Construcción: “Han hecho millones de ladrillos y son pobres”

Construcción: “Han hecho millones de ladrillos y son pobres”

Los ladrilleros que llevan 50 años en el rubro estiman que han hecho 5 millones de ladrillos en su vida. Viven bajo la línea de la pobreza.

MANOS EN EL BARRO. Luis Alberto Soria trabaja desde las 3 de la madrugada hasta las 17 para cortar 1.000 ladrillos por jornada de trabajo. LA GACETA/ FOTOS DE MARTÍN DZIENCZARSKI MANOS EN EL BARRO. Luis Alberto Soria trabaja desde las 3 de la madrugada hasta las 17 para cortar 1.000 ladrillos por jornada de trabajo. LA GACETA/ FOTOS DE MARTÍN DZIENCZARSKI LA GACETA/ FOTOS DE MARTÍN DZIENCZARSKI

Los hermanos Coria, Carlos (54 años) y Néstor (63 años), son trabajadores ladrilleros y llevan décadas en la producción del ladrillo clásico, macizo-artesanal. Se levantan a la madrugada, pisan el barro descalzos para hacer el adobe, lo mezclan con bosta y forman la torta de barro. Ponen las manos en ese barro, corrigen la humedad de la pasta con agua y llenan un molde. Lo dan vuelta en el suelo: salen dos ladrillos de barro. Después de algunas horas podrán pararlo de canto sin que se desmorone y así podrán trasladarlo para quemarlo hasta producir el ladrillo listo para construir. La actividad ladrillera es considerada por el Ministerio de Minería de la Nación como actividad minera de tercera categoría. Pero trabajan descalzos y a mano limpia. En la intemperie y durante los meses más fríos del año en Tucumán.

Los Coria explican que pueden “cortar” 1.000 ladrillos por día. Eso quiere decir que se agachan 500 veces para desmoldar y la misma cantidad de veces para pararlos de canto. Si hacen 1.000 ladrillos por día, podrían hacer 5.000 a la semana, siempre y cuando puedan trabajar todos los días. Por mes, la producción llegaría a 20.000 unidades. Como trabajan a la intemperie en la mayoría de las cortadas ladrilleras de la provincia, trabajan entre cinco y siete meses al año, porque si llueve se desmorona el ladrillo antes de ser quemado. No tienen dónde almacenarlo. Si se considera a la baja que trabajan cinco meses al año, la producción anual de una persona llega a los 100.000 ladrillos. En los meses de trabajo, calculan que cobran unos $ 3.000 por semana. Néstor lleva 50 años cortando -empezó a los 10 años-, por lo que hizo al menos 5 millones de ladrillos en su vida, calculando rápido y redondeando para abajo, sostiene. Carlos calcula que hizo lo mismo, aunque tiene menos años de ladrillero. Entre los dos hicieron 10 millones de ladrillos en su vida pero viven en una casa de adobe en Las Talitas, con chapas “apretadas” por ladrillos en el terreno del arrendador. La casa no es de ellos, aunque la hicieron con sus propias manos.

LOS CORIA. Carlos y Néstor estiman que cortaron 10 millones de ladrillos. LOS CORIA. Carlos y Néstor estiman que cortaron 10 millones de ladrillos.

El amparo de una ley

José Miguel Bustos, titular normalizador en Tucumán de la Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina (Uolra) estima que al menos 5.000 familias se sostienen de la actividad ladrillera artesanal en la provincia. Y que con esas condiciones de trabajo, cerca del 95% vive bajo la línea de la pobreza. “El gran problema es el trabajo a destajo en el sector, porque la mayoría sigue pisando el barro descalzo y manipulándolo con sus manos sin protección, como se hizo durante miles de años. En otras provincias hubo una experiencia en la que se intentó colocar un malacate para que un caballo sea el que pise el barro para preparar el adobe, pero fue descartado porque se considera maltrato animal. Acá en Tucumán, eso que es maltrato si lo hace un animal, lo hacen las personas: pisan descalzos el barro. Por eso buscamos que se pueda poner en vigencia la ley del sector, 9.178 de Creación del Registro Provincial de Ladrilleros Artesanales, para saber cuántos trabajan en la provincia, incluirlos en el sistema, garantizar sus derechos y poder poner en marcha una Mesa Ladrillera que fijará precios de referencia. La ley ya tiene su decreto reglamentario”, explica Bustos. Comenta que el precio de los 1.000 ladrillos en boca de horno ronda los $ 5.500. “Lo que pasa es que los corralones almacenan la producción y venden los 1.000 ladrillos a $ 16.000 si son de primera y $ 11.000 si son de segunda. El productor vive en la pobreza a pesar de que haya casas y edificios hechos con la materia prima que produce. Han hecho millones de ladrillos y son pobres. Si superada la pandemia se reactiva la producción, aumentará la brecha entre ladrillos demasiado caros y productores demasiado pobres. Como los hermanos Coria hay cientos de miles”, agrega Bustos.

MECANIZADO. Aguilar explica el proceso de la máquina de producción. MECANIZADO. Aguilar explica el proceso de la máquina de producción.

En Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe hay escalas salariales vigentes, sostiene Bustos, fijadas por la mesa del sector. Como en la provincia no hay registro ni Mesa, no se aplica el convenio colectivo del sector ni las escalas salariales.

En Las Talitas

Parados en el sol de la mañana, Carlos y Néstor se quitan el barro de las manos para que el sol los entibie. Carlos está con un buzo arremangado y unas zapatillas rotas, con la suela despegada por el uso. Néstor tiene un jogging y por encima un vaquero, ambos arremangados, para abrigarse un poco. Está descalzo y lleno de barro.

“El frío es lo peor. Hay veces que terminas de trabajar y tenés los pies morados, entumecidos del frío. Es tanto frío que te pica de la helazón. A veces por andar descalzo y entumecido no te das cuenta qué pisas y te lastimas los pies. Pero hay que trabajar. Después al día siguiente quizás no te puedas levantar por los calambres, el dolor de huesos. El desgaste del cuerpo, supongo”, cuenta Néstor. “A veces nos acobarda, no lo aguantamos al frío. Pero hay que trabajar porque hay que comer. Pero si no pisas barro no tenés para hacer los ladrillos”, agrega Carlos. Son las 9 y el termómetro marca 5 grados. “Nos encantaría vivir en una casa acorde a todos los ladrillos que hicimos, pero a nosotros nos alcanzó de toda la vida para comer nomás. A veces ni para zapatillas o una ropa nos alcanza. Así fue toda la vida. Somos ladrilleros todo el año, el resto del año apechugamos. Acá no hay horario, trabajamos 16 horas por día”, comentan. Ellos aprendieron el oficio de su papá, Néstor Coria, y dejaron la escuela para trabajar.

“Mis hijastros vienen a ayudarme, pero les digo que no, es el peor trabajo. Está la pelada de caña, el limón, la construcción, pero la cortada es el peor trabajo. No los dejo ayudarme. Que vayan a hondear por ahí. Les digo que estudien, que sean algo mañana, que puedan irse”, cuenta Néstor. Le tienen miedo a la pandemia, sobre todo porque se enfrían trabajando.

En otro punto de la cortada, Luis Alberto Soria (53 años), trabaja al lado de una carretilla desvencijada llena de adobe. Hunde las manos, alza el producto y lo desparrama sobre un banco de trabajo donde está el molde de ladrillos asentado. Mete las manos en agua, desliza las manos para cubrir el molde por completo, tira en la carretilla el excedente y desmolda en el piso. Sus movimientos son precisos, como una máquina parsimoniosa. Él quedó desempleado hace seis años y encontró en el rubro el sustento. Llega a las 3 de la madrugada en invierno a hacer toda la rutina y se va a las 17. No come nada durante las horas de trabajo. “El frío del agua, con esta temperatura, te hace arder los brazos. El frío te come. Hay que estar hermano, qué vas a hacer. De noche se te acalambran las manos, los dedos. Pero hay que venir lo mismo porque si no, no comes. Vivo en Pablo VI, es la casa de mi suegro. Vivo ahí. Cruzo desde ahí, salgo a las 2, recorro todo Las Talitas, y camino a tientas en la noche. Salgo sin nada, sólo los cigarros del vicio. Acá trabajo a oscuras, hasta que asoma el sol. En la semana pedís $ 1.000 para comer, para dejarle a la familia. Acá estoy todo el día y no te como nada acá. Pruebo bocado a la tarde cuando llego, a las 18. A dormir y al día siguiente de nuevo”, cuenta. “No cobro nada, no me salió el IFE. Vivo de esto y nada más”. Se despide en silencio y vuelve a su trajín.

En Alderetes

Benito Aguilar, en Alderetes, lamenta que no se pueda trabajar. Él preside una cooperativa ladrillera con varios compañeros. Ahí la situación es un poco mejor: hace unos años recibieron máquinas amasadoras del adobe para no tener que pisar la tierra. Sin embargo, como eran eléctricas, fallaban. Aguilar, hace cinco años, tomó el motor de un camión, a gasoil, y lo adaptó para la máquina: se coloca la tierra húmeda, el adobe, el motor va expulsando un rectángulo de tierra de las dimensiones de un ladrillo a una mesita de metal. Se baja una guillotina con alambre y listo: el ladrillo listo para apilar. Sólo resta quemarlo.

“Eso nos facilitó porque antes se hacía todo a mano, se azaba la tierra en el socavón. Lo que era en agosto cuando la tierra se endurece, era dificilísimo. Ahora se puede pagar para remover tierra con máquinas, la humedecés y luego a la amasadora. Pero ahora la situación está mala, a la gente no le conviene trabajar de esto porque se saca poco”, explica.

Con la máquina, puede hacer hasta 50.000 ladrillos por día. Serían 250.000 por año, desde que tiene la máquina. Pero para eso tiene que trabajar más gente. “La venta nuestra es mala, no es un trabajo bueno es para sobrevivir nomás. Y eso que Alderetes es madre de ladrilleros”, lamenta. Aguilar calcula que durante su vida hizo varios millones de ladrillos. “Es lo que nos toca, hacemos los ladrillos y después forman las casas más caras”, termina.

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