Cuentos con reminiscencias literarias y cinéfilas

Cuentos con reminiscencias literarias y cinéfilas

Seres de a pie, queribles incluso hasta en su peor expresión.

01 Diciembre 2019

CUENTOS

LOS HOMBRES SON TODOS IGUALES

SERGIO OLGUIN

(Tusquets - Buenos Aires)

La literatura suele repetirse a sí misma que ya está, que sólo queda trabajar sobre lo que hay, reinterpretar, llevar a las letras el concepto musical de cover. Bajo ese mandato nacen los homenajes, la reescritura, la reformulación de clásicos o mitos contemporáneos instalados en el imaginario popular, trátese de cine neorrealista italiano o hollywoodenses, de Carlo Collodi, Shakespeare, Poe, Castillo, o el mismísimo D10S.

Veamos: un padre abandona a su familia para convertirse, en su Siam Di Tella, en una versión vernácula de Bonnie and Clyde; Romeo y Julieta reaparecen en una Buenos Aires futurista, distópica y apocalíptica; un comunicador mediático propenso a la falacia (“preferían siempre una mentira ingeniosa a perder tiempo chequeando los datos erróneos”) se convierte en una lectura corrosiva del periodismo actual a través de la figura de Pinocho; dos amigos se reencuentran, después de veinticinco años, en el barrio que los vio crecer, ambos lograron esquivar su destino de delincuencia pero...; un fanático de fútbol, perdido en Japón, al que confunden con Maradona; un hombre y una mujer que se reconstituyen y erigen una familia a orillas del mar gracias a una felicidad con fecha de vencimiento; una pareja de periodistas en crisis, hundidos hasta el cuello como dos barcos encallados, tientan al destino desde la escritura o la reproducción; una niña que, en una foto de su tía, ve el misterio que la convertirá en artista y abrirá su camino a la sexualidad; el bullying a un compañero nuevo de escuela encontrará un sangriento desenlace; un broker aburrido de la vida; un hijo que encara el desafío de hacer un asado frente a la implacabilidad de un padre enfermo.

Los once cuentos de Los hombres son todos iguales, de Sergio Olguín, contradicen aquello del agotamiento a la vez que lo celebran, con seres de a pie, queribles incluso hasta en su peor expresión –atendiendo aquella máxima de que no es conveniente juzgar a los personajes–; pueden suceder en un barrio porteño cualquiera, en China, Venecia o Nueva York; instalan el rol de los padres (muchas veces abandónicos, ubicados, en general, en la vereda opuesta a los deseos de los protagonistas), los hermanos, la familia, y lo sazonan con un leve humor que impacta frente al conflicto o la tragedia.

Estos hombres y mujeres no son todos iguales, o en todo caso lo son por oposición. En el título anida quizás un prejuicio, un lugar común en el que solemos caer aunque, sabemos, no existe como tal. Como tampoco es tal aquella sentencia de que la literatura esté agotada.

(c) LA GACETA

HERNÁN CARBONEL

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