Palabras que 2019 se llevó

Palabras que 2019 se llevó

Ha sido un año duro. Las buenas palabras se quedan debajo de la cama y no se animan a salir. Hay términos que se van gastando y se van apagando. Y otros que no significan lo mismo para todos. Como “solidaridad”. O “reforma”...

La Real Academia Española ha elegido 14 palabras para definir 2019. Entre las principales figuran “feminizar”, “euroescéptico” y “clima”. Nada descabellado. La mujer y su potencia ha tomado posesión de su lugar. Europa se desmorona detrás de los movimientos que no se sienten contenidos por la unión que supo consolidar un bloque monolítico que hizo crecer a los países que la integraban. Y, finalmente, la crisis que golpea a todo el mundo por el maltrato que le damos ha derivado en una discusión “climática” en la que todos se mueven con eufemismos y vergonzantes posiciones.

Las otras 11 terminan de definir las preocupaciones y atenciones que tenemos los pobladores de este planeta. En el listado se anotan: “progreso”, “deporte”, “constitución”, “confianza”, “acogida”, “estado de bienestar”, “elecciones”, “inteligencia artificial”, “escuela”, “autodeterminación” y “triunfo”. Todas caben en nuestro país, modelo 2019; y obviamente, en nuestra pequeña comarca.

Seguramente ustedes, aquí abajo del texto, sumarán muchas más que sin dudas leyeron, dijeron, usaron, gastaron y repitieron a lo largo del año. Y, posiblemente, “crisis”, “pobreza”, “dieta”, “grieta”, “inflación” y “dólar” van a estar en el “top ten”. Ha sido un año duro. Las buenas palabras se quedan debajo de la cama y no se animan a salir. Es difícil encontrar a los que les ha ido bien. Aún aquellos que no han sufrido pérdidas ni heridas no la han pasado mejor que en otros años.

Reformar, esa es la cuestión

En nuestra cotidianidad, las palabras se van gastando y apagando como la vida misma. Y también están aquellas que todos creemos que significan lo mismo pero que según el interlocutor, o su ideología, pueden llegar a expresar exactamente lo contrario. “Solidaridad” es una de ellas.

“Reforma” es otra. Especialmente en Tucumán este vocablo toma sentido o renace cuando el gobernante de turno empieza a perder poder y, por lo tanto, se desespera por retenerlo. Entonces “reforma” se convierte, en realidad, en una construcción nominal y en verdad quiere decir “reforma constitucional”. Y “reforma constitucional” tiene significados muy disímiles.

Para el vicegobernador Osvaldo Jaldo y para sus acólitos significa que hay que tener paciencia o resignarse a que nunca llegarán al sillón de Lucas Córdoba.

Para el gobernador Juan Manzur es la gran oportunidad de seguir en su silencio camino político. Le abre la puerta de la reelección indefinida, es decir a la perpetuidad en el poder. Nada más contradictorio. La fortaleza de la democracia está en las elecciones que permiten renovar sus cuadros. Ese es el oxígeno de la política. Si un político exige la reelección indefinida es porque además de egoísta es un dictador en potencia, nada solidario y muchos menos preocupado en el crecimiento de su comarca.

Cuando al gobernador se le consulta, él responde “todavía no he decidido nada”. Sabe que tiene por lo menos un año para tomar la decisión.

Para aquellos opositores que tienen sueños y aspiraciones, la reforma es tentadora. Se denominará “reforma constitucional”, pero será el apelativo de una reforma de sistema. Si algo sabe la oposición en Tucumán es que mientras se mantenga el sistema electoral de “acoples” y del manejo de los fondos públicos, nunca (vale la pena releer este adverbio), nunca podrán ser gobierno. Entonces, a muchos opositores no les disgusta negociar reelección indefinida por cambios del sistema.

