"Patón" Guillén y una atajada en el clásico que abrió las puertas del cielo

"Patón" Guillén y una atajada en el clásico que abrió las puertas del cielo

En 1992, el arquero fue el héroe que eliminó a Atlético y empujó a San Martín hacia la gloria.

POSTALES DEL RECUERDO. Guillén adivinó la intención del uruguayo Cáceres, atajó el penal y desató una fiesta que tuvo su pico máximo en Isidro Casanova con el ascenso al fútbol grande. POSTALES DEL RECUERDO. Guillén adivinó la intención del uruguayo Cáceres, atajó el penal y desató una fiesta que tuvo su pico máximo en Isidro Casanova con el ascenso al fútbol grande.

¿Hay algo más lindo para un futbolero de alma que ganar un clásico? Sí, y que ese duelo sea en un mano a mano en eliminación directa y en el que en juego esté nada más y nada menos que un ascenso al fútbol grande. “Eso es algo hermoso, inexplicable”, le cuenta a LG Deportiva Francisco Guillén, con amplio conocimiento de la causa.

“Patón” tiene un lugar de privilegio en la historia “santa”. No sólo fue el arquero que integró aquel plantel que hizo pata ancha en la principal categoría de ascenso en la temporada 1991/92, sino que fue uno de los puntales de una época casi dorada para San Martín en la historia del clásico tucumano. Por aquellos años, el “Santo” sonreía seguido frente a su archirrival y eso tampoco es poca cosa. “En aquel tiempo muchos jugadores del club, que veníamos de las inferiores y que llevábamos la camiseta, integrábamos el plantel de Primera. Por eso fue muy especial ese momento. Fue muy lindo vivir muchísimas más alegrías que tristezas en los clásicos”, dice el arquero protagonista de una jugada casi sacada de un cuento.

En aquel campeonato que desembocaría en el segundo ascenso de San Martín a Primera división, “Santos” y “Decanos” se cruzaron por los cuartos de final del Dodecagonal. En la ida en el Monumental, habían igualado 1 a 1; Daniel Rodríguez había adelantado a Atlético, mientras que Juan Carlos Daza había empatado para la visita, que había quedado mejor parada de cara a la definición.

Un nuevo empate beneficiaba a los dirigidos por Nelson Chabay por haber terminado mejor ubicados en la tabla de posiciones. El 28 de junio de 1992, en una jornada soleada, La Ciudadela era una caldera. Atlético se mostraba superior en el juego, pero no lo concretaba en el resultado. Hasta que hubo una jugada que marcó un antes y un después en ese choque y en la historia, claro.

Iban 18’ del complemento cuando Rodríguez entró al área y Gustavo Rescaldani le cometió penal. “Coquito” se levantó y corrió festejando, casi como si hubiera convertido un gol, hasta el banco visitante. Hubo reclamos, quejas y un hombre que se mostraba imperturbable, aunque la procesión iba por dentro.

Guillén estaba parado casi sobre la línea de su arco mirando al cielo. Movía sus labios y suspiraba. “Como siempre, en cada cosa que hago, me estaba encomendando a Dios”, confiesa el arquero. “Le pedí que me ayudara, sabía que era una jugada clave para el partido y necesitaba sacarla adelante”, agrega.

Domingo Cáceres, un central uruguayo de esos que tienen cara de pocos amigos, era dueño de una pegada furibunda. Justamente “Patón” lo había sufrido una semana antes, en el juego de ida en cancha de Atlético. “Recuerdo que pateó un tiro libre de más de 35 metros. Estaba muy tapado y no veía la pelota. Cuando me topé con ella no pude hacer mucho y me pegó en el pecho. Era la famosa pelota Pintier y estaba toda mojada. Me quedó marcada en el pecho casi por 10 días. Cáceres era una bestia, un animal pateando”.

Justamente, pese a que “Coquito” tenía una gran pegada, “Bomba” tomó el balón y lo acomodó en el punto de sentencia. “Recé y me agazapé. Tenía confianza y fe”, recuerda Guillén, que esperó hasta último momento, se volcó sobre su palo izquierdo y le puso las dos manos firmes al remate. El rebote le cayó a Pedro Pablo Robles, que la mandó al córner.

Hubo una avalancha feroz en la tribuna de calle Rondeau. Mucho más cuando a la salida del tiro de esquina, Néstor Sosa se fue de mambo y vio la roja. El destino comenzaba a guiñarle el ojo a San Martín. “Cáceres no le pegó con la violencia acostumbrada, pero no fue un tiro débil. La clave estuvo en esperarlo hasta último momento, eso muchas veces hace dudar al pateador. Esa técnica me permitió atajar varios penales a lo largo de mi carrera”, apunta Guillén, dejando en claro que ese penal significa muchísimo en su vida; mucho más por el final feliz de la historia. “Tengo un gran recuerdo de ese penal porque terminamos ascendiendo. Ojo, es una opinión mía. Quizás si no lográbamos el ascenso, no hubiera sido tan importante para mí. Pero yo lo recuerdo con mucha alegría y emoción”.

Guillén recostado sobre su palo, con los ojos abiertos, los dientes apretados y las manos bien firmes impulsando la pelota hacia el costado es una imagen que quedó grabada en la retina de todos los hinchas “santos”. Pero también, en la historia grande del clásico tucumano. Una atajada que le abrió a San Martín las puertas del cielo, gracias al “Patón” que se encomendó a Dios para quedar en la “santa” historia.

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