La grieta es un teleteatro
La grieta es un teleteatro

En términos de escenarios políticos estragados por la lógica binaria (ese sistema de pensamiento ocioso y maniqueo donde todo es reducido a dos opciones y sólo se puede estar en una orilla o en la otra), lo único más triste que un ciudadano convertido en un instrumento para profundizar la grieta es un ciudadano militando una grieta que es falsa. El año se está terminando saturado de esa pena.

Terminó el Gobierno de Mauricio Macri y su ajuste, y comenzó el Gobierno de Alberto Fernández… y su ajuste. El ajuste ya no parece ser una alternativa para las administraciones argentinas, sino un único camino. Se le llame como se le llame desde cualquiera de las dos veredas de una grieta que, justamente en términos de ajuste, ofrece dos opciones de la misma cosa. Desde hace 10 días, la Argentina es el escenario absurdo de un enfrentamiento encarnizado. De un lado están los que hicieron un ajuste, sostienen que no funcionó porque debió haberse ajustado más todavía y ahora denuncian un “ajustazo” de la nueva gestión. Del otro lado, los que execraron a los que hicieron un ajuste durante cuatro años, les diagnostican haber perdido las elecciones por culpa de ese ajuste, y ahora en el poder reivindican la necesidad de hacer un ajuste. Lo absurdo, por supuesto, es que todos amen y odien el ajuste sin solución de continuidad y, a pesar de ello, se dividan en dos bandos.

Desde el traspaso del gobierno, lo único que distingue notablemente al oficialismo de la oposición en términos de política económica (en la Argentina, la economía es la madre de las políticas porque, como advertían Karl Marx y Friedrich Engels en el Manifiesto comunista, mientras impere la revolución burguesa, creerán que debaten política cuando siempre estarán discutiendo economía) es la secuencia temporal. Por lo demás, al ajuste supo hacerlo el macrismo invocando la herencia “K” y, al final, le costó el Gobierno. Ahora lo pone en juego el fernandismo invocando la herencia macrista y, en el comienzo, le cuesta el discurso.

Si todos enarbolan propuestas diferentes, pero en definitiva buscan el mismo objetivo y siguen caminos similares para conseguirlo, asistimos a una telenovela. Y ni siquiera a una de las buenas…

No es por principios, sino por estética...

El arranque del gobierno de Alberto Fernández, pegadito al final del gobierno de Mauricio Macri, expone que la pretendida grieta no está dada por principios, sino por estéticas. Porque al final, cuando hay plata, el liberalismo derrama riqueza gracias a la mano invisible del capitalismo; y cuando no hay plata ajusta. Y de igual manera, cuando hay recursos el populismo promueve la redistribución de la riqueza gracias a la justicia social; y cuando no hay recursos ajusta.

Esto desenmascara que esa estética es tan falsaria como la grieta que quiere traficar, porque tanto los liberales como los populistas de por aquí se miran en el mismo espejo y se prueban los mismos talles.

El ministro de Economía, Martín Guzmán, le dijo en septiembre a la delegación tucumana del Zicosur en los Estados Unidos que la función del Estado, en los países donde funciona de manera eficiente, es producir los insumos que el sector privado (el generador de la riqueza genuina) necesita, a su vez, para producir los insumos con los cuales elabora los bienes y los servicios que lleva al mercado. En otras palabras, abaratar los costos; o lo que es igual, reducir las cargas impositivas y la presión fiscal. Sin embargo, apenas llegó, el Gobierno incrementó las retenciones a las exportaciones del campo y postergó el Consenso Fiscal, que obligaba a los gobernadores a bajar los tributos locales.

Más aun, el “fernandismo” económico promete ajuste duro y se compromete a pagar la deuda externa. El resultado: en una semana de gestión, esa recua de piratas saqueadores de la riqueza de los países no industrializados que se regocijan con el atraso económico de las naciones no imperialistas y con la pobreza de sus sociedades revolucionarias con conciencia de patria (para decirlo con épica “K”) se han puesto de pie para aplaudir la ortodoxia neoliberal de corte nacional y popular y han desplomado el índice del riesgo país, que perforó los temibles 2.000 puntos básicos y volvió a los niveles del tercer trimestre. Y todos en el FMI, en las calificadoras de riesgo y en el Gobierno argentino sonríen en esa hoguera de las vanidades que es dada en llamar “el mercado”.