Y, en los últimos días ha aparecido otro sector interesado en la reforma. No se trata de un grupo político más ni de un nuevo espacio. Son nada menos que peronistas. Dirigentes que han estado cerca de la estufa del poder y que ahora caminan cómodos por la calle y por el futuro, pero no siente el calor del poder y sí la acidez interior de la envidia. “Hay que hacer la reforma porque esto no da para más”. El interlocutor desprevenido se imaginará que se trata de un manzurista de la primera hora y por lo tanto le retruca esto de que no es buena la reelección indefinida y de que… (bueno, ya lo leyeron antes). Pero el peronista que alguna vez ya fue concejal se despacha: “no, hay que cambiar el sistema, así no puede seguir”. Más incrédulo aún, el periodista se solaza y siente que la necesidad de tener instituciones fuertes hace falta y, a la vez, se entusiasma porque es un discurso diferente que emana del político. Entonces, su ocasional compañero de charla suelta: “hay que cambiar el sistema: estos que están ahora están llenos de ‘guita’ y siguen alzando en pala”. Fin de la conversación. Él se entusiasma y empieza a tirar nombres y cifras de lo que se llevaron. Pero no tiene cómo confirmar nada. La ambición, el orgullo y la envidia suelen soltar la lengua más que el alcohol.

Parece que la humedad de los últimos tiempos ha hecho que este tipo de dirigente este creciendo como hongos en las calles y la palabra “reforma” se escucha, por lo tanto, con mayor asiduidad.

Juan y Carlitos

El político escribe su presente en futuro. El problema que atraviesa el gobernador de Tucumán es que el pasado lo traiciona. No puede conjugarlo. Lo traba, lo complica. Ni el pasado reciente le da certezas. A aquel Manzur íntimo de Alberto Fernández se lo ha llevado el viento. Y todo el futuro que Juan le prometió cuidarle a los tucumanos lo puso en la aseguradora de Alberto. Y no hay plan B, al menos por ahora. Por eso Tucumán sale a endeudarse, por eso los policías no tienen autos con nafta y por eso el canciller Manzur es un ministro de guerra a punto de estallar.

Precisamente, e inesperadamente, un guerra silenciosa se viene desatando entre el gobernador y nada menos que el arzobispo de la provincia. Los gestos públicos advierten que algo pasó entre ellos. Y este 24 de diciembre, Carlitos, como le gusta al prelado que le sigan diciendo, estuvo en la plaza sin que el mandatario provincial se le acercara. Y, estuvo con los más necesitados con los que pronuncian la palabra “POBREZA” así, con mayúsculas. El desencuentro también se había dado en la asunción de Manzur. Al canciller, en este último trimestre, parece que le retiraron todas las cartas diplomáticas.

“Federalismo” es una de esas palabras que se resisten en su lecho de muerte. Es una de las razones por las que Manzur ha perdido el timón de la política tucumana. Buenos Aires es un imán irresistible y necesario. Para los dirigentes de la oposición también.

El silencio de siempre

Ahogados por la maledicencia, los políticos han empezado a tomar conciencia de que en el mar de la pobreza, el recorte de gastos públicos (de todos los ciudadanos) es el nombre de uno los botes salvavidas. El bussismo insiste con reducir los costos de la política en Tucumán. El legislador de Libres del Sur, Federico Masso, pese a estar en las antípodas de Fuerza Republicana, coincide, aunque advierte que el congelamiento de remuneraciones debería ser para todos los poderes. Un dedo en la llaga que no todos se animan a poner.

Sus ideas y sus proyectos se anotan entre los buenos augurios que se esperan a fin de año, sin embargo, ha venido siendo tal la burla hacia la ciudadanía que la mayoría de ella se conformaría con saber, por lo menos, de cuánto dinero se está hablando. Desde 1983 hasta ahora la Legislatura nunca sinceró sus números; por el contrario, siempre mintió o utilizó la palabra incorrecta para decir qué va a los bolsillos.

Papá Noel descortés

Papá Noel se llegó al edificio de Tribunales, subió al último piso, entró a la Corte y en vez de dejar regalito, depositó algunas bombas que en cualquier momento van a estallar. Una es el conflicto que empezó a tener trascendencia nacional con los mediadores que reclaman que no se los deje afuera en el proyecto de ley del nuevo Código Procesal Civil y Comercial. El segundo “regalito” es la presentación del abogado Nicolás Brito contra la Corte Suprema de la provincia por la aplicación del código en lo procesal penal de Tucumán. Y, por último, el también llamado Santa Claus dejó la advertencia de que en cualquier momento puede “llegar” el caso Alperovich.

En pocas horas debutará 2020, un año que tiene un nombre más musical que otros, tal vez por la repetición de sus números. El desafío será que las palabras que usemos no desentonen.

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