El año en el que el rugby decidió cambiar

El año en el que el rugby decidió cambiar

Queda claro que 2020 será recordado como “el año de la pandemia”. Pero antes de que esto ocurra, hubo un tema del cual todo el país habló, sumido en la conmoción: el mortal ataque de una patota a Fernando Báez Sosa a la salida de un boliche en Villa Gesell. El hecho puso varios temas sobre la mesa. Uno de ellos fue, sin dudas, el deporte que practicaban los agresores y la víctima: el rugby. Y con él, la violencia que identifica a un sector de sus practicantes. A varios meses de lo sucedido, sin embargo, todo indica que la tragedia marcará un antes y un después en la forma de enfrentar estos hechos. Las autoridades de la Unión Argentina así lo mostraron.

El episodio no sólo expuso la problemática del descontrol y el exceso de alcohol en los jóvenes en destinos veraniegos. También mostró la inquietante frecuencia en la presencia de rugbistas involucrados en este tipo de casos. Y aunque muchos criticaron que se hiciera hincapié en su condición de jugadores y exigieron que se desligara al deporte de hechos tan lamentables, no se puede soslayar la posibilidad de algún nexo causal dada la repetición de casos similares de violencia.

Para la UAR, el caso Báez Sosa no perdió vigencia: fuertemente criticada al principio por haber llamado “fallecimiento” a lo que fue un homicidio, encontró en la tragedia el cachetazo que necesitaba para abandonar su actitud contemplativa ante estos episodios. Y actuar.

Así como a fines de 2016 impulsó el programa “Rugby Seguro” como respuesta al creciente número de casos de lesiones graves producidas en ocasión del juego, a partir del caso Báez Sosa la UAR decidió embarcarse en la elaboración de un programa específico orientado a erradicar la violencia dentro y fuera de los clubes. Esto último representa un avance muy importante: hasta ahora, el ambiente se enorgullecía de las cruzadas solidarias y demás acciones positivas llevadas a cabo por sus jugadores y ex jugadores, pero se desentendía de lo reprochable.

El resultado fue el programa “Rugby 2030: hacia una nueva cultura”, pergeñado en conjunto con Funrepar, una fundación argentina seleccionada entre varias propuestas. El plan aborda el problema desde todas las ópticas posibles, involucrando a todos los actores (jugadores, entrenadores, árbitros, dirigentes, padres, aficionados). Y se extiende a otros ámbitos, como la escuela, el barrio u otros clubes. En suma, se propone generar un cambio profundo. No se limita sólo a tratar de erradicar o al menos reducir los niveles de violencia física: pone sobre la mesa cuestiones como la discriminación o la conciencia de género.

En las redes sociales, la palabra “rugbier” ha tomado una connotación muy negativa para quienes miran al rugby “desde afuera”, al punto de convertirse en una suerte de meme utilizado para describir a una persona violenta, elitista, frívola y prejuiciosa.

Eso es lo que la UAR pretende cambiar con este nuevo programa. Es consciente de que generar un cambio cultural lleva mucho tiempo y que los frutos se verán recién a largo plazo. Lo destacable es la actitud de haber apostado por una solución de fondo. También es valorable hacer autocrítica y querer cambiar.

Para que esa transformación sea posible, es necesario el compromiso y la participación de todos. Quizás, en el futuro, también pueda hablarse de 2020 como el año en que el rugby se decidió a cambiar y ser mejor.

Esta nota es de acceso libre.
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios