Otro bicentenario: la República de Tucumán

Otro bicentenario: la República de Tucumán

Entre el 17 y el 18 de mayo de 1820, un “congreso soberano” legitimó la República de Tucumán que Bernabé Aráoz había proclamado un par de meses antes. Aráoz cambió su rango de gobernador por el de Presidente Supremo de Tucumán, cargo que asumió al día siguiente, el 19. Ese año la flamante República contó con su propia constitución -jurada el 6 de septiembre-, moneda, bandera y Corte de Justicia, en reemplazo del antiguo Cabildo. Este bicentenario de un episodio de nuestra historia llamativo, relevante y, a decir verdad, poco conocido por el común de la ciudadanía, no llega en el mejor de los momentos. La dramática coyuntura sanitaria, en la que se combinan la pandemia de coronavirus y la epidemia de dengue, opaca las referencias y las conmemoraciones. Es una pena que así suceda.

No deja de impactar el concepto de república empleado por Aráoz, un título que mueve a imaginar pretensiones separatistas de lo que entonces era el territorio nacional. Corresponde destacar que no se trató de una movida en ese sentido, más bien lo que subrayó la República de Tucumán -que comprendía además Santiago del Estero y Catamarca- fue su carácter federal y la autonomía con respecto a la decisiones que emanaban de Buenos Aires. En ese sentido Aráoz fue un adelantado, porque la organización nacional y la Constitución de 1853 confirieron a las provincias buena parte de las atribuciones que Tucumán reclamaba y que aquella efímera república, terminada en 1821, logró conquistar.

La fecha representa otro eslabón en la cadena de bicentenarios que nos ofrece la riquísima historia provincial. Celebramos el de la batalla de 1812 y el de la Declaración de la Independencia de 1816, dos momentos decisivos que convirtieron a Tucumán en centro neurálgico del devenir argentino. Ese protagonismo estuvo atado a toda clase de vaivenes políticos, propios de la efervescencia de la época, económicos, sociales y militares, teniendo en cuenta que en nuestro territorio se encontraba la base del Ejército del Norte. Tucumán fue, durante todos esos años, un influyente factor de poder.

Por ese espinel se movió una figura tan particular como la de Bernabé Aráoz, un héroe de las guerras de la Independencia al que la historia, tan propensa a veces a poner etiquetas, rotuló como un clásico caudillo federal. Es cierto que muchos de los rasgos de su gobierno y de su personalidad se ajustaron a ese modelo, pero a la vez hay numerosos elementos de su temperamento, de sus juicios y de sus acciones que lo alejan del estereotipo. Sus biógrafos coinciden en una apreciación: se trató de una personalidad fascinante, ciertamente ambigua, que vale la pena descubrir en profundidad. Aráoz, como muchos de sus contemporáneos capaces de defender sus ideas a toda costa, murió fusilado. Esa ejecución fue un preludio de la ferocidad de las guerras civiles de las décadas siguientes.

La República de Tucumán acumula un valor que va mucho más allá de lo simbólico o de lo curioso. Fue consecuencia de un proceso histórico complejo y representó un antecedente clave en el entramado de conflictos de aquel país que daba sus primeros pasos. Para la provincia es, además, un episodio que dista de ser menor. Razones de sobra para darle la trascendencia que se merece en la conmemoración, y para que en el sistema educativo se explique a los estudiantes de los diversos niveles de qué se trató y por qué fue tan importante.

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