Una autora que ya no llora

Una autora que ya no llora

Historias conmovedoras escritas con una sensibilidad clandestina.

PARADÓJICA. Gallo parece ser autobiográfica, pero desde lo anónimo. PARADÓJICA. Gallo parece ser autobiográfica, pero desde lo anónimo.
08 Diciembre 2019

CUENTOS

LAS CHICAS NO LLORAN

OLIVIA GALLO

(Tenemos las máquinas - Buenos Aires)

Lo que más deslumbra en la escritura de Olivia Gallo es su naturalidad. Un don que parece universal y no demasiado codiciable y que, sin embargo, corresponde a esa difícil sencillez que tienen por lo general los chicos y que después van perdiendo, a medida que entran a jugar los cánones, la cultura misma y la “angustia de las influencias”, para decirlo con Harold Bloom.

Olivia Gallo –que parece ser, algunas veces autobiográfica, aunque de un modo paradójico por lo anónimo- lo es desde el título mismo de su libro de cuentos: Las chicas no lloran. No hay caso: ella no llora cuando narra episodios tristes o nostálgicos, inspirados sesgadamente pero igual, en su propia vida. Olivia no llora y su parsimonia, su desapego resultan por eso mismo eficaces y hasta conmovedores. Ella no exhibe su sensibilidad; apela a la del lector, con pudor, casi con respeto. Ella no es sentimental, Olivia es sensible, clandestinamente sensible.

Algo también muy notable en Las chicas no lloran es que, siendo el primer libro de Olivia -y hasta perteneciendo a una lindísima colección editorial integrada por los primeros libros de autores- no es un libro primerizo, de aficionados.

Como dice Magalí Etchebarne de Olivia en la contratapa: “Como una joven sabia, insobornable y piadosa, aguda y delicada, Olivia cuenta con distancia lo que pasó ayer. Aleja el pasado, lo retuerce, lo estira, lo saborea como un caramelo ácido, se deja conmover o irritar, pero no tanto para llorar”.

Los nombres de los cuentos que integran el libro son otros nombres de su atractiva distancia, de su escondite lúdico: “Afrika”, “El lugar más seguro del mundo”, “Caramelos ácidos de limón”, “El ruido de mil moscas”, “Toda la gente sola”, etcétera. Hasta desembocar en esta chica que no llora quizás porque ha comenzado a dejar de ser chica. Y grande como narradora.

© LA GACETA

FERNANDO SÁNCHEZ SORONDO

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