La epidemia de 1887: malas noticias

La epidemia de 1887: malas noticias

El cólera ya había instalado en el país en noviembre de 1886, se habían producido tres muertes. En diciembre, médicos tucumanos comenzaron a reunirse para enfrentar lo inevitable, que la enfermedad llegue a la provincia.

Dos escenas del Mercado del Algarrobo, de Tucumán. Diariamente acudían a  comprar, a comer o simplemente a reunirse y conversar, miles de personas por este espacio que hoy ocupa más de media manzana entre calles Mendoza, Maipú, Córdoba y Junín. Dos escenas del Mercado del Algarrobo, de Tucumán. Diariamente acudían a comprar, a comer o simplemente a reunirse y conversar, miles de personas por este espacio que hoy ocupa más de media manzana entre calles Mendoza, Maipú, Córdoba y Junín.

1887 comenzó atrozmente. Los primeros días del año ya se contaban por miles los muertos que, desde los primeros días de diciembre del 86, el cólera desparramaba por todo Tucumán. La epidemia más devastadora que haya sufrido la provincia, fue una calamidad que duró menos de tres meses. Páez de la Torre la relató en varias oportunidades. Vamos a tomar de él varios datos, así como también usaremos informaciones del diario local “El Orden”. Este vespertino siguió descarnadamente el caso, narrando día por día la espera y los dramáticos momentos que sacudieron a una sociedad que vivía en vilo, mientras la muerte se apoderaba de las calles y de sus seres próximos.

Para esos momentos, hacía ya una década que, tras el arribo de la primera línea ferroviaria, se había disparado la producción de azúcar. En 1886 se habían producido 20.700.000 kilos, con unas 12.000 hectáreas plantadas de caña. Se habían creado nuevos ingenios: La Corona, Providencia, Santa Lucía, San Vicente, El Manantial, Bella Vista y San Felipe de los Vega. Los establecimientos más antiguos se veían obligados a modernizarse o cerrar. Las enormes maquinarias de la firmas Fives Lille, Cail, Fawcett & Preston eran sinónimos de progreso y producción. En esta economía que aceleraba su crecimiento a fuerza de azúcar, la sociedad entera crecía, pues llegaba permanentemente mano de obra a sus campos. Se había inaugurado una línea de tranvías urbanos y, desde 1883, la ciudad contaba con un nuevo Hospital Mixto: “Nuestra Señora de las Mercedes”. El actual Hospital Padilla. Pronto, aquellos recién llegados obreros, técnicos, pequeños comerciantes y cuentapropistas se iba a transformar, por fallas en la previsión e higiene, en una población expuesta a las enfermedades.

La epidemia de 1887: malas noticias

La sociedad estaba dividida en “liberales” y “mazorqueros”. La verdadera clase poderosa de Tucumán se reunía, en el Club del Progreso o el Club Social, según el partido al que pertenecieran. El flamante gobernador de la provincia, Juan Posse, recién había asumido en setiembre del 86 y no lograba acomodar las cosas, en un escenario con violentos enfrentamientos políticos.

Por las calles circulaban vendedores en mulas y burros, “Las mujeres voceaban tortas fritas, chancacas, tamales y empanadas”. Los mercados, eran los lugares de reunión popular, “con carne y verduras que se exhibían en medio de una nube de moscas”.

El verano asomaba atroz, con los calores insoportables. Para fines de octubre y comienzos de noviembre, las tormentas y la canícula parecían un mal augurio para el fin de año. Ya se habían detectado unos cuantos casos de cólera en la zona de La Boca del Riachuelo, en Buenos Aires. Todo parecía controlado, hasta que el flagelo apareció en la ciudad de Rosario donde empezó a hacer estragos. El 8 de noviembre de 1886 llegaron a Tucumán las primeras noticias del brote de cólera en Santa Fe. “El Orden” publicó al otro día: “Más de 30 casos ocurrieron antes de ayer”, caratulando a la situación de “mala” y advertía que “está, pues, Tucumán en peligro más o menos próximo”. Ese mismo día se organizó una reunión de médicos, de la que participaron las eminencias médicas de la ciudad. Debían tomarse, de inmediato, medidas preventivas. 

Empanadera tucumana, en una foto perteneciente al Archivo General de la Nación. Desde los arrabales al centro, por las calles de Tucumán, circulaban todo el tiempo vendedores ambulantes de los más diversos rubros. Empanadera tucumana, en una foto perteneciente al Archivo General de la Nación. Desde los arrabales al centro, por las calles de Tucumán, circulaban todo el tiempo vendedores ambulantes de los más diversos rubros. ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN.

Los días siguientes, comenzaron a publicarse recomendaciones de higiene: limpiar el interior de las viviendas, blanquear las paredes con cal, desinfectar las letrinas y hacer hervir el agua. La Oficina de Química Municipal comenzó a distribuir un preparado desinfectante. Mientras tanto, se aconsejaba “comer moderadamente, evitar embutidos, conservas, frutas y helados; bañarse con frecuencia, no exponerse al sol y ser muy moderado en el uso de placeres y bebidas fermentadas”.

Todas las zonas circundantes de la ciudad de Rosario, empezaron a tomar medidas. Córdoba dejó de recibir transportes rosarinos; “los trenes no llevarán carga ni pasajeros y viajarán únicamente hasta Tortugas” (EO, 12 nov), incluso en Uruguay se rechazó barcos de esa procedencia. Las previsiones estaban en marcha. El día 22 de noviembre, llegó de Córdoba un telegrama en el que se informaba que habían muerto tres personas, y había al menos dos casos nuevos, “todos constatados de cólera”. Comenzó a cundir el pánico.

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