Los ellos y los nosotros

La movilización del lunes anticipó el escenario electoral del año próximo -si hay elecciones, claro- y ahondó la grieta política: de un lado estarán los que seguirán acompañando al peronismo que gobierna y del otro aquellos que salieron a la calle con múltiples consignas en contra del oficialismo. No es que no haya habido una que sobresaliera por sobre las demás -la más contundente fue el rechazo a la reforma judicial-, sino que cada militante de la causa opositora encontró una razón política diferente para cuestionar al Gobierno nacional, y de paso también para pegarle algunas bofetadas al provincial. La mayoría de ellas válidas, revelando por qué objetan al fernándezismo gobernante. Ciertamente no fueron justicialistas los que exteriorizaron su rechazo a la gestión de Alberto y Cristina Fernández. Los manifestantes dijeron con ustedes no, no nos sentimos representados, los repudiamos y, si pueden, váyanse ya. Resultó comprensible que desde el oficialismo cruzaran a movilizadores y a movilizados tildándolos de irresponsables, inconscientes o golpistas, porque allí ven votos de opositores duros, para los que jamás el peronismo será una opción. Como no puede convencerlos, el PJ les respondió con el mismo destrato agrietador. Pelea de fondo: ellos vs. nosotros.

El panorama adelanta una polarización extrema, de bipartidismo, sin un resquicio para que se filtre una expresión intermedia, de centro. El hombre que supo promocionar esta ancha avenida moderada, Sergio Massa, clausuró la alternativa al aliarse con el PJ. Esa posible línea media no haría pie y se hundiría en el abismo que provocó la gran grieta nacional. En Tucumán, vaya por caso, esa alternativa podría estar representada por el bussismo. Así las cosas, los comicios de medio término dirán quiénes son los más: si los que adhieren o los que rechazan la gestión, los que quieren que regresen los que estaban antes o los que apuestan a que sigan los que están. Los indignados se pudieron contar de a miles el lunes pasado; hay suficientes votos como para llenar cientos de urnas; existe el descontento y es razonable: aumentó la pobreza y también la desocupación, se sufre. Por eso, en medio de la crisis y a partir de las protestas de hace seis días cabe preguntar: ¿quién conducirá y asumirá la representación de ese malestar social y político? ¿Dónde está o dónde están los que se pondrán al frente del clamor opositor? A la masa hay que conducirla por lo del famoso dicho: con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes. Líder, se necesita, y protagonista.

Mensajes a dos puntas

De alguna forma, los callejeros arrojaron un desafío a los opositores: que aparezca el que dirigirá ese movimiento, el que evite la anarquía y el riesgo de ser finalmente arrastrados y sepultados por la corriente. El peligro es que luego les saquen en cara que a la hora de ponerse al frente de la lucha no estuvieron y los terminen repudiando. Manejar esos tiempos políticos es un arte. En ese marco, así como estas fuertes expresiones populares obligan a la coalición gobernante a tratar de cohesionarse nuevamente -pese a las tensiones internas entre sus espacios de poder-, así también exige a la oposición que busque a esos líderes para conducir a los descontentos que ganaron la calle. La obliga a encarar un debate interno, en lo posible sin fracturas y con mesas de negociaciones -al igual que al peronismo gobernante-, so pena de menguar sus chances electorales si priman la pelea o los desacuerdos.

La dirigencia de los ambos sectores tienen en claro que llegar unidos en sus respectivos espacios -aun soportándose en las diferencias internas- es casi una imposición de la hora para tener mejor suerte en la votación, porque hay conciencia de que el 2021 puede marcar inicios de fines. En los papeles hay mucho más en juego que un simple plebiscito. Por eso la protesta política del lunes, si bien estuvo dirigida en contra del Gobierno, conllevó mensajes hacia ambos lados de la grieta: a los peronistas les previno que deberán jugar juntos como en 2019 y a los opositores, que se necesita conducción, alguien en quien depositar la confianza para que represente los intereses y anhelos del espacio, tanto a nivel nacional como provincial.

En la conducción nacional de Juntos por el Cambio ya se están midiendo radicales con los referentes de PRO para determinar quién representará mejor al sector de clase media indignada, tanto en la disputa por dirimir el liderazgo interno como en la definición de la integración de las boletas electorales. Y el perfil que se impone, hoy por hoy, no parece ser el de la moderación frente al poder central, por eso Patricia Bullrich es quien recoge más simpatías. La ex ministra macrista explota ese perfil de dura; la gente la aplaudió aquel día. Nada de tibios frente al peronismo que gobierna. Ellos o nosotros.

