La historia detrás de una foto

La historia detrás de una foto

Madre migrante pasó a la posteridad como retrato de una época. Se trata de una de las siete fotos en serie que Dorothea Lange tomó con su cámara Graflex y reveló en gelatina de plata.

24 Mayo 2020

Por Matías Carnevale

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

La foto está alojada en la página de la Biblioteca del Congreso norteamericano, fue exhibida en el MOMA, retocada digitalmente y reproducida en un buen número de libros sobre fotografía e historia. Estos someros datos deberían servir para dar cuenta de su lugar en la cultura norteamericana.

En 1936, la Farm Security Administration (podría traducirse como Administración de seguridad rural) encargó a Lange un trabajo que documentara las condiciones de vida de los trabajadores rurales que migraban a California por los devastadores efectos de la Gran Depresión y el dust bowl. Si bien Lange rechazaba la descripción de su trabajo como fotografía documental, es una categorización que se sigue aplicando a su obra.

La mujer de la cámara

El libro Dorothea Lange, escrito por Kerry Acker y publicado como parte de una colección dedicada a grandes mujeres de las artes (Nina Simone y Virgina Woolf son otras), destaca su ética de trabajo. Además de incansable y voluntariosa, la fotógrafa es descrita como “la humanista suprema”.

Si a Woody Guthrie se le hubiera dado por la fotografía, el resultado no hubiera sido muy diferente a la producción de Lange. En otra de sus obras, Lange se detiene en un hombre apaleado por la vida al que vemos apoyado en una pared de madera. A su lado, cruel en el cartel, el rostro de un político (Culbert Olson, quien sería elegido gobernador de California) en campaña. Y, en otra imagen, una manguera de aire ostenta la leyenda, pintada ad hoc, “Este es tu país. No dejes que los poderosos te lo quiten”. Iglesias, caminos vacíos, campos polvorientos y huelgas también fueron parte de su repertorio en los años treinta, pero siempre prevalecen los retratos de la figura humana: arrugados, endurecidos, adustos, quebrados.

Lange había entrenado su ojo fotográfico durante su niñez y adolescencia en Nueva York, al observar la ajetreada rutina de los barrios judíos, y luego en el estudio del alemán Arnold Genthe, donde realizaba retratos para las clases altas. Luego de la caída de Wall Street de 1929, Lange, al presenciar la miseria y la lucha por la subsistencia en las calles, abandonó el estudio para llevar su cámara a donde se dirimía la vida pública.

Hacia 1933, la crisis se había cobrado 14 millones de desocupados, que vagaban por Estados Unidos atrás de un rebusque o un plato de comida. Esta realidad permeó en una serie de expresiones artísticas más crudas, a las que se plegó Lange, en un trabajo casi sin precedentes.

Un éxodo norteamericano

En su recorrido por los improvisados campos de migrantes, Lange seguía un método, en el cual se volvía casi invisible y se mentalizaba lo suficiente como para dejar atrás los preconceptos sobre las situaciones que hallaría. A menudo la fotógrafa charlaba con los retratados, y parece que ese fue el caso cuando pasaba por Nipomo, entre San Francisco y Los Ángeles. Allí se topó con Florence Thompson, madre de siete que había tenido que vender las ruedas de su auto para darles de comer. Los campos de arveja estaban congelados, y no había nada para cosechar, así que la familia -según el relato- vivía de los pájaros que cazaban los niños. Lange solo estuvo cerca de diez minutos con la joven viuda, tiempo que bastó para que el retrato adquiriera el estatus de icónico con el paso del tiempo. Pero, ¿cuánto hay de leyenda en esto?

Versiones, versiones

En una nota en Popular Photography de 1960, Lange narró lo siguiente respecto de su encuentro con Thompson: “Vi y me acerqué a la desesperada y hambrienta madre, como atraída por un imán. No recuerdo cómo le expliqué mi presencia o la de mi cámara, pero sí que no me hizo preguntas. Hice cinco tomas, acercándome cada vez más desde la misma dirección. No le pregunté su nombre o su historia. Me dijo su edad, tenía 32. Me contó que había estado subsistiendo de vegetales congelados que obtenían de los campos aledaños, y de los pájaros que cazaban sus hijos. Acababa de vender las ruedas de su auto para comprar comida. Ahí estaba ella, sentada en su carpa, con sus hijos abrazados a ella, y pareció entender que mis fotos podrían ayudarla, y por eso me ayudó. Fue una especie de trato igualitario el que hicimos.” La serie de fotos (no solo la de Thompson) tuvo como resultado una partida de ayuda de parte del gobierno federal, el mismo que financiaba el trabajo de Lange.

En 1979, Florence Thompson dio una entrevista a la NBC en donde la llamaban “la Mona Lisa de los años treinta”, tal vez por la capacidad que tiene la foto de intrigar (e inquietar) al espectador y por lo reconocible de la obra para quienes no tengan mayores conocimientos del arte o del período en cuestión. En ese reportaje, Thompson recuerda haber juntado algodón y haber trabajado en hospitales y bares para mantener a su familia. Ya no era un rostro anónimo en una serie de fotografías.

Thompson llegó a lamentar haber sido fotografiada por Lange, porque sintió que quedó atrapada en un estereotipo del estilo Viñas de ira. La mujer no había migrado junto con el resto de los trabajadores, que debieron abandonar Oklahoma, Kansas o Texas por el tazón de polvo -hacía una década que vivía en California cuando Lange la retrató-. La popularidad inmediata que adquirió la imagen en los medios no hizo nada para aliviar los problemas económicos de la viuda y su familia porque, después de la toma, ella y su familia siguieron su camino. Por otro lado, Thompson no era la mujer inmóvil, desesperada, que la foto parece reflejar: había participado en varias huelgas de trabajadores rurales en los años treinta, incluso como organizadora. La familia esclarece un poco más el asunto. Una de sus hijas consideraba que Florence, de sangre Cherokee, era “una líder” y “una mujer fuerte”, y su nieto Roger Sprague observa que Lange rompió su promesa de no publicar nunca la foto.

Cuando Jack Kerouac escribió el prólogo para The Americans, la famosa colección de retratos de Robert Frank publicada en 1958, observó algo similar al credo fotográfico que sostenía Lange, derivado de una máxima del filósofo inglés Francis Bacon, “las cosas como son”. En el libro de Frank, como en la obra de Lange, las caras de los retratados “no editorializan ni critican ni dicen otra cosa que así es como somos en la vida real y si no te gusta no me importa porque estoy viviendo mi propia vida a mi manera y que Dios nos bendiga a todos…”. Es cierto que una imagen vale más que mil palabras, pero también es cierto que mil palabras bien pueden explicar una imagen.

© LA GACETA

Matías Carnevale – Periodista cultural.

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