“América Latina es una olla a presión congelada por el virus”

“América Latina es una olla a presión congelada por el virus”

Jon Lee Anderson, periodista maestro, advierte que la pandemia encontró a la región en medio de una gran inestabilidad. Y evalúa: “Trump no tiene salida”.

MAESTRO DE PERIODISMO. Jon Lee Anderson, autor de “Che Guevara: una vida revolucionaria” (1997). MAESTRO DE PERIODISMO. Jon Lee Anderson, autor de “Che Guevara: una vida revolucionaria” (1997).

Jon Lee Anderson (California [Estados Unidos], 1957) es un cronista legendario y, por lo mismo, una celebración permanente de la efeméride de este 7 de junio, Día del Periodista. Este reportero sin fronteras, que como tal ha escrito la biografía de Ernesto “Che” Guevara, tiene un don envidiable para sumergirse y distanciarse de los fenómenos que investiga. Esa vocación o esa forma de entender el oficio lo llevó a aprender los idiomas y las culturas de los pueblos que protagonizan las historias que narra. Por eso Jon Lee Anderson habla un español fluidísimo que amalgama acentos ibéricos y mexicanos con argentinismos. Y en esa lengua tan propia, comparte su análisis sobre América Latina, la región a la que ha dedicado una porción sustantiva de su atención y de su tiempo. “Hoy es una olla a presión congelada por el virus, pero se destapará”, pronostica en una entrevista telefónica que funciona como un viaje posible en tiempos de aeropuertos cerrados.

Pero primero un poco más sobre este periodista de culto de esa publicación de culto llamada The New Yorker que se presenta como amigo de Miguel Velardez, colega de LA GACETA. Residente en Bridport, una localidad del litoral marítimo de Inglaterra, el cronista admite que resulta una rareza no estar de paso: milagros de la covid-19. “En tiempos normales estoy menos de la mitad del año aquí. De a ratos me quedo en Nueva York, pero en Bridport tengo lo que considero mi casa, aunque no soy de acá y este lugar no se relaciona demasiado con el resto de mi vida. Es un buen santuario”, comenta. Y añade que antes de la pandemia había estado casi cuatro meses fuera: “una hermana se enfermó, y anduve por México, Bolivia, Chile, Argentina y Brasil, sobre todo para reportear la caída de Evo Morales y lo que eso generó. Volví a casa en vísperas de la Navidad. Estuve en enero escribiendo la crónica. En febrero hice viajes cortos a España, a Estados Unidos y a Alemania, y, cuando el coronavirus se desató, yo ya había vuelto. Si la memoria no me falla, es el mayor tiempo que he pasado en casa desde 2004, cuando se me rompió una costilla. Es una anomalía total, pero enhorabuena”. Jon Lee Anderson asegura que la quietud le ha permitido trabajar como nunca: “por mí que siga un rato más la cuarentena, no la pandemia. Me siento culpable por ello porque sé que para mucha gente esto es una tragedia”.

-Usted conoce como pocos las inestabilidades de América Latina, por eso le pregunto cómo ve a la región en este ciclo del coronavirus.

-Sí, justamente, he estado estudiando este asunto durante todo el mes de mayo. Queda claro que, en términos de la epidemia, las cosas han salido relativamente bien en aquellos lugares donde los líderes o el Gobierno reaccionaron con rapidez y eficiencia. Donde los gobernantes personalizaron el problema o lo politizaron, ha sido un desastre. El ejemplo más claro en todo el hemisferio son los Estados Unidos y Donald Trump, pero ya los están sobrepasando Brasil y Jair Bolsonaro, que emula al presidente estadounidense. Brasil se ha convertido en el epicentro regional del brote y ya tiene más casos diarios que cualquier otro país. Esto aumenta la vulnerabilidad de las naciones vecinas y hay mucha consternación por lo que puede significar el paso libre por las fronteras: ustedes lo saben.

-¿Qué escenario imagina?

