“Ser o no ser”

“Ser o no ser”

La identidad del gobernador de la provincia es difusa en el contexto nacional. Podría ser un problema más, pero en la construcción débil de las instituciones es grave porque debilita a Tucumán. ¿Una nueva clase social?

Desde hace varios lustros, cada vez, que “las papas queman” se utiliza con mayor frecuencia la construcción sustantiva “clase política”. La expresión fue puesta de moda por un sociólogo italiano que vivió hasta 1941. Gaetano Mosca trataba de explicar así un sector de la sociedad que si bien tenía orígenes sociales muy diferentes terminaba convirtiéndose en una élite que se identificaba por valores e intereses materiales.

En la Argentina de los últimos tiempos, afectada por una crisis incómoda y amenazante, la sociedad ha empezado a poner un dedo acusador en la “clase política”. Está claro que no debiera existir tal denominación. Los dirigentes aferrados a la construcción política son articuladores y obedientes de los mandatos que les otorga la ciudadanía que sí está dividida en diferentes estratos sociales. Por lo tanto, la representación de los cuerpos colegiados y de los distintas instituciones podrían tener diferencias y profundas discusiones sobre la base de sus diferentes estructuras de origen. Sin embargo, una vez que se producen las elecciones, los dirigentes entran a formar parte de una rara élite que justifica que algunos hablen de clase política. Nada hacen por desmentirlo, al contrario, pareciera que les gusta pertenecer a esa definición. Cuando en realidad lo que están haciendo es alejándose de quienes los han votado y refugiándose en una minoría poderosa pero que pasa a depender casi exclusivamente del dinero, sin importar mucho de dónde sale.

Esta es una de las patas más débiles de nuestra jovencísima democracia argentina. Por eso esta semana era hasta gracioso seguir los debates en el Congreso de la Nación. Los que ayer bregaban por un ajuste brutal para conseguir dinero de dónde fuera criticaban aliviados, mientras que aquellos que hace tan sólo tres meses hablaban de la inutilidad de los otros, proponían salidas muy parecidas a las que hasta hace días vituperaban. Pese a las grietas y al manejo especulativo de los discursos en algo coincidían: la crisis argentina está tocando fondo. No hay dinero y hace falta un verdadero ajuste que no sólo pasa por echar mano a los sectores privados sino también a las administraciones públicas.

Más de lo mismo

Lo llamativo fue el caso de los jubilados. Ellos están en una caja que apetece echarle mano siempre que hace falta dinero para algo. Por eso el gobierno actual avanzó a como dé lugar sin darse cuenta de que no hace mucho tiempo motorizó protestas y violencia en las calles porque sus antecesores querían aplicar las mismas políticas respecto de los hombres y mujeres que se jubilaron.

Pero más curioso aún fue que no se pensó en ningún momento afectar los privilegios que ya se tenían. Menos aún afectar a los integrantes del Poder Judicial que tienen beneficios exagerados para tiempos de pobreza extrema. Y, cuando eso se les reclamó desde algunos sectores, los propios dirigentes políticos se abroquelaron como si se los atacara a ellos. En ese mismo instante se desnudaron demostrando que no venían del voto de un sector social, gremial o institucional, por el contrario, demostraron que les gusta disfrutar de los fueros, de los privilegios, de los nombramientos, de las lapiceras, de los aviones, del manejo discrecional del dinero que no es propio, de las influencias, y de tantas otras cosas que engrosan los bolsillos y los alejan de la gente que los vota. Es en ese instante en el que se convierten en clase política, cuando en verdad son representantes del pueblo, tal cual lo prevé la Constitución Nacional o Provincial y hasta juran porque así sea.

La advertencia

En la grieta ha quedado dibujada una Argentina con los mismos problemas, con soluciones muy parecidas, sin grandes genialidades para salir del pozo y con grupos de personas que disfrutan más o saben manejar mejor el poder. Y ahí vuelve a justificarse el dedo señalador contra una clase política.

Esa advertencia se debe escuchar para salir del atolladero y para no poner en riesgo instituciones ni liderazgos que cada vez aparecen más débiles.

