Cartas de lectores
28 Junio 2020

“Alas para volar”

Con tiempo sobrante en estos días como para poder plumerear libros, dos de ellos salieron a mi encuentro. “El hombre mediocre”, de José Ingenieros, enseñanzas para nunca hundirse en el fango de la mediocridad y el Diario de Frida Kahlo, una figura que, con su pasión por la vida, a 112 años de su nacimiento, nos sigue motivando hoy para pincelar sus pasos. Fue ella misma la que dijo que “…al final del día podemos soportar más de lo que creemos” y bien podría aplicarse esta reflexión a este confinamiento “sine die” en que vivimos. Frida Kahlo también tuvo su confinamiento en cama durante seis meses, por culpa de un accidente. Con su columna quebrada en un choque fatídico del tranvía donde viajaba terminó inmersa en un polvo de oro que llevaba un joven escenógrafo, augurándole así un impensado “destino dorado”, ya que, a partir de ese momento, su vida y luego su obra, comenzaría a cobrar cada día más valor. Tal como sucede con la técnica filosófica japonesa del kintsugi, que consiste en suturar las roturas de una pieza de porcelana con una pátina dorada, no para disimular rajaduras o cicatrices de la vida,  sino todo lo contrario, para embellecerla. Pudiendo haberse transformado en una “llorona”, título de uno de los lamentos preferidos de su amiguísima Chavela Vargas, Frida optó por su pasión por vivir y así tuvo la guapeza de ponerse de pie antes de lo esperado cuando toda la ciencia médica le auguraba un futuro de dama yacente. “Pies, para qué los quiero, si tengo alas para volar…” fue la disquisición filosófica que el infortunio le susurró al oído para valorizar las alas de su mente libre y creadora, único resquicio exento de dolor. Rota y fragmentada físicamente, decidió recomponerse anímicamente volcando todo su entusiasmo en la obra más importante de su vida traducida en ecuación capicúa: “Pintar para vivir y vivir para pintar”. “El arte más poderoso de la vida es hacer del dolor un talismán que cura… una mariposa que renace florecida en una fiesta de colores’’, pintó con palabras. Supo compensar sus excesos de dolor con excesos de todo tipo, claro está que para levantar el fácil índice acusatorio habría que estar en sus zapatos. Ella subestima a sus pies como símbolo de lo pedestre y lo ordinario, en contraposición con la mente y las alas elevadas de la creación tal como preconizaba Cervantes: “De altos espíritus es aspirar a las cosas altas’’. Más que válida fue su postura ante el perdón al sufrir en carne propia el puñal de la infidelidad que le asestó su amado Diego Rivera al engañarla con su hermana Cristina. Sin sed de venganza, en su casa-museo de Coyoacán, la Casa Azul, conviven dos pequeños relojes de cerámica, similares en hechura, pero muy distintos en las horas marcadas y el tenor escrito. Uno señala el día y hora en que Diego la engañó y el otro, el día en que lo perdonó, consciente Frida del efecto sanador del perdón. Diversas reflexiones nos dejó plasmadas en su diario: “Madurar es aprender a que es bonito extrañar en silencio, recordar sin rencores y olvidar despacito”; “Donde no puedas amar, no te demores”; “Ojalá que lo que estés buscando valga lo que estás perdiendo”; “La belleza y la fealdad son un espejismo porque los demás terminan viendo nuestro interior’. Fémina de mirada penetrante, simbolizó sus ansias de libertad con las alas abiertas de un colibrí en su cejijunta frente, tal como puede verse en un autorretrato realizado a lápiz. Supo mezclar su paleta de colores con sexo, desprecio, arte, pasión, ego y dolor en trazos iguales. La última de sus obras, pintada pocos meses antes de morir, es todo un canto a la alegría, un oasis de celebración ante la tierra yerma del sufrimiento. Un gajo de sandía con la frase escrita “Viva la vida” símbolo de la apetitosidad, de la satisfacción del deseo, la vida misma servida en bandeja. Amiga Frida, intentaremos seguir tus pasos.

Rafael Jijena Sanchez

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