La ciencia en la periferia

La idea de que la investigación científica depende de la asignación de recursos ha sido central en la consideración sobre la tarea que se realiza en los institutos específicos y en las universidades. Tiene lógica: sin recursos, nada o poco puede hacerse y por lo tanto los más desfavorecidos en el reparto van a quedar rezagados.

Eso se vio con crudeza esta semana, cuando se supo que de los 900 proyectos presentados en todo el país para el estudio urgente del impacto de la pandemia de la covid-19, sólo uno había sido seleccionado por Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero. Un proyecto de estudio de Ciencias Sociales en busca de respuestas para atenuar ese impacto y buscar salidas para la población vulnerable (un 40% de los tucumanos) atrapada, sin herramientas, en lo peor del aislamiento social obligatorio.

Fue muy positiva la selección de este trabajo (que tiene una asignación de 2,5 millones de pesos) para una región que, al decir de Pablo Paolasso, director del proyecto, tiene “los grupos de la población más vulnerable del país, fuera del conurbano”. Se entiende la necesidad de buscar soluciones a una situación crítica que ahora asfixia a miles de personas: ahí están los desahuciados de La Costanera hoy, amontonados y sin agua, esperando que llegue un virus que exige distanciamiento y lavado de manos.

Orgullo herido

Pero también esta selección de un solo proyecto fue un bombazo al orgullo académico provincial bien ganado. ¿En un momento en que se necesitan con desesperación investigaciones concretas para entender el virus que ha paralizado al planeta, no se eligen las que vienen realizándose en nuestro medio? Por ejemplo, la propuesta de caracterizar sueros y plasma en pacientes convalecientes que ya hayan pasado la enfermedad, que tengan anticuerpos neutralizantes del coronavirus. No fue. Primaron las de otros centros de investigación mucho más fuertes en recursos, infraestructura y personal. Esta semana acaba de conocerse un primer resultado: científicos del Instituto Leloir, el Conicet y la Universidad de San Martín desarrollaron un test serológico que permite determinar, a partir del análisis de muestras de sangre o de suero, si una persona tiene anticuerpos contra el nuevo coronavirus. El ministro nacional de Ciencia y Tecnología, Roberto Salvarezza, elogió la calidad de los científicos argentinos que tuvieron este resultado a 45 días de la convocatoria por la emergencia de coronavirus. Resultado que coincide con sus apreciaciones de septiembre pasado, cuando en una mesa debate en la UNT describió que el 70% de los institutos de investigación se ubicaba en la región central: Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.

No hay dudas en el mundo científico sobre la tarea del equipo de Andrea Gamarnik (del Leloir). “Su gran experiencia era VIH, dengue y zika. La aplicó y sacó un kit que nos posiciona dentro de los ocho países del mundo que tienen un kit para determinar anticuerpos específico”, dice Silvia González, ex decana de la Facultad de Bioquímica de la UNT.

Evaluadores lejanos

Pero por detrás de la ausencia de propuestas locales en la asignación de investigaciones quedan dudas. ¿Hay descriminación, desconocimiento o, lo que es peor, falta de capacidad?” Paolasso advierte, por un lado, la asimetría ya señalada por Salvarezza: “En Buenos Aires están esos grandes centros, los que tienen peso indiscutible, donde están los biólogos, los bioquímicos, los médicos. Son más fuertes”.

Por otro lado, “el evaluador más cercano al Norte argentino estaba en Córdoba. Ese es otro problema del país. ¿Cómo hacer para que entiendan cuáles son los problemas que tenemos en el Norte si no tenemos alguien que nos represente? ¿Un conjunto de evaluadores?”. Lo reconoce el director del Conicet, Atilio Castagnaro. “Estamos tratando de luchar contra eso”, explica. Silvia González considera que “fue un baño de agua fría”, porque en Tucumán “hay investigadores que estudian virus; tal vez no hubo un proyecto armado para salir a la investigación inmediatamente”. Aunque, agrega, “el jurado tuvo una marcada ausencia de especialistas de provincias y no pueden decir que esa ausencia se debía a la incomodidad de viajar, porque toda la evaluación transcurrió virtualmente”.

Está claro que la investigación científica también entra en el país macrocefálico, centralista, que es federal sólo por su tamaño, pero con un enorme Júpiter (Buenos Aires) que atrae todo hacia sí y sólo mira desde su influencia e intereses.

Cada vez más chicos

La doctora González considera que “lo más unitario en nuestro país es la distribución demográfica. Grandes poblaciones y lugares desérticos; nunca una política para que una familia se pueda quedar en un lugar y pueda tener estudios y salud.” Y -añade- “las ciudades grandes se hacen más grandes (y se llevan los recursos) y los pueblos chicos se hacen más chicos”.

Esta suerte de discriminación socioeconómica se ve claramente en la asignación de roles y tareas en la sociedad según origen, capacitación y condiciones económicas de los distintos estamentos. A más lejos del centro, más atraso y menos posibilidades de progreso o de salida mínima del estancamiento. Falta de federalismo que se replica en la constitución de las provincias y los municipios. Ejemplo macro: el frustrado proyecto del gobierno de Raúl Alfonsín de trasladar la Capital Federal a Viedma. Ejemplo mediano: el frustrado proyecto de José Ignacio García Hamilton de montar una universidad en el interior tucumano. Ejemplos pequeños y tristes: las noticias sobre la falta de actividades y trabajo en localidades periféricas de nuestra provincia como Gobernador Piedrabuena o Garmendia, donde no hay nada excepto empleo público comunal. Hay que recordar la polémica que armó Ricardo Bussi cuando dijo “¿Para qué quiere una chica de La Cocha saber matemáticas, si ella va a trabajar la tierra?” Dura mirada pragmática y ciertamente unitaria, que exhibe la frustrante resignación que deja la falta de federalismo en nuestro pequeño territorio, orgulloso de sus cuatro universidades pero atragantado con una pobreza del 40% y un interior casi abandonado.

Es cierto que la emergencia del coronavirus ha puesto patas para arriba todo. Ha obligado a una reconsideración del rol de la ciencia, que siempre ha sido aprobado socialmente. En la última encuesta nacional (la cuarta, de 2015) de Percepción Pública de la Ciencia se marca que el 70 % de los encuestados opina que se trata de una profesión prestigiosa y que el 80% considera que el Estado le debería asignar más recursos.

Promesas y esperanzas

Ahora, tras un período oscuro en cuanto a lo económico, se promete más inversión y se espera con urgencia resultados. La emergencia ha obligado a que se produzca un acercamiento entre Estado (ministerios), universidades e instituciones de ciencia como el Conicet, en una fuerte articulación. Castagnaro dice que se ha generado una oportunidad única, un cambio de paradigma para reforzar ese vínculo hasta ahora débil entre las instituciones científicas y las estatales, que ha de permanecer después de la pandemia. Ricardo Kaliman, del área de ciencias sociales y vicedirector del Conicet, destaca, por su parte, que el hecho de que la tucumana Elisa Colombo se encuentre en la Secretaría de Federalización de la Ciencia en el ministerio nacional le va a dar una mirada representativa al interior. De hecho, la segunda convocatoria a proyectos locales, hecha por el Consejo Federal de Ciencia y Técnica, parece un paso adelante en materia de federalismo.

No obstante, el resultado de la primera convocatoria invita a pensar que las fronteras internas de la Argentina no son sólo geográficas y ni siquiera poblacionales. Son profundamente culturales y dictan la forma del pensamiento. Por eso Dios, que está en todas partes, atiende en Buenos Aires. Por ahora.

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