Otra vez tiene que pagar el abuelo

Por cierto, así como gana tiempo “hacia atrás” con estas medidas, el fernandismo aplica el ajuste porque también necesita ganar tiempo “hacia adelante”. Y las medidas que toma apuntan a congelar temporalmente cuestiones económicas sensibles. Los medicamentos bajan por 45 días; las subas de las tarifas de los servicios públicos no subirán durante seis meses, y durante ese mismo medio año regirá la doble indemnización para los despidos sin causa en el sector privado.

Por supuesto que es lícito que un Gobierno que recién asume necesite tiempo. Pero tiempo es, justamente, lo único que no se puede pedirle a los jubilados. Sin embargo, les están suprimiendo el beneficio de la movilidad, plasmada en una fórmula de actualización por aumento de salarios y de inflación, que a partir del primer trimestre de 2020 iba a significar una recomposición importante en el haber de los pasivos, por el impacto de la inflación y de la suba de sueldos de 2019.

El macrismo concretó esa reforma previsional hace dos años y también perjudicó a los abuelos y a las abuelas de la Argentina, porque eliminaba los aumentos automáticos y periódicos; y porque los beneficios de la nueva fórmula iban a verse cristalizados recién en un par de años. La sanción de esos cambios en Diputados se realizó bajo una lluvia de piedras. El Congreso, literalmente, estaba siendo lapidado.

El 17 de octubre pasado, en La Pampa, Cristina Fernández de Kirchner elogió la lealtad del ahora ex gobernador Carlos Verna, “uno de los pocos” que no había claudicado frente al Gobierno de Cambiemos: él no había acompañado las leyes macristas, como las de la reforma previsional. Léase: no importa si eran normas necesarias, justas o no. Eran leyes de Macri y, por tanto, no merecían apoyo. Si las concretaba Mauricio, un rico que toda la vida tuvo chofer, se educó en el elitista colegio Newman y ni siquiera tenía mascota (el perro Balcarce era prestado), eran leyes malas.

Ahora es el Gobierno que integra Cristina el que reforma el sistema jubilatorio eliminando uno de sus pocos beneficios. La Anses seguirá siendo una caja de financiamiento del Estado, no de los jubilados. Y habrá un bono de compensación sólo por fin de año para los que ganan “la mínima”, o sea $ 19.000 mensuales, es decir la mitad de la canasta básica, lo que equivale a que apenas llegan a mediados de mes. Eso sí, para los que ganan $ 20.050 y sólo llegan al día 16 no habrá compensación.

A la movilidad jubilatoria, además, ya no la garantizará una fórmula establecida por ley, sino que la dispondrá discrecionalmente el Presidente de la Nación, lo cual antes del 10 de diciembre hubiera sido un oprobio, pero desde hace dos martes ya está bien porque Alberto tiene perro, maneja su propio auto y sigue yendo a tomar exámenes en la pública Universidad de Buenos Aires…

No son lo mismo; tampoco muy distintos

Para evitar más confusiones en la ya confusa escena política nacional: no se trata de que el kirchnerismo y el macrismo son lo mismo, sino de que no son tan diferentes. Sin embargo, el país está partido al medio porque vastos sectores de la sociedad los asumen como dos universos irreconciliables, cuando en realidad son dos opciones con enormes similitudes en políticas socioeconómicas que se encuentran en un mismo plano, bastante cerca entre sí por lo que se puede ver en estos días.

Por si no bastan los hechos, la telenovela política lo expuso en palabras. Patricia Bullrich, tiular del PRO, sostuvo que a “las 14 toneladas de piedras” arrojadas al Congreso durante la reforma previsional de 2017 “se las tendrían que devolver duplicadas” al fernandismo. Y eso que era ministra de Seguridad. ¿Y la defensa de la república? ¿Y lo de que Cambiemos era el símbolo del diálogo y del consenso frente al atropello populista?

El Presidente, cabeza del Frente de Todos, presentó en su “megaproyecto” de ley un artículo, el 85, que le permitía de manera unilateral reformar, intervenir o cerrar 60 organismos autárquicos de control estatal, que van desde los entes de regulación del gas y de la electricidad hasta la Unidad de Información Financiera (UIF), el organismo antilavado, y la Sindicatura General de la Nación (Sigen), que audita al Gabinete nacional. ¿Y lo de #EsEntreTodos? Al final, Alberto dio marcha atrás, sufriendo una derrota antes de ir al recinto y pagando costos políticos. Un típico gusto macrista en decisiones equivocadas al inicio de la gestión, que los liberales querían disimular en nombre de que podían cometer errores, pero por lo menos lo admitían. Hasta Karl Popper es malversado en estas tierras.

