Con Bolsonaro, nada es imposible

Con Bolsonaro, nada es imposible

Con Bolsonaro, nada es imposible

Hay algo que no cierra bien. Argentina, que sufrió unas 225 muertes por el coronavirus, ya tiene claro que no reanudará su fútbol por algún tiempo. Y Brasil, que acumula cerca de 6.500 muertes y tiene ya más infectados que China, amaga sin embargo planes para la vuelta de su campeonato. ¿Volverá acaso Brasil a jugar al fútbol cuando sus muertos lleguen a los 1.000 por día, como estiman fuentes oficiales que sucederá más pronto que tarde? Suena imposible, por supuesto. Aunque también es cierto que con un presidente como Jair Bolsonaro podríamos ironizar con aquel slogan que usaba Adidas para vender zapatillas en los Juegos Olímpicos: “Nothing is imposible” (Nada es imposible).

Allí está, sino, el informe del Ministerio de Salud brasileño que aprobó por un lado la vuelta del campeonato. Pero que, por otro lado, puso una serie de requisitos que, en rigor, hacen casi imposible pensar que pueda volver a rodar la pelota en un país que busca fosas para enterrar a tantos muertos y en el que los médicos carecen de una protección que, según parece, sí deberían tener en cambio todos los futbolistas para ser testeados cada vez que jueguen, como lo pide el protocolo del Ministerio de Salud. Los partidos, claro, se jugarían a puertas cerradas.

“El fútbol es relevante en el contexto brasileño y su vuelta puede contribuir para las medidas de distanciamiento social a través de la teletrasmisión de los partidos a los hogares”, dice textual un trecho del informe ministerial, que pide testeos también hasta para los familiares de todos los jugadores y admite inmediatamente que la misión es improbable “porque el sistema de salud brasileño está saturado”. El informe fue publicado el día en que Bolsonaro pidió exactamente la opinión de los organismos nacionales de salud porque él mismo abogó por la vuelta del fútbol. “Mucha gente dice que es favorable la vuelta porque el desempleo también está golpeando las puertas de los clubes. Los jugadores -dijo Bolsonaro- son jóvenes y si sufren el virus las posibilidades que tienen de morir son infinitamente pequeñas”. Bolsonaro llegó a decir días atrás que él mismo tiene una condición atlética que lo hace virtualmente inmune al virus. El presidente brasileño no citó informes médicos sobre su opinión de que el fútbol puede volver. Pero sí citó a su amigo Renato Gaucho, DT de Gremio, quien, con lógica, le respondió que los jugadores, como buena parte de la población, “tienen miedo”. El ex jugador Raí fue de los pocos que se animó a criticar abiertamente a Bolsonaro por su insistencia para que vuelva el fútbol. La cadena Globo ya comenzó a criticarlo. Uno de sus columnistas le pidió que “hable de deporte, no de política”.

Para Bolsonaro, claro, el miedo que puede sentir buena parte de la población de Brasil se debe a que la prensa hizo “una campaña enorme de terror, como si no pudiésemos quedar libres del virus, como si el virus fuese a matar a todo el mundo”. Nada convencerá a Bolsonaro, ni su amigo Renato y tampoco la presidenta de la Sociedad Brasileña de Infectología, Tania Vergara, quien dijo que no entiende cómo se puede especular con la vuelta del fútbol en una situación como la que vive hoy Brasil. Pero estamos hablando de Bolsonaro. El presidente que echa ministros en plena pandemia, que dice que se llama Messias (su segundo nombre) pero que no hace milagros y que entonces él, que es el presidente, nada puede hacer ante tantas muertes que sufre su país. Atraviesa una dura crisis política. Por eso suena ridículo preguntarse por qué Brasil piensa en que su fútbol puede volver y Argentina no. El Brasil de Bolsonaro produce demasiado dolor. El debate, entonces, pierde seriedad.

Es cierto, tampoco suena muy seria la decisión de la AFA de suprimir descensos ya no por una, sino por dos temporadas y abrir chances a la vuelta de un campeonato con hasta 30 equipos. Una cosa es proteger la economía de nuestros clubes. No quebrarlos. No hundirlos para que llegue luego un fondo de inversión supuestamente salvador. Pero otra cosa es aprovechar la pandemia para avanzar con proyectos que hablan de lo social pero que, de tan exagerados, parecen atender más a cuestiones electorales y construcciones de poder político.

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