Prohibido mencionarlo, imposible no pensarlo. La corrección política se impone. Sensatez por sobre todo. Hoy la dirigencia política está obligada a demostrar que ha relegado sus ambiciones personales o sectoriales en pos de hacerle frente a la crisis social que se avecina como consecuencia de la pandemia. O por lo menos, disimular las apetencias por el momento. Es imprudente decir públicamente lo que sí piensan constantemente: en el propio futuro, rasgo que define a un político que se precie de tal, ya sea desde la gestión como oficialista o desde la crítica y el control opositor. No se puede ser insensible, menos aún parecerlo frente al drama que padecen millones de argentinos, o miles de tucumanos. Las formas deben cuidarse, la política, al fin y al cabo, también es actuación. Aunque sea real la preocupación de la dirigencia por atender las necesidades ciudadanas, que es para lo que se ocupa un cargo público, no puede desentenderse completamente de sus objetivos políticos. El coronavirus vino a condicionarlos, a exigirles prudencia y a silenciar sus aspiraciones, porque sólo pueden cosechar razonables rechazos y repudios.
Los protagonistas deben gestionar la crisis para que no cause demasiado daño, por lo que lo más aconsejable es evitar las alusiones electoralistas en estos tiempos de pobreza generalizada; y si se les escapan, deben hacer hincapié en que esos análisis son prematuros y absolutamente secundarios. Tienen que ser precavidos. Sí pensarlo, pero cuidarse de referirlo. Sin embargo, donde faltan las palabras sobran los gestos que permiten especular sobre qué es lo que puede sobrevenir en materia de disputas territoriales, sociedades eventuales, negociaciones posibles y relaciones políticas sorpresivas a futuro. En esa línea, los políticos prefieren enviarse mensajes gestuales, una especialidad en el rubro. Vaya por caso, a partir de algunos acontecimientos es factible avizorar una crisis interna en el radicalismo tucumano producto de la disputa y el choque de intereses entre referentes del partido de Alem y de los del Partido de la Justicia Social; puntualmente entre José Cano y Germán Alfaro. Eventualmente, los correligionarios deberían encolumnarse en una u otra alternativa política.
A esta altura se puede asegurar que el diputado nacional y el intendente capitalino se han distanciado, que han quebrado la sociedad política de antaño, que cada uno pergeña su estrategia de supervivencia sin contemplar al otro y que de seguir así van camino a enfrentarse en los comicios del año próximo desde diferentes espacios y con similares intereses. La senaduría nacional será una de las causas del conflicto; ya lo viene siendo, sin necesidad de que aparezcan las definiciones públicas. Es una banca apetecible, poderosa. El jefe municipal ya ha nominado su candidata para el puesto: a su esposa, la diputada nacional Beatriz Ávila. Va a mover a la dama en una jugada que sus adversarios interpretarán de diferentes maneras; por cuanto lo indispondrá con los radicales que lo observan como un contrincante en el disperso sector de la oposición, aunque seguramente no le disgustará al peronismo gobernante, atendiendo a que la congresista se alejó rápidamente del macrismo y se incorporó a un interbloque federal que tiene buena sintonía con Sergio Massa en la Cámara Baja. Imposible una señal más clara respecto de dónde se siente más cómodo para jugar el alfarismo: más cerca del poder de turno por necesidades de gestión y de gobernabilidad que desde una oposición cerrada y enemistada con el peronismo. Ahí están sus raíces.
Desde el Gobierno nacional, recientemente, le han hecho un guiño significativo en materia de recursos a Alfaro para combatir el coronavirus. Un primer gesto para con el jefe municipal que habla de necesidades compartidas. No lo quieren descuidar o bien apuestan a que sea un factor de quiebre y de debilitamiento de la oposición tucumana. En ese juego nadie es ingenuo. Así es como la pandemia resultó una buena excusa para justificar las reiteradas reuniones entre Manzur y Alfaro, y hasta tal vez aparezcan otra vez juntos el 9 de julio, ya que la fecha patria se presenta como una buena ocasión para demostrar que la institucionalidad está por encima de cualquier diferencia política.
Algunos gestos del lado del PJS, como lo fue la desautorización de Ocaranza -secretario de Gobierno municipal- al legislador Berarducci por cuestionar al oficialismo provincial, es lo que alimenta la desconfianza en el jefe municipal de parte de los radicales afines a Cano, que aspiran a reconstruir Juntos por el Cambio para los comicios que vienen, pero ya sin el PJS, para enfrentar al PJ. Es un capítulo cerrado, enfatizan extendiendo un certificado de defunción al antiguo acuerdo electoral. Hoy por hoy, las metas de ambos lados no son las mismas, más adelante quién sabe.
