
EL PESO DE LA HISTORIA. Kerry Washington se pone la película al hombro, con la misión de transmitir el dolor de una madre.

Película / por netflix
Regular
Netflix sigue incursionando en los más diversos terrenos narrativos. Con “American son” avanza sobre un campo siempre complejo, como la traslación de la dramaturgia a la pantalla manteniendo la estructura y el espíritu de la puesta teatral. Es una hibridación que no siempre regala conclusiones positivas y este es un ejemplo. Lo que en Broadway funciona a pleno, con forma de película -y por más que el elenco sea el mismo- se diluye en un mar de buenas intenciones. “American son” deviene declamativa, rígida, encorsetada.
La acción se desarrolla en tiempo real -90 minutos, en plena madrugada, durante una tormenta- y en el mismo decorada: la sala de espera de una comisaría de Miami. Cuatro personajes interactúan en ese espacio, apenas interrumpidos por mínimos y esporádicos flashes que remiten a un afuera. Como si el cine pidiera permiso para inmiscuirse en un lugar que no le corresponde.
Kendra (Kerry Washington) luce desesperada por la desaparición de su hijo, que se llama Jamal y acaba de cumplir 18 años. La atiende un agente de guardia (Jeremy Jordan), que transunta escepticismo y una empatía forzada, porque la madre es negra y da toda la sensación de que el chico se metió en serios problemas. La situación da un vuelco cuando aparece Scott (Steven Pasquale), el padre de Jamal, que además de ser blanco trabaja en el FBI. Y cuando irrumpe el teniente a cargo del caso (Eugene Lee) las piezas terminan de encastrar. O tal vez de implosionar.
Kenny Leon, aclamado realizador de Broadway y ganador del Tony, adaptó la pieza de Christopher Demos-Brown y dirigió la película apoyado, esencialmente, en todo lo bueno que es capaz de transmitir Kerry Washington. Durante esa hora y media plena de tensión se nota un esfuerzo por abarcar demasiados temas, porque no todo gira en torno al racismo y sus implicancias en la sociedad actual. El drama familiar protagonizado por Kendra y su esposo va quedando expuesto y sirve como justificativo para las decisiones -genuinas y cuestionables- que Jamal (al que nunca veremos en pantalla) va tomando. En ese continuo discursivo que no propone respiros se amontonan sentimientos, episodios, recuerdos, enunciados, varios lugares comunes y la sensación de que el cine ha perdido la partida.







