

“Bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”
Conde de Lautréamont, 1869,
Los cantos de Maldoror.
Por estos días, he leído numerosos artículos sobre los 80 años que se cumplieron de la muerte de Sigmund Freud. Pero ninguno sobre cómo influyó en el arte. No fue poco, aunque no todos los artistas o teóricos lo reconocieron (o lo supieron), o tuvieran conciencia sobre la inconsciencia. Adelanto que al creador del psicoanálisis, poco o nada le interesaron las vanguardias artísticas, y como al propio Marx, prestó más atención a los griegos y renacentistas. Que Freud y Marx fueron vanguardia en sus teorías sobre el mundo, sobre el hombre, quién puede dudarlo, pero en el arte, no ocurrió ello.
“No se puede pensar sin Marx y Freud, no se debería poder pensar. Ellos son nuestros griegos de la modernidad”, le dijo a este columnista el intelectual Eduardo Grüner hace un par de años durante una entrevista que publicó LA GACETA Literaria.
La anécdota ha sido contada de diferentes maneras y hasta está grabada la propia versión de Salvador Dalí. Da cuenta qué opinaba Sigmund Freud sobre los surrealistas, la tendencia que se reclamaba del psicoanálisis.
Sigmund Freud consideraba que el arte en todas sus manifestaciones implica tener una función que va mucho más allá de ser un simple adorno o de volverse algo estéticamente aceptado. El arte es mucho más que eso y Freud indica que el psicoanálisis se encarga de hacernos entender qué ocurre con él o cómo lo podemos llevar a un nivel superior.
Sería largo recordar de qué modo se planteó el dadaísmo, el surrealismo y otras vanguardias ante el inconsciente. Y para el creador del psicoanálisis, el arte expresaba ese inconsciente. La frase, clara, sin discusión: la razón puede darnos la ciencia, pero sólo el inconsciente puede producir arte, se la encuentra en cualquier búsqueda de Google.
De seguro que André Breton difundió ante poetas y pintores las teorías de quien había abandonado la hipnosis no muchos años atrás. Los años 20 corrían y aceleraban las vanguardias. Fue una década en la que se producen en el arte y la sociedad, profundos cambios, revolución bolchevique de por medio.
Los surrealistas se habían definido por la producción artística automática pura sin intervención de la razón. Allí estaban los sueños, delirios, fantasías, deseos, el azar. El surrealismo votaba lo onírico y la irracionalidad donde se encontraran. El inconsciente se adoptó como forma de entender el mundo a través de la asociación o interpretación de los sueños.
Sigmund Freud no les creyó o como diríamos en la actualidad, los ninguneó, no se interesó por ellos, directamente. Salvador Dalí fue a visitarlo tres veces a Viena y no lo recibió (Ni siquiera pudo ingresar a la primera puerta). En Londres, en el exilio, lo encontró luego de buscarlo en numerosas oportunidades. “Un día [Freud], pretendió ante mí, que los surrealistas no le interesaban. Y como me asombré, sabiendo de qué manera se fundamentaban en él, me dijo: ‘Prefiero los cuadros en los que no hallo ninguna huella aparente de surrealismo. A esos sí los estudio. Allí encuentro tesoros del pensamiento subconsciente’”, le dijo. La entrevista del 19 de julio de 1938 contada por Dalí, menciona las profundas miradas entre ambos: una en silencio hasta el final y la otra, insistente, grandilocuente, demandante.
“Me acompañaban el escritor Stefan Zweig y el poeta Edward James. Mientras cruzaba el patio de la casa del anciano profesor vi una bicicleta apoyada en la pared y sobre el sillín, atada con un cordel, había una roja bolsa de goma, de las que se llenan de agua caliente, que parecía llena, y sobre la bolsa se paseaba un caracol. La presencia de este surtido parecía extraña e inexplicable en aquel patio del domicilio de Freud. Contrariamente a mis esperanzas, hablamos poco, pero nos devorábamos mutuamente con la vista. Freud sabía poco de mi, fuera de mi pintura, que admiraba, pero de pronto sentí el antojo de aparecer a a sus ojos como una especie de dandi del “intelectualismo universal”. Supe más adelante que el efecto producido fue exactamente lo contrario. Antes de partir quería darle una revista donde figuraba un artículo mío sobre la paranoia. Abrí, pues, la revista, en la página de mi texto y le rogué que lo leyera así tenía tiempo para ello. Freud continuó mirándome fijamente sin prestar atención a mi revista. Tratando de interesarle, le expliqué que no se trataba de una diversión surrealista, sino que era realmente un artículo ambiciosamente científico y repetí el título, señalándolo al mismo tiempo con el dedo. Ante su imperturbable indiferencia, mi voz se hizo involuntariamente más aguda y más insistente. Entonces, sin dejar de mirarme con un fijeza en que parecía convergir su ser entero, Freud exclamó, dirigiéndose a Stefan Zweig: ‘Nunca vi ejemplo más completo de español ¡Qué fanático!’”.
El marxismo, como ante tantas otras teorías, consideró al psicoanálisis como una hipótesis de trabajo. Trotsky lo escribió en su texto “Literatura y Revolución”. Pero fueron los surrealistas como Bretón y hasta el mismo Andrés Rivera, quienes firmaron en México el Manifiesto por un Arte Independiente.
André Breton encontró el azar, como modo de composición de sus poemas; y los artistas, el llamado cadáver exquisito, un encuentro en el cual varios artistas dibujaban las distintas partes de una figura o de un texto sin ver lo que el anterior había hecho pasándose el papel doblado (en rigor, el Conde de Lautréamont fue un avanzado en ello en el siglo XIX, tema que estudió Enrique Pichón Rivière). El Conde de Lautréamont con el encuentro “fortuito” entre la máquina de coser y el paraguas propuso la asociación libre, lo que décadas después sería el cadáver exquisito. El poeta cantó versos asegurando que “el plagio es necesario”, un presupuesto de la contemporaneidad, de la que algunos maestros ciruela siguen escandalizándose. Precisamente en el mundo de internet.
Salvador Dalí creó el método de la paranoia crítica y lo definió: “método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes”.
Para Jacques Lacan el inconsciente está estructurado como un lenguaje; en esta frase de indudable cuño estructuralista, no puede olvidarse que el arte es un lenguaje. Trata de mirar desde afuera asumiendo alguna parte del análisis de Michel Foucault sobre Las Meninas, de Velázquez.
En los años 60, en el Instituto Di Tella de Buenos Aires, descollaba con sus textos Oscar Massota, uno de los mayores difusores y pensadores del psicoanálisis en el país. En el Di Tella, un centro de experimentación de la vanguardia artística, nada menos.
Al psicoanálisis, el arte le sirvió para sus análisis, formular diagnósticos y pronósticos; entender más sobre nuestros deseos. No han sido pocos los psiquiatras y psicoanalistas que han auscultado a Van Gogh. Jean Francois Lyotard creó la estética libidinal en los 70.
“No se puede pensar sin Marx y Freud, no se debería poder pensar”.
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Jorge Figueroa
Tucumán