Por de pronto, el diputado radical no se ve en la misma boleta con su par nacional del PJS, porque sus intereses respecto de la gestión de Alberto Fernández se diferencian, lo que los lleva a no votar de la misma manera en la Cámara Baja. Se muestran como adversarios, y así se ven. Es por eso que la buena sintonía institucional del intendente con el gobernador les es sospechosa desde lo político, aunque cabe señalar que en el espacio conviven dos interpretaciones respecto de esa proximidad: una entiende la necesidad de una buena relación institucional por urgencias económicas y de gestión, y otra observa una sociedad de intereses políticos entre ellos, y que directamente los afecta.
Cano confía en reunir a los radicales que conformaron Juntos por el Cambio para cristalizar un amplio espacio opositor, y se puso a la cabeza de ese proceso. Lo quiere liderar. En ese marco debe observarse la reunión que mantuvo con Manzur el viernes junto con los intendentes radicales Martín Campero (Yerba Buena) y Roberto Sánchez (Concepción). El mensaje es claro, va construyendo un espacio sin contemplar al PJS, al que deja de lado.
Ahora bien, una pregunta que surge inmediatamente es si se contempla a Ricardo Bussi como parte de esa eventual coalición opositora. El presidente de FR es un enemigo político del intendente capitalino y es un opositor de fuste, razones más que suficientes para integrar la alianza. Sin embargo, en ese grupo de radicales en particular, y en el radicalismo en general, conviven sentimientos encontrados respecto del bussismo, porque hay quienes no simpatizan con el legislador y que verían con sumo desagrado un eventual acuerdo político. Pero están también los otros, como Campero, por ejemplo, que viene formalizando encuentros con dirigentes de Fuerza Republicana con la intención de abrir la tranquera a otras expresiones opositoras. El jefe municipal siempre remarca la necesidad del diálogo y de construir consensos; esta semana recibió en la municipalidad a los legisladores de FR, incluyendo al propio Bussi. Si bien la seguridad fue el tema de fondo, también se conversó sobre la posibilidad de confluir en un espacio más abarcativo. Bussi les habría dicho a sus interlocutores que los radicales nunca antes lo habían invitado a formar parte de un esquema opositor, pese a que él se lo habría propuesto a algunos referentes de la UCR en 2015 y en 2019. En realidad, siempre le dieron la espalda, por más que sus votos provengan de la misma cantera en la que abreva el radicalismo.
El discurso fuertemente antiperonista de Bussi puede resultar un obstáculo para consolidar ese eventual frente, si se aspira a que sea amplio, contemplando a dirigentes justicialistas en su estructura, como el caso de Domingo Amaya. La presencia del líder de FR puede generar cortocircuitos, por lo que habrá que seguir con atención cómo evoluciona y se cierra ese capítulo político. Pero, además de dividir aguas entre los radicales también puede precipitar decisiones entre los correligionarios en cuanto a quién sumarse finalmente, si a Alfaro o al rearmado de Juntos por el Cambio que propicia Cano. Es que el intendente también cuenta con dirigentes radicales entre sus colaboradores, algunos de los cuales no aceptarían que la UCR se alíe con Bussi, por lo que preferirían jugar con el PJS en la elección de medio término. En fin, si Alfaro es una piedra en el zapato para un sector de radicales, la presencia de Bussi puede alterar más todavía el tablero en la UCR y en toda la oposición, desde ya caracterizada por la fragmentación y por la presencia de dirigentes con intereses contrapuestos que pugnan entre sí.
El oficialismo, de cara a lo que se viene, pinta mejor perfilado; no porque no haya conflictos de intereses -le sobran-, sino porque son conscientes de que deben ofrendar una unidad al Gobierno nacional que le garantice el triunfo el año entrante. O sea, deben postergar la puja interna de poder que venía levantando presión y que amenazaba con un quiebre prematuro entre el gobernador y el vice. La propuesta de una fórmula invertida, Jaldo-Manzur, va en esa línea: frenar el internismo para potenciar esa imagen de unidad que se le exige al oficialismo, y de ausencia de discordia peronista. Esa paz, claro, tiene fecha de vencimiento: inmediatamente después de elección de diputados y de senadores. O hay reforma constitucional para un Manzur eterno -el oficialismo demostró que tiene los 33 votos necesarios para impulsar cambios-, o el titular del PE va de vice y elige a su candidato a gobernador, bien a lo Cristina, para perpetuarse en el poder. Al posible elegido podría presentarlo como candidato a congresista el año próximo, como un ensayo previo a la gran final. Alguien bien de su confianza y que no lo vaya a traicionar en un hipotético futuro.
Sin embargo, nada de esto puede decirse ni explicitarlo, sólo pensarlo y analizarlo. Y hacer cálculos. Porque, además, los efectos de la pandemia pueden ser devastadores, de magnitud inimaginable, tanto que los que piensan pero no hablan tal vez se queden sin futuro político después de la crisis.