Historias de mamás invisibles que deambulan por la ciudad

Viven en barrios alejados y pasan sus días en espacios públicos del centro y del macrocentro mientras sus hijos están en clases. No les conviene volver a sus casas en colectivo por los costos. Piden baños públicos y espacios donde puedan pasar el tiempo con cierta comodidad y seguridad. Braseros, lluvias y la sombra de los árboles.

EN EL PARQUE EL PROVINCIAL. Griselda Guerrero, Rita Quinteros y María Ángela Páez. EN EL PARQUE EL PROVINCIAL. Griselda Guerrero, Rita Quinteros y María Ángela Páez. LA GACETA / ANALÍA JARAMILLO

“Gracias por acordarse de las mamás”, dice María Ester Peñaranda, mientras despide al equipo periodístico de LA GACETA. No se refiere a alguna producción sobre el Día de la Madre, que se celebró el domingo pasado. Alude a la situación de las mujeres que pasan horas en el centro, en las plazas o en el zaguán de algún local comercial, a la espera de que sus hijos completen la jornada escolar. Hay poca plata, y los ómnibus están cada vez más caros y con menos frecuencias, por lo que evitan ese gasto y esa demora. Pero debido a ello aparecen otras necesidades, que a veces la ciudad no puede satisfacer, como baños públicos, más sombra, seguridad y hasta pistas de salud. ¿Hay solución para ellas?

Con mate y budín de vainilla, esta vez María Ester y su “mami amiga de la escuela”, Beatriz Liliana Olea, pasan el tiempo libre sentadas en la entrada de una ferretería ubicada frente a la escuela Irigoyen, donde estudian sus hijos. La primera vive en barrio El Bosque; Beatriz, en Las Talitas. El día anterior estuvieron mateando en la plaza Alberdi, con el resto del grupo. Van rotando. Ocurre que deben cubrir los 180 días de clases fuera de sus casas y constantemente buscan nuevos espacios donde matar el tiempo.

Los días de lluvia estas mamás encuentran resguardo en las galerías o en el Mercado Persia. Van al baño del Mercado del Norte (“pagamos $ 5 y lo tienen limpio siempre”, dicen). Cuando está lindo se instalan en la plaza Alberdi. “Tiene buena sombra, pero carece de una pista de salud para hacer ejercicio”, aclara Miriam López, otra mamá.

“También aprovechamos el tiempo para hacer trámites. No me conviene volver a mi casa, aunque queda relativamente cerca: el ómnibus tarda mucho. El 8 es un desastre y tiene pocas frecuencias. Además está caro el boleto. Entonces nos quedamos para ahorrar y traemos mate, porque tomar un café con leche es un gasto innecesario”, detalla María Ester. Y agrega que piensa bien en qué gastar cada centavo que tiene, porque puede servir para el boleto del otro día o para las galletitas que les compran a sus hijos cuando salen con hambre. Beatriz asiente a todo lo que dice su amiga y suma su experiencia: ella trabaja sólo por las tardes, porque a la mañana se dedica a maternar, es decir, a llevar a sus hijos a la escuela, a esperarlos, a cuidarlos, y eso -que es mucho- no le da tiempo para buscar otro trabajo por la mañana.

Fuera de lo que necesitan y de lo que hacen con su tiempo, escucharlas resulta esclarecedor: conocen mucho la ciudad, la observan y notan los cambios, son víctimas de delitos (“ni loca voy a la nueva plaza de la Suipacha, porque ya me asaltaron”, advierte María Ester) o son testigos de ellos. Y también se han vuelto cuidadoras de los hijos de otras. “Vemos quién es el que se les acerca o si hay algo raro”, cuenta María Ester.

En la otra punta de la ciudad, en el nuevo parque cerrado de El Provincial, Griselda Guerrero, de 32 años, y María Ángela Páez, de 46, charlan bajo la sombra que les regala el arbolado del nuevo espacio verde del sur de la capital. Sus hijos estudian en la escuela Especial de Sordos Próspero García. Las acompaña, como todos los martes y jueves, Rita Quinteros, de 24 años, hermana de una alumna de esa misma institución. La más joven es oriunda de Delfín Gallo, departamento Cruz Alta.

Las tres coinciden en que no es “negocio” hacer cuatro viajes, por más que los chicos tengan el boleto gratuito estudiantil. Es por ello que han pasado frío en las escalinatas de la escuela o se han calentado con improvisados braseros con carbón en el descampado que antes era el parque.

