la gaceta / foto de Inés Quinteros Orio la gaceta / foto de Inés Quinteros Orio
12 Abril 2020

Por Penélope Albornoz - Música.-

Al reflexionar sobre la cuarentena lo primero que me viene a la mente es la contradicción entre quietud y contínua transformación. Se trata de una rutina diaria que parece no terminar nunca y que, a la vez, promueve cambios emocionales minuto a minuto.

Suelo ser una persona muy organizada y con una agenda apretada; me gusta mantenerme ocupada a todas horas del día. Mi jornada antes del aislamiento consistía en estudiar, ensayar con la orquesta y con grupos de cámara, ir al gym, cocinar, atender la huerta… Por eso al empezar el confinamiento me puse muchos objetivos, pero conforme pasaba el tiempo dentro de casa sin cambiar de ambiente ni de concurrencia, todo empezó a hacerse más difícil y a estancarse; no podía lograr la productividad que deseaba.

Este impasse me ha hecho pasar por momentos de relajación y descanso necesarios, así como por una inactividad pasmosa que me afecta. Por eso creo que es bueno intentar volver a los orígenes, a lo básico. Escalas y arpegios, el esqueleto de toda música, como gimnasia y meditación sonora. También probar un instrumento nuevo, la guitarra en mi caso, a modo de divertimento mientras repaso algunas bases de armonía. Emocionalmente me cuesta preparar música para conciertos que no sé si se podrán realizar, por eso prefiero volver a tocar la música que me inspiró en el pasado, así no pienso tanto en la incertidumbre del futuro.

Este parate que está sucediendo en el mundo entero nos afecta a todes y, muy profundamente, a quienes trabajamos del espectáculo en vivo. Sabemos que será una de las últimas disciplinas que volverán a la “normalidad” y mientras tanto las cosas se adaptan, puesto que no se pueden detener del todo. Podemos compartir y recibir nuestro arte a través de las redes o en algún concierto de balcón. El disfrutar de la música como público hoy ya no es como antes; es masivo a la vez que solitario... Es como estar bailando junto a un montón de gente, pero escuchando la música con auriculares; aunque escuchamos lo mismo, la vivencia es diferente para cada quien. No peor ni mejor; distinta.

Temo que muchas cosas nunca volverán a ser como eran antes. Aprenderemos a saludarnos de lejos, a compartir de otras maneras y a ser respetuoses del espacio ajeno. Posiblemente también aprendamos a apreciar con mayor goce las pequeñas cosas que hoy no se pueden, como el abrazar a la familia y amigues, el salir a alguna plaza a disfrutar del día de sol, y quizás nos quede la experiencia de superar las dificultades juntes aunque separades... Como esa gente reunida bailando con auriculares.

Esperemos que sea una evolución.

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