometida con la cultura en todas sus facetas. A través del tiempo se fueron perfilando mis poemas referenciales: “El pique no llega”, “El loco Batuta”, “Ha vuelto y ya se va”, “Usted y tantos otros”. En tiempos de “El fortín del norte” empezaron aparecer a la luz mis primeros escritos, cartillas como “El hombre cotidiano”, “Poemas para volver a verte”, “Así de simple”. Luego, con el apoyo de Orlando publiqué “Abrazos del alma”, presentado en el Virla con gran pompa. Una década después apareció “Argonautas”, que fue bien recibido por el público. Tiempo más tarde, en el patio de un mágico matrimonio, formado por Nora Campos y Ramón Véliz, nació el embrión del siguiente libro, “Legado”, donde reuní lo más granado del canto, la música, la poesía. Tuvo prólogo de Carlos Diez, ilustraciones de Mario Albarracín y la supervisión fue de la doctora Liliana Massara. Al cabo de los años, vio la luz “Robledes” y ya veremos qué me depara la vida en lo que a nuevas publicaciones se refiere.
- ¿Qué características tenía tu poesía en ese momento?
- Era testimonial, reflejaba momentos trascendentales de la vida cotidiana. A veces era una protesta, una voz en el desierto, pero llevaba marcado a fuego el romanticismo que siempre me acompañó. Muchos de mis poemas se convirtieron en canciones, en su mayoría folclóricas, con el aporte de muchos amigos: Rodolfo Pacheco Miranda, Manolo Guzmán, Carlos Di Pablo, Rubén Cruz, Chuni Cardozo, Ramón Leiva, Coco Banegas, Eliseo Sánchez, Pedro Sisali y otros. A través de Carlos Diez, me acerqué a Simoca y estuve ocho años escribiendo los libretos para las presentaciones de los artistas en la Fiesta Nacional de la Feria.
- Tu programa “Herencia nativa” se ha convertido en un clásico dominical de Radio Universidad, ¿qué te interesa trasmitirle al oyente?
- Morato fue el creador del programa; al partir a Mendoza años atrás, me eligió como sucesor. Fui ternado tres veces para el premio Martín Fierro, lo que me llena de orgullo y permanezco aún dando cabida a todas las expresiones de nuestro arte nativo, difundiendo canciones de antes y de ahora, tratando de endulzar los oídos de los tucumanos. Si mi poesía logra conmover, hacer reflexionar cada día aunque sea unos instantes a alguien que la escucha, me doy por satisfecho y por cumplido el desafío de cada jornada.
Una trayectoria
Nacido en Rosario de la Frontera (Salta) en 1944, Juan Robledo se radicó en Tucumán a fines de la década de 1960. Integró el equipo del programa “El fortín del norte”, que conducía Orlando Galante en LV12. Fue libretista de la Fiesta Nacional de la Feria de Simoca. Colabora actualmente en el programa “Entretanto”, que conduce Carlos Diez por LRA 15 Radio Nacional. Es autor de “Último vuelo”, “Abrazos del alma”, “Argonautas”, “Legado” y “Robledes”.
Un poema
El hombre
El hombre pretende ser una mancha en el paisaje,
pero el paisaje se queda y el hombre sigue su viaje.
El hombre quiere volar con alas imaginarias,
pero es tan corto su vuelo, que más que volar, se arrastra.
El hombre es una pintura desteñida por el tiempo,
su piel ajada es un saco donde guarda sus recuerdos.
Lo he visto querer al hombre con pasión inusitada,
volverse cera en las manos y en los brazos de su amada.
El hombre es trigo y arroz, es lluvia y tierra en su sitio,
es guitarra y diapasón, esclavo de un sentimiento.
En un pañuelo de tierra demarca su territorio,
lugar donde ha de vivir y crecerán sus retoños.
El hombre es fibra y pasión, luz de luna, sol y viento,
hecho a la imagen de Dios… ¡el hombre es un sentimiento!
Juan Robledo








