Tango queer en Tucumán: la figura conductora del hombre dejó de ser imprescindible

El cambio de roles es lo novedoso de esta variante que tiene a la provincia como única sede del NOA donde se lo practica.

Tango queer en Tucumán: la figura conductora del hombre dejó de ser imprescindible
03 Febrero 2020

Cuando la línea corporal de dos personas se siguen continuamente sin detenerse mientras la voz de Tita Merello resuena entre cuatro paredes, las almas se ensanchan y el mundo también. En pleno movimiento, los paradigmas sociales se hacen flexibles para dar lugar a nuevas formas que a veces implican un impacto de riesgo.

Con el atrevimiento típico de lo extravagante, una tucumana desnudó una faceta -poco conocida en nuestra región- del tango para promover una danza que no distingue sexos: el tango queer.

Margarita Bollea, una de las referentes de esta nueva modalidad y fundadora de una milonga/tango queer del NOA bautizada como “La Revirada Queer” (revirada hace referencia a la torcedura de algunos árboles, explica).

“El tango queer para mí es dar una posibilidad a las personas que bailan tango para que elijan libremente el rol que quieren desempeñar”, explicó Bollea.

Esta danza que en sus inicios se desarrollaba entre mocasines acharolados y tacos sonoros, con este nuevo giro busca borrar las delimitaciones entre hombre y mujer: “este es un espacio donde no nos regimos por los códigos tradicionales, sino que habilitamos otras formas de comunicación. Aquí el tango se puede bailar entre personas del mismo sexo o se puede dar un intercambio de roles”.

La cuestión de los límites también se trasladó al campo del baile. Saber hasta dónde puede llegar el juego de la seducción es importante en el tango queer. “Se sostiene un diálogo respetuoso procurando cuidar el cuerpo del otro. Nos importa mucho el consentimento de la otra persona. En este caso la transición de la marca no se impone sino que se construye”, apuntó la coreógrafa.

La “new age” del 2x4

“La Revirada Queer” nació a comienzos de 2018 como una milonga que parecía tradicional, pero detrás de cada ensayo se escondía algo inusual que alimentaba la curiosidad en los alumnos: la profesora sacaba a bailar a las mujeres y proponía a los hombres de la clase el intercambio de roles.

En diálogo con LA GACETA, la docente comentó que en Buenos Aires la movida ya estaba haciendo furor y vio que era el momento indicado para importar el tango reversionado a Tucumán.

“Una noche me di cuenta de que quería abrir un espacio alternativo dentro de la milonga, donde se puedan crear y explorar nuevas formas de sentir el tango”, recordó Bollea con una voz vibrante de emoción.

Condimentos como la sensibilidad y la empatía encendieron la luz verde para fomentar un lugar donde el encuentro con la otra persona esté libre de juicios que opaquen el verdadero sentido del movimiento de los cuerpos, la libre expresión.

Del pensamiento a la ejecución no pasaron muchos días hasta que Bollea le confió su sueño a Alina Farah, bailarina tucumana y amiga: “llegó el momento de que hagamos un ciclo de milonga queer y quiero que lo hagamos juntas”.

El detrás de escena

Con una carga moral encima, la propuesta que Margarita denomina “disidente” abrió las aguas entre quienes estaban a favor y en contra. “Muchas personas se sintieron identificadas con la movida y se mostraron muy interesadas en participar activamente en estos encuentros”, añadió la profesora de tango.

Sin embargo, algunas voces del mundo artístico empañaron sin filtros la idea de Bollea: “llegué a recibir mensajes que decían que estaba arruinando el tango y que les parecía horrible”. En estas circunstancias, imaginarse un par de zapatos bien lustrados junto a un vestido que enseñe ligeramente las piernas, puede parecer descolocado bajo lo que el adjetivo “queer” engloba. “Nuestra milonga es bastante informal. No se baila necesariamente con zapatos de tango. Lo hacemos con zapatillas o a veces descalzos. Es muy libre”, señaló Bollea.

La elección de los temas musicales tenía una sola condición: la voz sonante tenía que ser de mujer.

Compartiendo magia

Dos jóvenes se animaron a dar su testimonio de esta nueva era del 2x4 que promete seguir sorprendiendo a más de uno.

Agustina Álvarez, una luthier de 28 años, estuvo presente en los ciclos de tango queer que se llevaron a cabo en la provincia: “Lo que me atrae de esta danza es la conexión mágica que se genera entre las personas que bailamos, en una tanda de tres o cuatro temas. Ese encuentro es único”.

La bailarina de tango Paula Sánchez se mostró entusiasmada. “Me encuentro con un espacio bastante cómodo y ameno donde no hay un rol determinado que te encasille”, comentó.

La bailarina enfatizó en la necesidad de que estas prácticas se multipliquen para disminuir los casos de acoso en la danza: “soportar que nos toquen de más la cadera o que nos abracen exageradamente nos obliga a cuestionar si en verdad esas situaciones nos hacen bien como sociedad”. (Producción periodística: Milagro Molina)

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