La Fernandeztroika

Mijail Gorvachov fue el premier que impulsó una serie de reformas para acabar con el modelo burocrático y totalitario de la Unión Soviética, pero los cambios terminaron yéndose de su control e hicieron colapsar a la superpotencia. El juicio de la historia (tan reclamado por personajes infinitamente menores en la huella para la posteridad) no está cerrado respecto del estadista ruso. Para unos, es un pro-hombre que puso final a un régimen que durante más de 70 años sólo llevó penurias y opresión a su pueblo mediante la fracasada experiencia comunista. Para otros, es un traidor al esfuerzo histórico de una sociedad que en 1917 era feudal, campesina y atrasada y, tres décadas después, era una potencia planetaria sólo equiparable a los Estados Unidos.

Esa gestión, que comenzó a mediados de los 80, encarnó también uno de los mayores ejercicios eufemísticos de la historia reciente. Precisamente, por el peso descomunal que el pasado ejercía sobre el presente, Gprbachov no podía llamar a las cosas por su nombre, como lo plasma Giuliano Procacci en su Historia general del siglo XX.

Consecuentemente, su plan de reestructuración, la mentada Perestroika, era un proceso que, según sus propias palabras, “debe vencer definitivamente el proceso de estancamiento y desmantelar los mecanismos que la frenan, debe crear un mecanismo confiable y efectivo para concretar el progreso el desarrollo social y económico de la sociedad y comunicarle un dinamismo mayor”. Había que ir hacia el liberalismo, pero con apoyo oficial del comunismo, así que tal cosa era impronunciable.

Uskorione era el segundo término de la trilogía del secretario general del comité central del Partido Comunista de la Unión Soviética. Significa “aceleración”, y con esa expresión se buscaba contrabandear una política de shock no declarada, en nombre de lograr un cambio rápido en pos del progreso económico y social, adicionando a las viejas pautas una mayor disciplina en el trabajo, con competencia y liderazgos. Es que la Perestroika tenía que impulsar como motor económico a la pequeña y a la mediana empresa privadas, pero tal cosa tampoco podía ser denominada de ese modo. Así que le llamaron leyes de actividades individuales y cooperativas.

Todo ello debía realizarse a cara descubierta: programas de reformas, descentralización de la toma de decisiones políticas y económicas, mayor apertura comercial, modernización empresaria sobre la base de cambios tecnológicos, empresas conducidas por sus empleados con libertad para la planificación productiva, alquileres de tierras públicas a productores con libre disponibilidad de la producción, y una nueva política exterior destinada a una coexistencia pacífica con la superpotencia norteamericana. Pero, por supuesto, tampoco podía plantearse esta cuestión en esos términos, que eran todo un viraje en dirección al capitalismo, así que se le llamo “transparencia”. En ruso, glasnost. Que, para Marie Levigne, también significa “apertura” o “revelación pública”.

El final de la URSS es conocido, pero con independencia de ese proceso único e inequiparable surge una certeza más o menos general: no llamar las cosas por su nombre de ninguna manera evitó que finalmente se llegara al destino al cual el gobierno se había encaminado. Rusia, la más poderosa de las antiguas repúblicas socialistas, se volcó por entero al capitalismo. En muchos aspectos de su día a día económico y laboral actual, capitalismo salvaje del más genuino que se puede conseguir.

Esa moraleja de finales del siglo XX (en términos históricos equivale a este mediodía), se proyecta sobre el presente argentino de manera desmitificadora. Aunque el Gobierno de Alberto Fernández se esfuerce sobremanera por llamarlo de otra manera, el descomunal ajuste que consagró con una sola ley, aprobada por la Cámara que preside Sergio Massa y luego por la que encabeza Cristina Fernández de Kirchner, no va a ser menos ajuste. Y no va a tener menos impacto sobre los castigados bolsillos de los contribuyentes (asfixiados durante el macrismo). Y por ese camino tampoco generará un resultado diferente que más recesión.

Desentonando

La “ley de emergencia” ómnibus del fernandismo es un recorte en el gasto público de poco menos de 700.000 millones de pesos, lo que equivale a un número miles de veces menor, e infinitamente más impresionante: el 2% del Producto Bruto Interno de la Argentino.

Al costo de semejante amputación fiscal lo pagan, por supuesto, los contribuyentes. Contra la promesa explícita de la campaña electoral del actual Presidente referida a que otorgaría un 20% de aumento de haberes jubilatorios, hay todo lo contrario. Fernández asumió para sepultar, por ley, el beneficio de la movilidad previsional. Ese mecanismo iba a beneficiar a partir del año que viene a los pasivos, después de que la reforma previsional del macrismo que lo incluyó se encargase de perjudicar al mismo sector eliminando los aumentos periódicos ya establecidos. Claro está, el fernandismo podrá llamarlo “pesada herencia” macrista, porque el gobierno anterior no pudo jamás controlar la inflación y, por ende, el impacto en la movilidad iba a ser difícil de costear para el erario federal. De igual modo, los ahora opositores argumentarán que el festival de jubilaciones y pensiones que el kirchnerismo entregó a destajo, con el actual mandatario como jefe de Gabinete, es lo que colapsó el régimen previsional. Como fuere, el ajuste es ajuste y pagarán los viejos. Y sin distinción de ideologías. Quizás por eso, más allá de los “trolls” que hacen militancia rentada en las redes, hay mucho kirchnerista convencido guardando silencio: el manotazo oficialista alcanza los bolsillos de sus abuelos, o de sus padres, o de ellos mismos.

