Ágata Galiffi: "La Flor de la Mafia" se marchitó en San Juan

EN SUS ÚLTIMOS AÑOS. Explotó un viñedo que su padre le había heredado en Caucete. EN SUS ÚLTIMOS AÑOS. Explotó un viñedo que su padre le había heredado en Caucete.
04 Mayo 2020

“Otro de los recuerdos que tiene mi padre es cuando la volvió a ver después de mucho tiempo. Ella trabajaba de cajera en un bar cercano a los tribunales”, rememora Olga, hija de Luis de la Rosa, el bombero que recorrió por primera vez el túnel que había excavado una banda liderada por Ágata Galiffi para llevarse la moneda de curso legal que se encontraba en el tesoro del Banco Provincia y reemplazarla por una cifra millonaria de billetes falsos que tenía en su poder. “No comentó nada acerca de que ella se hubiese acordado de que él fue quien la custodió. Pero sí me dijo que era el centro de atención del bar por su belleza”, agregó la mujer.

A lo largo de esta serie de notas, no quedaron dudas de que “La Flor de la Mafia” recibió ayuda de sus paisanos, con quienes conservaba vínculos por la relación que habían tenido con su padre, Juan “Chicho Grande” Galiffi, il capo di tutti capi de la cosa nostra rosarina. Al parecer, fueron las mismas personas las que le dieron trabajo para que pudiera cumplir con la libertad condicional. Y ese lugar fue el bar ABC, que aún se mantiene en la esquina de 9 de Julio y General Paz. “Mi abuelo me contaba que se robaba todas las miradas. Que al principio nadie la reconocía, pero cuando se supo quién era, todos se asombraron. Y más de uno comenzó a ir para verla”, dijo Juan Carlos Fernández, un habitúe del lugar.

Al cumplir la condena, Galiffi volvió a Rosario. Después se mudó a Santa Fe y por último se radicó en Buenos Aires. Fue en búsqueda de sus bienes. Pero desde que salió de su encierro sólo se topó con desazones y amarguras.

“Cuando nos detuvieron a mi marido (el abogado Rolando Lucchini) y a mí por hacer circular billetes falsos, él me hizo llegar un mensaje: ‘Vos decís que Fernández Mediano te entregó un paquete de cuarenta por sesenta envuelto en papel madera y atado con piolín. Entonces te van a condenar a vos y me van a largar a mí, y yo te saco en veinte días’”, relató en la entrevista que le hizo Alfredo Serra para la revista “Gente”. Pero nada de eso ocurrió.

“Lo hice, y el juez federal de Tucumán me condenó a 10 años… Mi único contacto eran las cartas de mi marido, condenado a ocho años y también preso en Tucumán. Habíamos jurado que el primero que saliera no descansaría hasta lograr la libertad del otro. Él salió antes… y me entabló juicio de divorcio… ¡por abandono malicioso del hogar!”, relató. Su otro amor, Arturo “El Gallego” Pláceres, recuperó la libertad en 1959 y se radicó en Buenos Aires, donde trabajó como distribuidor del diario “Crítica”, el que fue impiadoso con él en sus publicaciones.

“La Flor de la Mafia” pudo recuperar muy poco de lo que le había dejado “Don Chicho”. Perdió un departamento en la exclusiva esquina porteña de Santa Fe y Callao que tenía 13 habitaciones. En ese listado también aparecen propiedades en Rosario, cuadros y las joyas que tuvo que ir vendiendo de a poco para poder subsistir. Lo único que le quedó fue el viñedo que había comprado su padre en Caucete, en San Juan, llamado “La viña del Señor”. Allí se mudó en 1959.

Durante años explotó el emprendimiento vitivinícola. En esa provincia conoció a su nuevo amor: el pintor porteño Julio Fernández. Adoptaron una hija y vivieron felices durante mucho tiempo. A fines de los 60 dejó el campo y se mudó al centro sanjuanino, donde abrió una zapatería exclusiva. Se hacía llamar “Nena” y trataba de que nadie la reconociera ni mucho menos que se supiera de su pasado. Conservaba una cadena de oro de la que pendía un dije con una foto de “Don Chicho”, el hombre al que nunca dejó de idolotrar.

Los que la conocieron dijeron en medios sanjuaninos que llevó una vida tranquila en esa provincia. Una vida que acabó el 6 de junio de 1985 y por decisión de ella misma, ya que murió porque no quería comer. En su tumba sencilla hay una placa de bronce, con una de sus fotos, una frase afectuosa de su compañero y de su hija, y la figura de un reloj, que con sus agujas señala la hora de su muerte. 

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