“A veces vamos al súper que queda enfrente. Compramos algo para el mate y, mientras, lo recorremos viendo precios; hacemos tiempo ahí. Las cajeras ya nos conocen. Varias veces hasta nos fuimos al hospital Padilla para resguardarnos de la lluvia. Pedimos el baño en la escuela; y cuando hace calor nos ponemos debajo de las moreras”, cuenta Griselda, que vive cerca de Tafí Viejo.

María Ángela, que viaja unos 80 minutos diarios (ida y vuelta) desde Bella Vista, opina que lo que hacen es un sacrificio por la educación especial que reciben sus hijos, y a la que no pueden acceder cerca de sus casas.

Aguantar

En la charla con las mamás se repite la palabra “aguantar”. Se aguantan el frío, el calor, la lluvia que les moja las medias y que no se pueden cambiar hasta que vuelven a sus casas después de cinco horas o más. Sin haberlo pensado nunca, cuando se les pregunta qué necesitan, todas coinciden que sería fundamental contar con un baño público cerca o -simplemente- un techo para quedarse cerca si se largara alguna tormenta.

Si bien en algunas escuelas se les da permiso a esas mamás para usar la entrada como albergue del frío o de la lluvia, o les ceden el uso de los baños de sus instalaciones, no hay programas de los Ministerios de Educación o de Desarrollo Social de la Provincia que se ocupen de ese acompañamiento. Lo admitieron en esas dos reparticiones luego de la consulta de LA GACETA. Lo más cercano es el programa Salas Maternales en Escuelas Secundarias que implementa Educación en el marco del proyecto “Maternidad, Paternidad Adolescente. El Derecho a la Educación”. Se realiza en Tucumán desde 2018, luego de un convenio realizado con Unicef Argentina. Pero es exclusivo para madres y padres adolescentes que necesitan terminar sus estudios secundarios.

En la Municipalidad de San Miguel de Tucumán, por otra parte, resaltaron que vienen inaugurando nuevos espacios o jerarquizando plazas con juegos, merenderos y pistas de salud. Ante la consulta de LA GACETA, resaltaron que hacer nuevos baños públicos no es una opción. Mencionan el caso de los sanitarios del parque 9 de Julio, que son blanco constante de robos y vandalismo.

Cincelar la ciudad

En opinión de la docente de la UNT Ana Verónica Lombardelli (arquitecta investigadora en perspectiva de género y diseño universal), la ciudad evidentemente todavía no está pensada para contener a estas mujeres. Reflexiona que si se les brindan espacios apropiados pueden tener la posibilidad de vender algo que produzcan o hasta de capacitarse y ejercer un oficio no convencional. En síntesis -aclara Lombardelli- los espacios pueden repensarse con los criterios de derecho: derecho a la salud para la actividad física, derecho a un trabajo digno para propiciar esa venta, derecho a tener baños públicos para poder hacer plena la estadía o espera, derecho a la recreación, derecho a la cultura y derecho a la formación...

“Creo que ellas son las hacedoras. Los espacios públicos, a los que llamamos en arquitectura ‘espacios negativos’ -como una recova o un zaguán- con ellas se transforman en lugares de espera. Y creo que –justamente- esperan a que sean tallados o modelados por los usuarios. Los técnicos o políticos gestores deberían tomar las decisiones adecuadas en función de lo que ven, de lo que sucede”, agrega Lombardelli. Eso -lo que señala la profesional- es repensar la ciudad desde el verdadero usuario y la identidad que posee.

Una solución para madres estudiantes

Las salas maternales -según explicaron del Ministerio de Educación de Tucumán- permiten a los padres y madres que todavía estudian en la escuela secundaria terminar sus estudios con sus hijos cerca. Por otra parte, sostienen que dan respuesta a las necesidades físicas y afectivas de los bebés. Ya cuentan con salas maternales la Escuela Docencia Tucumana, en Las Talitas; la Escuela Maestro Arancibia, y la Escuela Normal Juan Bautista Alberdi. Están dirigidas a padres o madres adolescentes cercanos o de la escuela. Los estudiantes pueden llevar a sus hijos, desde los 45 días hasta los dos años, mientras estudian en la misma institución o en otra escuela que esté cerca del maternal.

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