"El Rey": luces y sombras del actor de moda en la piel de Enrique V

TODO UN DESAFÍO. Thimotée Chalamet encarna un personaje que abordaron pesos pesados del cine y el teatro. TODO UN DESAFÍO. Thimotée Chalamet encarna un personaje que abordaron pesos pesados del cine y el teatro.
Guillermo Monti
Por Guillermo Monti 06 Noviembre 2019

Buena

Película / por Netflix

Timothée Chalamet es el actor ideal para una película de Woody Allen. De hecho, mañana lo tendremos en “Un día lluvioso en Nueva York”, que no se vio en Estados Unidos y tiene asegurado el estreno en Tucumán. Pero esa -la de Allen y los planetas que lo orbitan- es otra historia. Chalamet da cool, un poco hipster, lánguido, elegante, intelectual. Encaja con naturalidad en un café del Upper East Side. Es, de paso, la estrella de moda. Eso lo desafía a ampliar el rango de los proyectos que elige y a meterse, por ejemplo, en las botas de Enrique V. Botas que se calzaron Laurence Olivier, Kenneth Branagh y Tom Hiddleston, tan británicos y shakespereanos ellos. Chalamet es neoyorquino -y de padre francés-, nada que ver con el registro que demanda abordar semejante figura. Pero allí fue, a la carga, como las huestes de Enrique V en Azincourt, sabedor de que caminaría sobre el filo de críticas que, es cierto, no lo trataron de la mejor manera.

Porque queda claro a esta altura que “El rey” funciona como un unipersonal de Chalamet, en la piel de ese monarca que nadie quería y terminó comandando la victoria que volcó la Guerra de los Cien Años a favor de Inglaterra. El príncipe renegado que vivía mezclado con el pueblo y debió calzarse la corona a regañadientes, hijo del pérfido Enrique IV (Ben Mendelshon) y víctima de toda clase de traicioneras conspiraciones.

David Michôd y Joel Edgerton conforman una dupla creativa de lo más ecléctica. Aquí mojaron el pan en las más diversas salsas para escribir el guión a cuatro manos. Les salió un texto capaz de saltar del clásico de Shakespeare a las más diversas fuentes históricas. La construcción de esa identidad se apoya en el Enrique V que Chalamet les entrega: un hombre que mira mucho y habla poco, taciturno, desconfiado y sabedor de que lo acechan enemigos fronteras adentro y afuera. Chalamet recorre los pasos que transforman a un príncipe en un estadista sin demasiadas estridencias. Se guarda el estallido para la arenga de Azincourt, cuando debió convencer a un ejército inferior al francés en número y en recursos de que el triunfo era posible.

Michôd desarrolla la historia valiéndose de un marcado ascetismo visual. Son pequeños capítulos en los que su rey va decodificando el mundo que lo rodea en mínimas acciones, diálogos breves, miradas profundas. Es una película fría, pálida como la paleta de colores desplegada por Adam Arkapaw, y tensa cuando la música compuesta por Nicholas Britell salta de un murmullo a un campanazo.

Justamente ese aire ausente, por momentos sombrío, tan natural en sus personajes, es lo que más se critica del trabajo de Chalamet. Si de algo carece su Enrique V es de fuego. No es un rey apasionado -como el Delfín que interpreta Robert Pattinson-. Está más en sintonía con Falstaff (papel que se reservó Joel Edgerton) y con el ambivalente William (Sean Harris), tipos más bien grises que juegan sus cartas sin hacer olas.

“El rey” termina siendo una película ajustada, carente de desbordes, dos horas y veinte minutos (impacientes, abstenerse) de emociones que tardan en revelarse y rebelarse. Relectura de un personaje muy transitado en el cine y en el teatro que aquí elige el susurro antes que la épica. Tómenlo o déjenlo.

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