Con respecto a los activos tampoco hubo miramientos. De manera directa, vuelve a pasar la segadora para los productores rurales, que pese a la vastísima diversidad son todos jibarizados con un reduccionismo: el campo. No sólo aumentan las retenciones, sino que esa suba es indiscriminada. Es decir, no contempla los enormes contrastes geográficos. En la pampa húmeda, donde las plantaciones siempre están cerca de algún puerto, el promedio de rendimiento por hectárea es de entre 4.500 kilos (Marcos Juárez, en Córdoba; Venado Tuerto, en Santa Fe, o Pergamino, en Buenos Aires) y 5.500 kilos  (las santafesinas Chañar Ladeado y Godeken); mientras que en Tucumán y Santiago del Estero el rinde es de apenas 2.500 kilos por hectárea… en una muy buena cosecha.

A ello se suma que, promedio, las acopiadoras cobran en nuestro subtrópico unos 2.300 pesos por tonelada, lo que incluye fundamentalmente el flete, de modo que un camión con una carga de 30 toneladas le cuesta al productor tucumano unos 70.000 pesos… más IVA. Una vez que se exporte esa soja (la cotización de Chicago cerró ayer en poco más de 340 dólares la tonelada), el Estado les liquida a los productores el dólar al valor de la pizarra del Banco Nación (hoy, 63 pesos), menos el 33% de las retenciones. El resto no se los entrega en dólares, sino en moneda nacional, que luego debe ser reconvertida en dólares (con los costos adicionales encarecidos) para pagar agroquímicos y semillas. Luego, deben pagar Impuesto a las Ganancias. Y, por si no bastaba, también Ingresos Brutos.

Justamente, el ajuste para los activos también es indirecto, a partir de que la Casa Rosada aceptó que no se aplique durante 2020 el “consenso fiscal” firmado por los gobernadores con la administración anterior. Por ese pacto, las provincias estaban obligadas a bajar las alícuotas de Ingresos Brutos. Ahora, además de no disminuirlas, están habilitados para remarcarlas.

El resultado, en contraste, es el delirio de la Wall Street, donde las acciones de las empresas argentinas se disparan al cielo como fuegos artificiales. “Los activos siguen en alza impulsados por las señales que está dando el nuevo Gobierno en cuanto a medidas fiscales y un tratamiento amigable con los acreedores y con el FMI”, consigna la agencia internacional de noticias Reuters, en un despacho de prensa de ayer, citando a un operador de la bolsa de Nueva York.

Este ajuste, entonces, desentona con la marcha “Los muchachos peronistas”, que exalta la figura del ex presidente Juan Domingo Perón: Por ese gran argentino / Que se supo conquistar / A la gran masa del pueblo / Combatiendo al capital…

Desafinando

Frente al mandato de siete décadas que carga ese himno, y ante la cercanía de los discursos de campaña que criticaban -justamente- el ajuste descomunal y hambreador del macrismo y prometían -exactamente- todo lo contrario, el fernandismo tampoco puede llamar a las cosas por su nombre. Entonces, habla de “solidaridad”. Es más: con esa expresión ha bautizado su ajuste: “Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva”. Por supuesto, no es ni remotamente tal cosa. Y en ese punto cabe hacer una distinción tajante con la escena histórica de Gorbachov: allá eran eufemismos porque la Perestroika sí fue reestructuración, que promovió cambios acelerados -uskorione- y reveladores -glasnost-. En cambio, el ajuste fernandista no tiene nada de solidario.

La ley sancionada en el Congreso le quita la movilidad a los jubilados medios sin atenuantes, y también priva del beneficio a los de la mínima, aunque los compensa con un bono. El oficialismo habla de una suspensión hasta marzo, y que el Presidente otorgará aumentos a partir de entonces. Es decir, cambiaron la universalidad de una fórmula de recomposición automática garantizada por ley por un decreto sujeto a la discrecionalidad del jefe de Estado. Además de precariedad, en adelante habrá que agradecerle al mandatario lo que antes estaba consagrado en el derecho positivo.

Eso sí, los que no se tocan son los privilegiados haberes de los hombres y de las mujeres del poder que han pasado a retiro: ex presidentes, ex magistrados y ex diplomáticos.

Simultáneamente, tampoco se han rebajado las retenciones para la exportación de las mineras y de las petroleras. Es decir, para las multinacionales que invierten y explotan minerales e hidrocarburos que son no renovables, y que el kirchnerismo supo consagrar con las categorías de “soberanos” y “estratégicos”, el impuesto baja del 12% al 8% para que sean comercializados fuera del país. Para los argentinos que invierten y siembran cultivos renovables, en cambio, las retenciones van en alza. Extraña es la lógica del oficialismo: para el “campo vende-patria” no hay miramientos, pero para el “capital compra-patria” extranjero hay toda clase de facilidades…

La marcha “Los muchachos peronistas” también canta: Por ese gran argentino / Que trabaja sin cesar / Para que reine en el pueblo / El amor y la igualdad.

Desarropando

Para el análisis prospectivo y proyectivo quedan planteadas cuestiones como la referida al poder del peronismo. Un movimiento dispuesto a no tolerar ajustes salvajes durante gobiernos opositores (la propia Cristina Fernández, como Presidenta, hizo una autocrítica sobre el papel de dirigentes justicialistas acicateando la caída del gobierno de la fracasadísima Alianza en 2001), acepta sin condicionamientos los ajustes salvajes de sus propios gobernantes.

Pero lo que no debe perderse de vista es que el ajuste, vestido de traje neoliberal o ataviado con sedas nacionales y populares, ajuste queda.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios