Históricamente, Santiago del Estero siempre fue una fuente inagotable de jugadores que posibilitaron que el “Jardín de la República” fuera uno de los polos futbolísticos del interior del país. Aunque nació en Las Termas de Río Hondo, Carlos Ariel Ibáñez (45 años) se siente un tucumano más porque gran parte de su vida la pasó en la capital tucumana.
El “Negro”, como lo llamaban sus conocidos, fue uno de los mejores jugadores santiagueños que tuvo el plantel de Atlético en los últimos 30 años. Y los hinchas “decanos” lo recuerdan por su capacidad futbolística y la dinámica que le imponía a su juego.
Hoy nuevamente radicado en su tierra, LG Deportiva pudo dialogar con él para conocer las vivencias que le dejó su paso por la entidad de 25 de Mayo y Chile.
-¿Cómo se produjo tu llegada al club?
- Fue en 1991. Recuerdo que tenía 14 años y jugaba ya en el seleccionado termense. Un domingo fue a jugar el equipo liguista de Atlético que en ese tiempo era dirigido por Juan Paul. Ese día, a pesar de haber jugado apenas 35 minutos porque estaba incubando sarampión, al final del partido Paul me preguntó si me interesaba tener un período de prueba en el club.
-¿Y qué ocurrió luego?
- Cuando recibí ese ofrecimiento me volví loco de contento, porque era la chance que estaba buscando desde aquellos días en que corría en la canchita del barrio Toro Yacu, donde vivía con mi madre Petrona y mis hermanos Javier y Gabriel. Recuerdo que los primeros tiempos viajaba todos los días a entrenarme y luego retornaba a Las Termas. Así estuvo durante tres meses.
Luego el “profe” me dijo que fuera tres veces a la semana, por el tema económico. Los buenos resultados no tardaron en llegar porque en las inferiores salí campeón de Sexta, Quinta y Cuarta. Luego me subieron a la Primera local, donde jugué pocos partidos.
-¿Cuándo tenés el primer contacto con el plantel profesional?
- Fue en la temporada 1995. En ese entonces el técnico era Jorge Nicolás Higuaín. Había jugadores consagrados: Esteban Pogani, Pedro Monzón, Oscar Alfredo Graciani, Fabio Lenguita, entre otros. Ese año fuimos a San Pedro de Colalao.
-¿Desde ese momento tuviste continuidad en el plantel mayor?
- Lamentablemente no. En esos días volví a viajar todos los días a Tucumán. Recuerdo que un fin de semana me citaron para jugar un partido en el torneo de la Liga y cómo en ese tiempo no tenía mucha plata para pagar el boleto desde Las Termas a Tucumán, decidí guardar lo que tenía para viajar al día siguiente. Lo expliqué todo, pero el cuerpo técnico decidió bajarme al plantel liguista. En ese tiempo, nos daban viáticos.
-¿Ese “castigo” cuánto te duró?
-Al torneo siguiente, Ricardo Julio Villa -que asumió como técnico- me volvió a citar para trabajar con los profesionales. A partir de ese momento, empecé a ganarme un lugar. Recuerdo que fue ese año cuando Atlético perdió con Instituto con tres goles de Diego Klimowicz y se quedó sin posibilidades del ascenso a Primera.
- Repasando tu carrera, queda la impresión de que no tuvo la brillantez que mucho vaticinaban ¿coincidís con esa apreciación?
- Sí, puede ser que la gente esté acertada en su opinión sobre mi carrera. Mi gran error fue no haber tenido nunca un representante que maneje mis intereses, y que no reclame las deudas que el club tenía conmigo. Recuerdo que en la temporada 1999/2000 estuvimos casi todo el certamen sin cobrar.
Mientras la mayoría tenía quién le maneje su carrera, yo me terminaba desgastando tratando de exigir que me cumplieran lo pactado. Eso también pasaba con otros chicos. Esto nos obligaba a buscar a hinchas del club para que nos ayuden económicamente.
-Para muchos quedó poco claro tu frustrado pase a Independiente ¿qué pasó?
-Fue a comienzos de la temporada 1999/2000. Un día, al término del entrenamiento vino Julio Miranda, que era el presidente del club, y me comentó que Independiente me quería. Cuando me comentó eso, quedé loco de contento porque era el desafío que estaba esperando de poder ir a un grande de Buenos Aires, aunque me desvivía por jugar en Primera vistiendo la camiseta de Atlético. En ese tiempo, César Luis Menotti era el DT y su hijo, que era empresario, es quien tenía intención de comprarme el pase.
Cómo no llegaron a un acuerdo en lo económico. Cuando ya estaba en Villa Domínico, los dirigentes de Atlético me obligaron a regresar. En ese tiempo, tuve posibilidades de irme a jugar a Instituto de Córdoba y a Olimpo de Bahía Blanca, pero no se dio.
-¿Qué te dejó tu paso por el club?
-Fue y será por siempre mi segunda casa. Porque a los 14 años me abrió sus puertas para que haga lo que más me gustaba. Es un club al que llevo muy adentro de mi corazón y al que siempre voy a estar eternamente agradecido por lo que me brindó. A pesar de que me quedaron debiendo plata, nunca intenté accionar judicialmente para cobrar. Es que mi amor por Atlético es tan grande, que aún ahora, a la distancia y cuando tengo la oportunidad de viajar con mi hija Carla (23 años), otra fanática “decana”, sufrimos por el club como dos hinchas más. Ella, que era muy chica cuando yo jugaba, ahora se asombra al ver cómo creció el club. La llevé a ver los partidos de la Libertadores y cuando jugó con River y con Boca.
- Si tuvieras que realizar una autocrítica sobre tu carrera ¿qué te reprocharías?
- Siempre fui un jugador muy temperamental y eso fue algo que me persiguió a través de toda mi carrera. Podía estar jugando el mejor partido de mi vida y en cinco segundos echaba todo por la borda con actos de irresponsabilidad que no deben ser propios de un jugador de ese nivel de competencia. No haber tenido la capacidad para dominar mis impulsos, fue algo que nunca me terminaré de lamentar. Hoy estoy trabajando en la Dirección de Deportes en la Municipalidad de Las Termas como instructor de fútbol. Cuando veo que algunos de los chicos muestran ciertos desbordes emocionales, les digo que cambien, porque ese carácter no lo llevará a ningún lado. Distinto habría sido si en aquellos tiempos, en el club hubiéramos tenido un psicólogo para que nos ayude.








