“La posteridad es parientecercana del azar”

“La posteridad es parientecercana del azar”

Nació en La Rioja, vivió en San Juan y Rosario, pero la mayoría de sus años los pasó en Tucumán. Aquí se convirtió en uno de los escritores más prolíficos y reconocidos de la región. Publicó sus primeros microrrelatos en México por recomendación del legendario Juan Rulfo. Sus textos se incluyeron en más de cien antologías, recibió destacados premios, dirigió publicaciones por varias décadas e inició asociaciones y espacios de promoción literaria. Este año cumple 70 y esa es la excusa para interrogarlo sobre sus inicios, sus preferencias, la sobrevaloración de ciertos autores, la inspiración, el estilo, las ideologías. Y también sobre la vida

20 Octubre 2019

Por Rolando Revagliatti

Para LA GACETA - TUCUMÁN

- ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

- Mi primer acto de creación fue antes de aprender a escribir, cambiándole la letra a las canciones que cantaban mis hermanas. Ellas (de ocho y diez años más que yo) se enfurecían. Una vez que aprendí a escribir coseché los primeros beneficios porque inventaba cuartetas obscenas para mis amigos, canjeándolas por aquellas manufacturas para las que yo era un negado: una buena honda, un autito fabricado con latas de sardinas, etc.

- “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?...

- Soy de los que ignoran qué cosa es la inspiración, y abogo permanentemente por el trabajo. Lo que otros llaman inspiración, si es que estamos refiriéndonos a nuestro oficio, es la actitud que tenemos los escritores frente a la vida como testigos de determinados acontecimientos. Cosas que a otros se les pasan por alto, porque no ven en ellas ni una pizca de fantasía, para nosotros es el germen de una historia o de un texto que vendrá. Andamos siempre con las antenas paradas. He ahí la diferencia, el terreno donde germina y da frutos eso a lo que llaman inspiración.

- ¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

- Me atrae cómo manejan sus contratiempos los músicos populares que actúan en varios lugares diferentes en la misma noche, que sufren las mil y una en el camino, pero que suben al escenario con una sonrisa...Me gustan las historias de los colegas que, al igual que yo, produjeron alguna obra casi sin darse cuenta, con piloto automático, y resultó que ¡es su mejor obra! para lectores desprevenidos...Me gustan los artistas plásticos que tomaron imágenes de algún sueño sin saber que lo estaban haciendo...Me gustan los descubrimientos casuales en lo que respecta a avances en la salud. Esas historias tienen mucho que ver con el realismo mágico de cierta literatura.

- ¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?

- Me sigue pasando con El Quijote, que estoy leyendo por cuarta vez. La primera vez fue una fea experiencia. Hice una pésima lectura y por obligación en el colegio secundario. La segunda fue por mi cuenta y por simple curiosidad. Debo haber tenido poco más de 30 años y recuerdo haberme reído muchísimo. La tercera fue más o menos 20 años después. Me reí muy poco y tengo presente que lloré en muchas partes. Quizás tenía que ver con algún momento determinado de mi historia, o con el hecho de aceptar el fracaso de algunos principios que había mantenido durante toda mi vida. ¡La terrible funcionalidad del arte! Esta cuarta lectura es más calma: tomo notas, comparo, busco términos en algún diccionario de palabras olvidadas, produzco otros textos a partir de lo que leo. En fin, sé que esta será mi lectura final... Me sigue emocionando la poesía de mis “maestros a distancia”: Antonio Cisneros, Pedro Shimose, César Fernández Moreno, Gregory Corso, Ezra Pound, Antonio Machado, Alfredo Veiravé, los poetas del Siglo de Oro Español. Textos muy variados y de múltiples fuentes... Me sucede lo mismo con algunas novelas, además del Quijote de Cervantes; La muchacha de las bragas de oro de Juan Marsé, En la pendiente de Markus Werner, Zama de Antonio Di Benedetto, Martedina de Giuseppe Bonaviri, La señora Calibán de Rachel Ingalls, El último encuentro de Sándor Márai, Pedro Páramo de Juan Rulfo, Todos los nombres de José Saramago, Lolita de Vladimir Nabokov, País de nieve de Yasunari Kawabata, varias novelas de Murakami, más todas las que estoy olvidando en este momento. Con Lolita me ocurre lo mismo que con El Quijote, requiere diferentes lecturas en diferentes edades, a veces con resultados totalmente opuestos. Y cuentos: Un día perfecto para el pez banana de J. D. Salinger, El perro que nunca existió y el anciano padre que tampoco de Francisco Candel, El evangelio según Marcos de Jorge Luis Borges, Antártida de Claire Keagan, Los destiladores de naranja y Tacuara mansión de Horacio Quiroga, El perjurio de la nieve de Adolfo Bioy Casares, Vecinos de Raymond Carver, y algunos otros que ahora tampoco vienen a socorrerme... Y en cuanto a música, son incontables los discos que necesito escuchar por lo menos una vez al mes; pero no quisiera que esto se convirtiese en un listado de títulos y de autores.

- ¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?

- Me produce incertidumbre. Mi amor por lo fantástico tiene mucho que ver con eso. A veces siento que la posteridad es un componente de la ficción, otras veces la siento como lo opuesto, como una realidad que llega a destiempo, que se ha convertido en una nueva metáfora de la tristeza. En el mejor de los casos la posteridad es pariente cercana del azar.

- ¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.

- Me gustan los estilos cuando funcionan como un perfume, que algunos pueden descubrir sin que sea algo demasiado visible. En cambio me molesta, y mucho, cuando es un cliché; por más que sea un cliché personal, inventado por ese autor. Creo que la repetición es una manera anticipatoria de la muerte. Es horrible leer un texto inmerso en la obviedad.

- ¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?

- Me indigna (como a muchos, pero no a todos) la injusticia que, por lo general, produce el dinero. La falta de oportunidades en la que se mueve la gente de nuestro entorno, nosotros incluidos; ni hablar de quienes no tienen ni siquiera esas escasas perspectivas. No soy un tipo físicamente violento, pero puedo serlo mentalmente y desearle cosas horrendas a quienes se mueven con impunidad amparados en la injusticia reinante.

Así como los milicos asesinos son un tema que para mí divide las aguas, sin posibilidades de reconciliación; siento que algo parecido, aunque no tan duro, me está pasando con quienes manejan el dinero de una manera mezquina y sin medida… Tal vez por eso también escribo poesía, para tratar de cortar de alguna manera el vacío discurso del poder... Me hartan los ignorantes que, una vez descubiertos, se jactan de su ignorancia; también la gente sin opinión propia; los que no leen un libro o ven una película sin antes haber tenido acceso a una crítica previa; esa repetición (digamos, universitaria) donde tus trabajos sólo tienen valor si están sostenidos por un andamiaje bibliográfico... Me harta también el coro de seguidores de gente mediocre. Los “me gusta” indiscriminados y los comentarios sin freno que a diario vemos en las redes sociales. Muchas cosas me hartan; tantas que sería imposible cerrar la respuesta a esta pregunta.

- ¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?

- La del niño lector, de clase media, que se hizo culturalmente como pudo, a los ponchazos. La del músico frustrado. La del tímido irrecuperable. La del inseguro que se inventó un personaje con el mismo nombre, la misma edad e idénticos rasgos personales.

- ¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?

- Me hubiese gustado que existiera y haber conocido a la pulpera de Santa Lucía, que inmortalizó Héctor Pedro Blomberg. También hubiese deseado escuchar las arengas entre lógicas y desopilantes del licenciado Vidriera, de Cervantes. Haber asistido a la Casa de las Bellas Durmientes que imaginó Kawabata, habría estado muy bueno; conocer a Francisco de Quevedo, de quien se dice que a veces hablaba en perfecta rima, no en desprolijidad rapera, sino en inobjetables alejandrinos, con sus correspondientes hemistiquios y la acentuación exacta; intimar con las modelos del fotógrafo checo Jan Saudek hubiese sido todo un galardón; o haber tocado un instrumento en alguna pista de “Sgt. Pepper”.

- ¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango Cambalache?

- No desde mi punto de vista; porque, así expresado, nos liberaría de responsabilidades a nosotros que somos los verdaderos culpables de que el mundo haya podido ser una porquería, o de que tal vez lo sea hoy, o de que quizás lo siga siendo en el futuro.

- ¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?

- No sé si llego a entender correctamente la pregunta, pero creo que siempre estamos lejos del ideal, y eso es lo que nos lleva a porfiar una y mil veces por aquello en lo que creemos, si no nos bastaría con echarnos a dormir una siesta interminable e imaginarnos que eso es la vida. En lo que hace a la literatura considero que es más o menos lo mismo. Suelo decir, y es verdad, que me gusta la página en blanco; entrar en ella sin preconceptos ni ideas. Tal vez ese sea mi mecanismo para luego sentirme medianamente satisfecho con el resultado de lo que escriba. Tenerlo todo planeado antes de ponerme a escribir me lleva indefectiblemente a la desazón: mi imaginación siempre será mayor que mi capacidad para ponerla en palabras.

- El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?

- Con el amor, bien; siempre estuve enamorado, aunque no siempre los finales fueran felices. Con la contemplación, bien; creo que esa es la previa de muchos textos que luego escribí. Con el dinero, mal; como cualquier argentino de clase media que vive de su trabajo en un país dominado por políticos y empresarios insaciables. Con la religión, bien; gracias a mi padre no tuve una educación religiosa; y aunque a veces siento que es una falta en mi vida, la he incluido en mis preocupaciones literarias (un saco inagotable a donde va a parar todo) y leo sobre diferentes religiones con cierto placer y respeto. Con la política, mal; sufrí mucho en el último y más feroz golpe cívico militar del 76, perdiendo casi todo, y viendo en la actualidad que mis camaradas (compañeros, correligionarios, etc.) de entonces se reciclaron sin cargos de conciencia.

