La “desescalada” no implica relajarse en la prevención

La “desescalada” no implica relajarse en la prevención

“La pereza es la madre de todos los males”, reza un arraigado adagio que todos hemos escuchado alguna vez. O demasiadas veces. Claro que ha habido y seguirán surgiendo males que no son hijos de la pereza. Pero también es cierto que hay un mal que puede recrudecer si los tucumanos no actúan. Si no se comprometen activamente. Y no es un mal metafórico: es un mal pandémico.

La localidad de Lastenia se encuentra aislada y cerrada por el brote de covid-19 que ha estallado y que arroja infectados por decenas a diario. Se ha convertido en la prueba doliente de que el combate contra el coronavirus es una batalla tan incesante como frágil. El virus busca el descuido para infiltrarse y causar estragos.

El aliado del virus es una clase particular de pereza: el pensamiento ocioso. Pensar la realidad en función de dicotomías es una forma de interpretación de la realidad que se ha instalado en nuestra sociedad. La lógica reduccionista del “blanco/negro” ha tenido éxito en su instalación porque ha sido desplegada ampliamente por la dirigencia de la sociedad. Nadie tiene dudas de que la política está signada por “la grieta”, que es binaria: “amigo / enemigo”. Esa misma lógica ha permeado en las capas de la sociedad. Hasta el punto de que la covid-19 parece ser vivida en términos de bipolares: “pandemia global/salud absoluta”.

La consecuencia de la instauración de este modelo de pensamiento indolente es que no permite advertir la enorme diversidad de realidades que existen entre uno y otro extremo. Que Tucumán haya logrado no tener circulación comunitaria del virus, y que el número de víctimas fatales sea de un dígito (lo cual no es banalizar la tragedia de esas muertes, pero no deja de revelar el bajo impacto del mal en la provincia), permitió avanzar en fases de “desescalada” de las restricciones de la cuarentena. Pero eso no significa que la guerra sanitaria contra el coronavirus haya terminado. El “relajamiento” era para las medidas de restricción en materia laboral, comercial y de circulación: nunca fue relajamiento de las medidas de prevención que deben tomar los tucumanos.

Enfrentar la pandemia no puede regirse por la lógica de “todo/nada”, porque ese es un pensamiento perezoso. No se trata de que en marzo no se podía salir ni a las peluquerías y que en julio se pueden realizar reuniones multitudinarias como si entre uno y otro mes nada hubiera pasado. La denominada “nueva normalidad” implica, en su formulación, que hay cuestiones de la cuarentena que han llegado para quedarse. El distanciamiento social, el lavado frecuente de manos, el empleo de alcohol en gel para la limpieza de superficie y de herramientas de trabajo, y el empleo de alfombras sanitizantes (o de estropajos con lavandina) son algunos de los recaudos que deben convertirse cuanto antes en prácticas comunes. Para que luego se asuman como “normales”. Y para que, después, se consideren “naturales”.

El desafío es pensar por “fuera” de las totalidades. Por supuesto, ello implica un esfuerzo. El pensamiento dicotómico es perezoso: “esto o lo otro” y nada más. Hay en esa jibarización de la realidad una comodidad envidiable. Precisamente, la claridad (aunque sea falaz) es la promesa de la demagogia. Enfrentar la pandemia y preservar la salud y la vida de la población no debe renegar de la claridad, pero lo que precisa, por sobre todas las cosas, es responsabilidad. Tender hacia una cotidianidad responsable es trabajoso, pero es seguro. La opción es nuestra.

Esta nota es de acceso libre.
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