El controvertido artículo 85 puso en pie de guerra nada menos que al presidente no de una bancada opositora sino de todo el interbloque de Cambiemos, Mario Negri. “El compromiso de los diputados de Juntos por el Cambio es con la República y por eso vamos a rechazar los #Superpoderes. Dialogué con algunos ciudadanos que hoy se manifestaron en paz en la puerta del Congreso y les expliqué que tampoco daremos quórum”, tuiteó el miércoles a las 8.57. Media hora después lo desautorizó el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, secretario general de la UCR nacional.

“La oposición debe dar quórum, no comparto lo resuelto ayer por el Interbloque de Juntos por el Cambio. El Gobierno debería acceder a debatir y modificar algunos artículos. La grieta se cierra con actitudes concretas y con diálogo”, posteó el jujeño a las 9.31. En una tónica similar se manifestar los otros dos mandatarios radicales: el correntino Gustavo Valdés y el mendocino Rodolfo Suárez. Si el comité de denuncia de traidores del radicalismo estaba desorientado con un gobernador, cuando se trató de los tres mandatarios estaban al borde de la desesperación. De la máxima del fundador Leandro Alem, “que se pierdan 1.000 gobiernos, pero que se salven los principios”, a la chicana inconmensurable de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan… tengo otros”.

Entonces, Alberto Fernández tomó también su teléfono y tuiteó un público reconocimiento: “quiero agradecer a los gobernadores radicales (…) por aportar sinceridad al debate político”. A las 13.08, Gerardo Morales no era el perseguidor político de Milagro Sala, como el kirchnerismo lo hostigó desde 2017, sino un estadista que está “a la altura” del momento, según el jefe del oficialismo.

Entre el escándalo y la comedia

Tres conclusiones deja el cambio de gobierno. La primera es que la Argentina ha devenido sociedad de la indignación. Y esa es una mala noticia para los ciudadanos. Porque, como advierte el filósofo Byung-Chul Han en “El Enjambre”, las olas de indignación son muy eficientes para movilizar y aglutinar la atención. Pero su naturaleza inestable, efímera y amorfa le impiden a esa sociedad y a sus miembros integrarse en un nexo duradero entre sí y respecto de un discurso público. Entonces el discurso de los políticos puede decir cualquier cosa, sin importar procedencias partidarias, porque la sociedad de la indignación carece de firmeza. Lo único que puede hacer es escandalizarse. Y cuando la crispación cesa, los crispados advierten que tienen muy poco en común entre sí, no pueden asociarse, y vuelven a dispersarse hasta la próxima escandalización. Por eso sigue habiendo ajuste para todos, porque a pesar de que todos están escandalizados por los ajustes de ayer y de hoy, todos también están divididos de manera irreconciliable e irracional.

La segunda conclusión consiste en que si tanto liberales y como populistas emprenden irremediablemente el camino del ajuste, acaso ya sea hora de acordar una política de largo plazo, a prueba de banderas políticas, respecto del rumbo económico y financiero del Estado. De modo tal que la sociedad concrete el esfuerzo de equilibrar las cuentas sólo una vez para emprender el crecimiento sostenible, en lugar de este circulo vicioso de recuperaciones precarias y momentáneas seguidas de hondas depresiones, donde los veranitos son cada vez más cortos; y los inviernos por atravesar son cada vez más duros.

Finalmente, la grieta es una telenovela, pero sólo desde este lado de la pantalla: el lado de los espectadores. Del otro lado, se trata de una comedia. Una en la cual los actores del culebrón se entretienen viendo a multitudes agrietadas que, con legítima convicción, enarbolan devaluadas proclamas de revoluciones de pacotilla, convencidos de que el “dólar turista” es, alternativamente, el yugo esclavista con el cual la tiranía populista intentará infructuosamente doblegar la voluntad de los defensores de la república; o el instrumento con el cual finalmente la democracia hace tronar el escarmiento de las oligarquías cipayas y cosmopolitas entregadas a los falsos ídolos extranjeros.

El resultado es obvio: los guionistas de la grieta se nos ríen en la cara.

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