- Donde mueren las palabras es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?

- En el tormento, en la enfermedad, en el hambre que no se modifican con el sana-sana de algunas frases bien pensadas, aunque la intención sea buena.

- ¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ahora ya no?

- Sí puedo. Lo que más deseo, dentro de cualquier lenguaje artístico, es encontrarme con una obra que me sorprenda, que me conmueva, que de alguna manera dé en el centro de mi gusto y necesidad; eso es obvio. Si no se diese así, también soporto lo contrario: una obra que me incomode. Lo que verdaderamente me resulta inaguantable es una obra compuesta de obviedades… Si imagino lo que va a venir y es eso lo que viene, no me interesa. Hay artistas ideológicamente opuestos a mí que, si en su lenguaje no insisten con cuestiones panfletarias, pueden llegar a interesarme.

- ¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?

- Escucho mucha música, de toda y casi todo el día. En ese terreno hay muchos artistas que han sido alabados y que a mí no me conmueven en absoluto, pero siempre pensé que es una cuestión de gustos. Y me parece maravilloso que no todos gustemos de lo mismo, si no el mundo ya se habría acabado en medio de guerras interminables por tener lo que tiene el otro, o tal vez nos aburriríamos tanto por no poder escuchar otra campana que nos sentaríamos a esperar el fin. En música de rock, sólo por dar algún ejemplo que complete la idea de esta pregunta, considero que la capacidad de Jimi Hendrix y de Eric Clapton está sobrevalorada. La pintura de Salvador Dalí no me sugiere demasiado. El premio Nobel de Literatura a Bob Dylan me parece una barbaridad. Si querían premiar a un músico popular que hace literatura con la letra de sus canciones, opino que Leonard Cohen lo merecía mucho más. En nuestro terreno también se da por épocas. Las novelas de Sándor Márai me aburren tremendamente, salvo El último encuentro, ni hablar de las de Leonardo Padura. E históricamente, no termino de entender la devoción por Marcel Proust.

- ¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema Cielito lindo de Luisa Futoransky?

- El amor, al menos desde mi experiencia, casi siempre fue asimétrico, desnivelado, a destiempo; muchas veces, la añoranza del paraíso; otras veces, la imaginación de lo que podía ser y que raramente fue. Eso no impide que haya fugaces chispas de simetría en el amor, que sería el paraíso añorado de la frase anterior.

- ¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?

- Por rubros: Mozart y Charly García, Borges y Quevedo, El Bosco y Piet Mondrian.

Mezclados: Beethoven y Werner Herzog, San Juan de la Cruz y Marilyn Monroe, Estanislao del Campo y Leo Dan.

- Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?

- Mi partida actual, o la de siempre, es la del peón eternamente enamorado de su reina, dispuesto a jugarse la vida ante un rey ocioso, a caballo o a pie, a riesgo de ser visto desde la torre por esos alcahuetes llamados alfiles, incapaces de ir de frente.

© LA GACETA

Perfil

Rogelio Ramos Signes nació el 14 de diciembre de 1949 en La Rioja. Pasó su infancia en San Juan y su adolescencia en Rosario.  Desde 1972 vive en Tucumán. Comenzó a publicar cuentos y poemas en la mítica revista rosarina El Lagrimal Trifulca. Por sugerencia de Juan Rulfo publicó sus primeros microrrelatos en la revista mexicana El cuento. Colaboró en la revista Crisis, dirigida por Eduardo Galeano. En la revista Minotauro fue difundida su nouvelle Diario del tiempo en la nieve (Segundo Premio CACYF 1984). En los límites del aire, de Heraldo Cuevas ganó el Primer Premio “Más Allá” a la mejor novela publicada en Argentina en el bienio 1985-1986. Hace 37 años que dirige  la revista “A y C” (Arquitectura y Construcción). En 2011 obtuvo el Gran Premio Regional de Cuentos del Noroeste, otorgado por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación. Ha sido incluido en más de cien antologías de poesía, narrativa y ensayos de diversos países. Publicó el libro de cuentos Las escamas del señor Crisolaras, el de microrrelatos Todo dicho que camina; los ensayos Polvo de ladrillo, El ombligo de piedra y Un erizo en el andamio; las novelas En busca de los vestuarios (Premio ALIJA -Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina- en 2005), Por amor a Bulgaria (Primer Premio en el Concurso de Novela Breve 2008 “Luis José de Tejeda”) y La sobrina de Úrsula; y los poemarios Soledad del mono en compañía, La casa de té y El décimo verso. Parte de su obra se tradujo al francés, inglés, italiano y húngaro. Es miembro fundador de la Asociación Literaria “Dr. David Lagmanovich” y colaborador habitual de LA GACETA Literaria.

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