“El silencio del pantano”: la película española empantanada en sus propias pretensiones

“El silencio del pantano”: la película española empantanada en sus propias pretensiones

Un escritor que narra sus propios crímenes, con la corrupción valenciana como trasfondo

“El silencio del pantano”: la película española empantanada en sus propias pretensiones

Buena

Película en Netflix

Cuesta calificar a una película cuando de a ratos logra alcanzar sus pretensiones. Pero una puesta en escena impecable, muy buenas actuaciones, música de primera y la mejor propuesta estética no son suficientes si el guión tambalea entre lo que quiere contar y lo que verdaderamente cuenta.

Es el caso de “El silencio del pantano”, ópera prima de un experimentado director de televisión como Marc Vigil (El misterio del tiempo), que pretende mostrar en una sola película las corrupciones políticas en España, el mundo del crimen organizado, las vicisitudes de un escritor devenido en asesino serial y el guiño del metalenguaje donde no sabemos si lo que vemos sucede o es parte del texto literario. Por momentos las piezas encajan, por momentos no y las ambiciones superan a Vigil.

La película es la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Juan José Braulio Sánchez publicada en el año 2015. La historia nos lleva hasta Valencia, una ciudad salpicada por hechos reales de corrupción que en 2018 expusieron al Partido Popular de España. Aquí, seguimos a un misterioso escritor que conoceremos como “Q” (Aunque todos pensaremos en Berlín de “La Casa de Papel” al ver a Pedro Alonso en el personaje). En sus libros narra sangrientos asesinatos utilizando como telón de fondo la corrupción política. Aunque pronto vemos que los crímenes no son ficción como parece y que mantiene una doble vida que le sirve de inspiración para sus novelas. El secuestro de un político y catedrático corrupto lo cruza con el resto de los personajes principales: Falconetti (Nacho Fresneda), un sicario al servicio del crimen y La Puri (Carmina Barrios), una gitana reina del negocio de la droga.

Algunas escenas de acción y casi western ponen al espectador al borde de la silla pero llegan demasiado tarde. El pantano como metáfora de la podredumbre humana queda deslucido por la voz en off casi omnipresente del escritor que necesita reforzar constantemente los símbolos. Pedro Alonso, sin embargo, hace un trabajo excelente en el papel de escritor-asesino incapaz de empatizar con la gente. Aunque lo lleva demasiado lejos, y le cuesta también la empatía con el espectador. El resto del reparto consigue buenas pinceladas para sus personajes pero se ven en la vergonzosa necesidad de explicar en voz alta sus historias de vida. Un pecado común de las adaptaciones literarias que no saben cómo resolver la brecha entre el cine y la literatura.

Pájaros revuelan alborotados en el cielo sobre el pantano. Un hombre contempla de espaldas la tierra inundada. El sonido del aleteo se vuelve insoportable. La primera imagen de la película vuelve para cerrar un final críptico. Y en el camino quedan al descubierto las pretensiones del director, hundido en el lodazal. Para algunos habrá salido a flote, para otros no.

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