Mitos y verdades de la restauración de obras de arte

Mitos y verdades de la restauración de obras de arte

Cuando un bien cultural se degrada por el paso del tiempo y la solución es quitarlo de la vitrina, los restauradores aparecen en escena para dar un soplo de vida a lo que se cree perdido.

TODO UN ARTE. Restaurar una pieza requiere de un trabajo y una precisión quirúrgica. GENTILEZA ARCHIVO TIMOTEO NAVARRO TODO UN ARTE. Restaurar una pieza requiere de un trabajo y una precisión quirúrgica. GENTILEZA ARCHIVO TIMOTEO NAVARRO
04 Febrero 2020

Siempre llevan consigo un bisturí (no son cirujanos), una lupa (no son científicos) y una pinceleta (no son pintores). Su labor es digna de valientes que a contrarreloj trabajan para alargar la vida de objetos preciados por la humanidad. Con delicadeza y premura, los restauradores evitan la muerte del legado cultural que nos convirtió en lo que hoy somos.

Estos “superhéroes” no viven sólo en las búsquedas de Google o en el recuerdo de una película referida al arte. En nuestra provincia hay profesionales que trabajan en el cuidado de edificios como el templo de San Francisco y el museo de la Casa Histórica.

LA GACETA se contactó con la escultora y restauradora Beatriz Cazzaniga para revelar los mitos y verdades de una profesión que dibuja mística y romanticismo en una sola pincelada.

“El restaurador tiene la responsabilidad de mantener los bienes culturales que hacen a nuestra sociedad y que definieron nuestra personalidad, forma de pensar y actuar”, fueron las primeras palabras de Cazzaniga.

Muchos creen que la reparación de objetos artísticos es una tarea librada al azar cuyo éxito depende de la inspiración que vuela en el aire en ese momento: “la gente piensa que es pintar y recuperar las partes perdidas, pero no es así porque se trata de una tarea compleja, ya que se debe estudiar tanto los componentes de la obra como la época en la que fue creada, todo tiene un porqué”, señaló la escultora.

Cecilia Barrionuevo, licenciada en Artes y restauradora, es la encargada de la conservación de las obras del solar donde se declaró la independencia argentina. “El momento en el que el profesional empieza a actuar es cuando el objeto se encuentra en un estado de destrucción. Lo que se hace es prevenir el envejecimiento precoz de la obra”, agregó Barrionuevo.

Al igual que un método científico, el proceso de conservación tiene un arquetipo para garantizar el mejor resultado posible: primero se hace una limpieza artificial, luego la ubicación del objeto en condiciones estables de luz, humedad y temperatura. Por último, observarla y monitorearla.

El restaurador no trabaja en solitario como suelen esbozar algunas películas donde se ve al artista concentrado en su mundo, tratando de salvar la existencia de un cuadro, sino con la colaboración de otros especialistas como biólogos y químicos e historiadores.

“Hay un montón de gente que contribuye con sus conocimientos para que nosotros logremos sistematizar y comparar los datos”, explicó Cazzaniga.

Ambas profesionales coincidieron en la importancia de elaborar un informe exhaustivo que contenga cada una de las intervenciones que se le realizó al objeto para que el trabajo sea lo más transparente posible. “Tenemos que respetar íntegramente lo que hizo el autor, trabajando con materiales reversibles para que el día de mañana si un pigmento debe ser retirado por alguna razón, no sea motivo de daño para el objeto”, apuntó Barrionuevo.

La otra cara

La idea de trabajar en el aire a varios metros sobre el suelo con químicos y un arnés que sostenga la vida puede parecer emocionante para quienes están detrás de la vitrina, aunque en realidad no lo sea. “Hace años me intoxiqué con un solvente y estuve muy mal. No me quisieron atender porque ese químico era usado para la síntesis de drogas y tuve que explicarles sobre mi trabajo. Me dijeron que por única vez me iban a cubrir los estudios pero que debía dejar mi profesión porque nadie podría asegurarme nada”, recordó Barrionuevo con la voz tensa. La inhalación sostenida de sustancias químicas trajo consecuencias en su salud: “cada seis meses me hago chequeos médicos por nódulos. A esta altura de mi carrera me veo obligada a hacer un balance entre mi vida y el patrimonio cultural”.

Ambas “guardianas” del arte coincidieron en otro punto que afecta severamente el trabajo del día a día: la falta de presupuesto para el área de conservación.

En el inconsciente colectivo está la idea de que esta especie de “hadas” con lupa y delantal devuelven vida a las esculturas y cuadros por arte de magia. “No entiendo el orden de prioridades que hay acá, es muy difícil que se pongan en marcha políticas públicas donde se planifiquen obras de restauración. No veo que se valore la cultura”, comentó Cazzaniga.

Por su parte Barrionuevo agregó con crudeza: “en esta profesión se utilizan solventes químicos altamente cancerígenos. Sinceramente no se está contemplando, así que trabajamos con los recaudos personales porque el Estado no nos protege”.

Vueltas de la vida

Barrionuevo empezó estudiando cinco años de agronomía, pero por un giro inesperado de la vida se fue al rubro de las artes para finalmente terminar haciendo un posgrado de restauración con profesores españoles.

“Como la restauración es muy técnica, me fue robando la creatividad, pero para que no desaparezca del todo lo que hago es tejer en telar. Me encanta, porque es mi cable a tierra”, reveló la licenciada entre risas.

Cazzaniga con su curiosidad innata que poco a poco fue entrenando, estuvo inmersa en el mundo artístico desde el seno familiar: “mi padre que fue ebanista me enseñó a amar los materiales y cuidarlos. Yo lo acompañaba y veía el amor que tenía por los muebles”. (Producción periodística: Milagro Molina)

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