En Tucumán, aquel lunes, ninguno de los dirigentes opositores que deberá salir a dar una pelea electoral el año entrante apareció por la plaza Independencia. No se pusieron al frente del descontento, no intentaron conducir esa expresión de disgusto callejero o bien no decidieron “capitalizar” políticamente esa movida, como se dice popularmente. Optaron por seguir a instar a la marcha por las redes sociales. Se pueden esgrimir varias razones para justificar esa ausencia, o estrategia: no querer dar argumentos político-sanitarios al oficialismo sobre presencias irresponsables -máxime si en unos días aparecen más contagios por causa de esa salida-; confianza en que los que se animaron a manifestarse en la plaza luego no les refregarán en cara que no estuvieron en la marcha; aspirar a que la movilización se la muestre como una manifestación espontánea sin gestión partidaria opositora -que la hubo, por supuesto- y tener la tranquilidad de saber que se cuenta con todo ese respaldo popular para la causa opositora.

En los comicios se determinará la fortaleza electoral de la jugada. Antes, claro, también la dirigencia opositora deberá sortear su propia lucha por dirimir liderazgos y por fijar espacios de poder, proceso que quedará expuesto por la forma en que terminen amándose las boletas de diputados y de senadores nacionales, y con quiénes de entre ellos. Porque, además, para la actual oposición en la elección de medio término también se pondrá en juego el 2023. La sociedad del diputado José Cano y la senadora Silvia Elías de Pérez juega fuerte e intentará repetir sus postulaciones, una manera de encabezar al grupo opositor. El intendente Mariano Campero tercia tendiendo puentes con Ricardo Bussi y aspira a liderar un recambio dirigencial. Germán Alfaro se arma desde el reducto capitalino dando pelea en la Nación a través de su esposa, la diputada Beatriz Ávila, y buscando aliados territoriales. El concepcionense Roberto Sánchez también hace apuestas y no parece dispuesto a que lo dejen de lado en los comicios que se vienen. Muchos nombres y pocas las bancas con posibilidades de ganarse.

Y emerge una dificultad colateral en ese proceso de necesaria consolidación de la oposición: la intervención a la UCR, que impide que se dirima con el voto de los afiliados quién debe conducir al partido, una batalla que podría aclarar el panorama interno del radicalismo, pero que a algunos les conviene y a otros no. En suma, la oposición que supo integrar Cambiemos, en Tucumán se dibuja fracturada y con muchas complicaciones para surgir como un espacio político sólido y unificado, como lo fue la coalición electoral de 2015. No sólo deben superar sus diferencias sino que, además, después tienen que mostrar la cara o el perfil de opositor que mejor represente el descontento social que se manifestó el lunes en la plaza. La ciudadanía que desafió la pandemia dejó en claro que necesita ese líder que rete con suerte al peronismo.

Imitando al peronismo

Sin embargo, si la oferta opositora se multiplica en 2021, la dispersión de votos puede ser peligrosa y expondría el debilitamiento del espacio en su conjunto. Se frustrarían las esperanzas ciudadanas en el arco opositor. O sea, se fracasaría; en ese caso a hacerse cargo de las responsabilidades políticas, de las mezquindades partidarias, de los excesos de egoísmo o la carencia de humildad. Si no hay acuerdos previos a la votación o algún tipo de consenso que fortalezca a la oposición, su dirigencia puede verse obligada, irremediablemente, a hacer algo en lo que el peronismo ha demostrado ser un experto: dirimir sus internas en una elección general, para que sea finalmente la ciudadanía la que diga quién es aquel que expresa mejor su malestar y descontento político. Sería una apuesta temeraria y que circunstancialmente podría llamarse generando líderes opositores. Si esta oposición ya se enamoró de la calle, y si viene ganando este espacio de la cultura peronista, cómo no repetir las picardías electorales de los justicialistas para arreglar los propios entuertos políticos internos. En eso tienen maestrías los compañeros; el acople es la mayor invención de este milenio en ese sentido.

El Gobierno provincial, si bien destinatario directo de las quejas de la oposición, interpretó esa movilización desde sus propios intereses y advirtió que lo mejor que pueden hacer en el PJ es continuar unidos para contrarrestar las pretensiones opositoras. Es harto sabido quiénes son los sectores en pugna en el peronismo tucumano y que la disputa interna es por resolver quién continúa en el poder en 2023; sin embargo, para el PJ la elección del año entrante es clave; no pueden perderla, so pena de una hecatombe política. Por eso hay una suerte de impasse entre manzuristas y jaldistas. Y como buenos alumnos en el arte de mantenerse y accionar desde el poder, se van a tapar las narices, se van a abrazar entre todos, van a consensuar la nómina de candidatos -con injerencia nacional en algún puesto en la boleta- y saldrán a mostrarse unidos para triunfar. No pueden no hacerlo, están condenados a seguir ese camino. Para el peronismo, la diputa por resolver sus liderazgos a futuro puede postergarse un par de años, en cambio para la oposición conlleva una urgencia: armarse ahora para tratar de tener éxito dentro de tres años, ya sea proponiendo un líder que represente a la mayoría disconforme o bien construir una nueva mesa de consenso para conducir a los indignados. De alguna forma, su desafío es mayor.

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