Un ejemplo vergonzoso es el que vive la mujer que denunció por violación al senador José Alperovich. Sus expendientes van y vienen. Recorren 1.200 kilómetros, de ida y de vuelta, porque la Justicia no termina de animarse a atender el caso. Más fácil es discutir una jurisdicción que los valores en juego en esa denuncia.

Miedo al poderoso

Otro ejemplo es la labilidad con la que se mueve el federalismo de nuestra República. Este escondido y licenciado senador José Alperovich era un poderoso gobernador hasta que llegaba a la Casa Rosada. Allí debía arrodillarse ante el poder kirchnerista para hacer una unidad habitacional o para pagar una deuda. La dependencia era absoluta, aún cuando la Constitución hable de autonomías e independencias. Ese mismo gobernador hizo el peor papelón cuando eligió un vocal de Corte (Francisco Casi Colombres) y luego dio marcha atrás porque lo llamaron de la Rosada. Peor aún, los legisladores que porque José lo ordenaba un viernes hablaron maravillas de este vocal y el lunes siguiente lo defenestraron, borrando con el codo lo que habían escrito con la mano. A ninguno les dio vergüenza. Ninguno renunció por haber sido obsecuente del poder y por haber traicionado la ética y su propio juramento.

Federalismo a control remoto

La misma fragilidad se refleja hoy cuando Tucumán parece a la deriva porque el gobernador de la provincia, Juan Manzur apostó a todo o nada a la presidencia de Alberto Fernández. Fue una decisión del peronista que avala a otro peronista, pero también la de un viejo conocido que apoya a su amigo. Sin embargo, pareciera que la provincia corre el riesgo de desaparecer del mapa porque Manzur perdió el celular del poder. Antes del extravío, el gobernador tucumano era quien estaba más cerca de Fernández que nadie; era el único capaz de ponerle la mano en el hombro al Presidente, como en el último 7 de agosto del corriente. Ahora en la misma escena y casi con los mismos compañeros, le asignan un lugar de reparto, allá en la punta y bien atrás, como hace una semana. Desde allí las manos no le alcanzan ni para hacerle señas al Presidente. Es el sitio típico que le otorgan a los no queridos en las fotos familiares. Las puntas son más fáciles de cortar en las imágenes, aún en la era del Photoshop.

“Ser o no ser, esa es la cuestión. /¿Cuál es más digna acción del ánimo. / sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, / u oponer los brazos a este torrente de calamidades, / y darlas fin con atrevida resistencia?/” Esta porción de versos que pertenece al III acto del egregio Hamlet de Shakespeare caracteriza la dificultosa crisis de identidad por la que atraviesa Manzur. Hasta aquí sus intentos de ser “Fernández kirchnerista” sólo le ha servido para animar las dudas sobre sí mismo, como a Hamlet.

Instituciones intermedias

Las debilidades de la política no son propias de la Argentina ni tampoco de las cúpulas del poder. Los tentáculos llegan a todas las instituciones. Frente a la plaza Independencia en estos días ha asumido el ingeniero Alberto Roque Guardia en la presidencia de la Federación Económica de Tucumán. Sin dudas hubo caras sonrientes en la Cámara de Ladrilleros a la que representa el flamante conductor empresarial, pero más aún en la Casa de Gobierno, donde siguieron con atención (y pre-ocupación) la elección. La alegría también repercutió en el ministerio de la Producción. El titular de esa área siempre mantuvo buenas migas con quien va a conducir a los empresarios tucumanos y además es representante técnico de la empresa Neocom, que realizó obras en Tierra del Fuego. Guardia, quien además fuera director de obras públicas de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán en el siglo pasado y en tiempos del bussismo, afronta el desafío de fortalecer a las debilitadas y dependientes entidades intermedias. Son ellas las que pueden fortalecer la democracia o debilitarla en el mar de la obsecuencia.

La democracia argentina despide este año con la madurez de haber soportado una crisis terrible y de no haber permitido que la política flaquee. Ha conseguido soportar los embates sin la violencia de otros países. Ha conseguido cambiar de signo político con la calidad que no pudo tener en otros momentos y con el respeto debido. Ahora, en las cartitas navideñas tal vez quepan algunas líneas para dar un paso donde la dirigencia no sea una clase sino verdaderos representantes.

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