-Tras una crisis siempre viene una secuela. Para toda América Latina el impacto económico va a ser terrible. Desde ya hay que recordar que era la zona en el mundo con el peor desempeño en cuanto a crecimiento y desarrollo. Y el año pasado tuvo, como recuerdas, muchos estallidos sociales, reyertas y protestas casi existencialistas, ¿no? Vimos grandes movilizaciones por el aumento de precio de un servicio con subsidio estatal, como tarifas de ómnibus, metro y de gasolina, que muy rápidamente se convirtieron en una especie de ira popular por dificultades crónicas y endémicas acumuladas, por ejemplo, la falta de Estado de derecho; la inseguridad; la corrupción; la desigualdad y la distribución inequitativa de los recursos. Eso quedó sin resolverse en la mayoría de los países: la pandemia lo ha congelado y ahora mismo lo está sancochando. Pero, cuando termine la propagación del virus, si es que termina porque no se sabe qué va a pasar, lo que habrá es un destape de esa olla de presión.

-¿Dónde están los principales focos de conflicto?

-Parece que varios países tendrán muchos problemas, en primer término, Brasil, pero también Ecuador está muy volátil. En Perú se siente una inestabilidad política intensa, y vemos que la Argentina ya hizo el default de su deuda y que enfrenta un problemón: su cuarentena está siendo más larga que en otras naciones y su presidente, por lo que se ve y oye, luce bastante humanista, sin embargo, no tiene aún una respuesta para el lío de la economía. Argentina, no sé, tiene resortes culturales o algo porque no es la primera vez que cae en la cesación de pagos: ya lo hizo en 2001 y hasta cierto punto no se ha recuperado de eso… Hay muchas incógnitas. (El mandatario chileno Sebastián) Piñera llegó a tener el 6% de popularidad en enero y, justo antes del resurgimiento del virus, alcanzó el 25%, pero ahora imagino que bajó otra vez. Piñera no es un populista como Bolsonaro: ha cometido errores y no tiene calle, no es canchero. Advierto que intenta hacer las cosas bien y casi nunca le salen. Colombia posee grandes problemas de Estado de derecho: es un país que nunca se ha enfrentado a su pasado como sí lo han hecho, quizá con tropezones, las naciones que pasaron por una dictadura, por ejemplo, la Argentina y Chile. Colombia aún está en conflicto: es el gran motor del narcotráfico de la región, además de cumplir el rol de una especie de guarnición estadounidense. Venezuela, Centroamérica, México… uno puede ir de país en país y encuentra numerosas cuentas pendientes con la democracia. Para concluir o abreviar, el panorama pinta color de hormiga, es decir, negro.

-La emergencia sanitaria potencia el riesgo de los abusos del Estado. ¿Cree que los latinoamericanos somos conscientes de la necesidad de poner límites a quienes ejercen el poder?

-Hay una élite, que no debemos asociar naturalmente con aristocracia económica, sino a gente de mundo, con niveles de educación y oportunidades, que sí lo sabe. En donde hay una clase media creciente, generalmente aumenta la participación y las exigencias hacia el Estado. Donde no existe esa capa, se ve el ejercicio ilimitado del poder. Está el caso de Haití, que es un Estado fallido desde todos los ángulos, pero la población no tiene cómo pedir ni exigir nada. Se van a la calle y queman cosas; roban; se amotinan… el desbande es la respuesta de la persona sin capacidad económica y política. En Venezuela vemos la gran huida. Curiosamente en Brasil están desarticulados: los mismos que se manifestaron contra Dilma Rousseff ahora no salen, pese a que su presidente es un patán que anda diciendo que no le importan las muertes. Es curioso, pero los pueblos no pueden ser medidos con los mismos cálculos. A veces aguantan demasiado y en otros estallan por cualquier cosa. En los Estados Unidos la gente ha esperado tres años y medio para reclamar contra Trump, y eso requirió la muerte horripilante de un hombre negro (George Floyd) en manos de policías blancos, cosa que había sucedido antes, pero, de alguna forma, este caso conectó con mayores niveles de ansiedad y de angustia, y pum, reventó.

-¿Hay una ola política en América Latina como la que hubo a comienzos de este siglo?

-Lo que hemos estado viendo es un auge del populismo de derecha y de izquierda, y ahora también un populismo postideológico porque cuando uno mira a alguien como Nayib Bukele en El Salvador se pregunta, ¿qué cosa es? No sé: alguien a quien le gusta la fuerza; que es vanidoso; que imita a Trump; que usó al partido de los ex guerrilleros y luego inventó uno propio. A mi juicio Bukele es un producto muy millenial en el sentido de postideológico: es como Trump, sólo le importa él mismo, es un universo en sí. ¿Qué cosa es (Daniel) Ortega a estas alturas? ¿Qué cosa es la consigna nacional “sandinismo, cristianismo y solidaridad”? ¿Qué coño es eso? Y él y su esposa (Rosario Murillo) gobiernan Nicaragua como si fueran un par de viejos locos de una secta. Esto no tiene nada que ver con la revolución prometida en los 70 u 80: no son de izquierda, sino una especie de déspotas tropicales y medio gangsteriles. Hasta AMLO (Andrés Manuel López Obrador) en México es un populista a lo Khalil Gibran: peace and love. Y cree que si nos amamos y abrazamos, los problemas se van a ir. Es como la era de los patanes, con Bolsonaro a la cabeza. Vemos bichos raros al mando de los países y es preocupante. Evidentemente los pueblos han entregado el poder a personalidades, no a partidos, ni credos, ni dogmas y eso es muy peligroso.

-¿Lo que está pasando en los Estados Unidos tiene potencia para frustrar la reelección de Trump?

-Si me hubieses preguntado esto antes de lo de Floyd, te habría dicho que sí había chances de que el enfoque de la pandemia afectara negativamente a Trump, aunque había sondeos que indicaban lo contrario. Porque 100.000 muertos son 100.000 muertos y esto ha sucedido en tu barco mientras tú estabas en el timonel. Sea como sea, eso es muy difícil de enmascarar, sobre todo cuando has sido filmado mientras actuabas como un fanfarrón. Ahora, después de una semana de protestas en más de 70 ciudades estadounidenses, yo diría que este hombre ya no tiene salida. Una cosa es la pandemia y la caída económica posterior, que él podría cargar a la cuenta de los gobernadores, pero ahora hay una movilización social como consecuencia de uno de los muchos asesinatos ocurridos durante su presidencia, y todos saben que él es racista y que ha estimulado este comportamiento. Sus tuits parecen alentar una represión y sugerir la supremacía blanca… la misma familia de Floyd dice que Trump los trató con arrogancia y no los escuchó. Creo que de esto no se sale porque es como la “santa trinidad” de adversidades: a lo mejor te perdonan una o dos, pero, cuando, hay tres, ya te jodiste.


Día del periodista

La respuesta de Jon Lee Anderson a la pregunta sobre para qué sirve el periodismo hoy y cómo defender la verdad en una época convulsionada

-Sea como sea, la estamos contando, ¿no? Sí, a duras penas y con muchas dificultades. Tenemos pegas, atenuantes, frenos, pero sea como sea, los periodistas logramos reportear. Y nuestro oficio siempre ha sido mal pagado y vilipendiado, y en esta época más que nunca. Por primera vez en mi vida, inclusive en las democracias tenemos líderes que cuestionan y condenan la libertad de prensa todos los días. Si hasta hace cinco años yo me hubiese compadecido de mis compañeros que trabajan en países dictatoriales, donde los matan, los meten en prisión y los censuran, ahora me ocurre que la amenaza a la libre expresión está también en los Estados Unidos. Vemos que hay muchos más riesgos que antes para el periodismo porque Donald Trump tiene sus émulos e imitadores, que repiten su vaina, y que atacan a los periodistas porque son los que hacen las preguntas incómodas y señalan sus corrupciones y demás vicios. Como gremio, somos más importantes que nunca. El periodismo realmente es la cuarta espada y la gran herramienta de la libertad: si no lo fuera, los autócratas no estarían agrediéndolo. Entonces, hay que seguir adelante. Es un reto, pero también una obligación si queremos la democracia en nuestras vidas. Hay que luchar por ello y una de las mejores formas es por medio del periodismo porque, o hacemos eso o hay que ir a agarrar un fusil, ¿tú me entiendes?


› Cronista cosmopolita
Jon Lee Anderson ha escrito sobre figuras contemporáneas complejas y conflictos armados más complejos todavía: pareciera que nada de lo relevante que ocurre en el mundo le resulta ajeno. Autor de crónicas memorables para la revista The New Yorker, ha publicado varios “best sellers” de no ficción y recibido numerosos premios.

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