Octavio Corvalán: a 20 años de su muerte

Octavio Corvalán: a 20 años de su muerte

Destacado docente, investigador, músico y ensayista, formado en la UNT -donde enseñó- y doctorado en Yale. Fue colaborador de La Gaceta Literaria. Todo estudiante de literatura hispanoamericana del siglo XX debería estudiar su libro Modernismo y vanguardia.

ERUDITO Y AMENO. Corvalán conocía al dedillo la literatura latinoamericana ERUDITO Y AMENO. Corvalán conocía al dedillo la literatura latinoamericana
13 Octubre 2019

Por Roberto González Echeverría

PARA LA GACETA - NEW HAVEN (EE.UU.)

Octavio había nacido en Santiago del Estero, en 1923, donde cursó hasta la secundaria, pero luego se fue a Tucumán a estudiar filosofía y letras en la universidad. Allí estudió lingüística para investigar la influencia de las lenguas indígenas en el español del área. Se graduó en 1944. Cuando lo conocí en Indiana, en 1964, tenía 41 años. Siempre lo identifiqué con Tucumán, y así le dediqué mi libro Modern Latin American Literature: a Very Short Introduction, que me publicó Oxford: “A la memoria de Octavio Corvalán, maestro tucumano.” En Indiana era, precisamente, profesor de literatura hispanoamericana moderna, y yo estudiante de posgrado. Lo admiré enseguida por sus vastos conocimientos y amena manera de dar clases; elocuente, pausado, claro en su exposición, sin alardes de originalidad, quería que aprendiéramos la materia. Tenía, además, la virtud de conocer al dedillo toda la literatura latinoamericana moderna, no sólo la argentina. Los latinoamericanos tendemos a no saber de literaturas que no sean las nuestras. También oí cantar a Octavio en fiestas y conciertos. Era un consumado artista. Los estudiantes lo invitábamos a nuestras fiestas. Pasé a Yale, donde terminé mi doctorado en 1970. Me volví a encontrar con Octavio en 1967, cuando yo regresé a Yale de Cornell, mi primer puesto universitario. Él había aceptado un profesorado en Wesleyan, a media hora de New Haven. Nos vimos mucho entonces y nos hicimos muy amigos, hasta el punto de que él y su esposa María Celia fueron los padrinos de mi hija Isabel. También se convirtió en mi mentor, ayudándome con la redacción de mis primeras publicaciones. El andaba por los cincuenta y pico y yo por mis treinta y cuatro. Me llevaba veinte años de edad y de experiencia profesional. Irónicamente, cuando decidió hacer el doctorado en Yale (en su época el título no existía en la Argentina) yo fui uno de los lectores de su tesis sobre Leopoldo Lugones. Aparte de su obra como crítico e historiador de la literatura hispanoamericana, Octavio era un profundo conocedor de la tradición musical folklórica del noroeste argentino; son canciones que cantaba con gran maestría acompañado por la guitarra, que tocaba con admirable habilidad. Grabó un disco, Argentine Folk Songs para Folkways, de Nueva York, que atesoro todavía. Las canciones son, entre otras, “quenas,“ “gatos,“ “chuntunkis,“ “vidalas,“ “chayas,“ “bailecitos,“ “chacareras,“ y “carnavalitos.” Se ve que Octavio había estudiado y absorbido las culturas indígenas todavía vivas en su juventud. Nunca supe si hablaba el quechua o alguna otra lengua indígena. Cantaba con emoción aquellas melancólicas tonadas que expresan los dolores de toda existencia, y más las de aquellas cuyas historias reflejaban el sometimiento y la postrimería de una cultura. “Anahí,“ canción guaraní, habla de “arpas dolientes” y declara que “tu raza no ha muerto.” Sin duda los conocimientos literarios, poéticos y prosódicos de Octavio lo asistían en el descubrimiento y preservación de tan valioso legado artístico. Era allí donde se juntaban sus múltiples vocaciones y talentos. Porque su trabajo como profesor y crítico de la literatura latinoamericana moderna sin duda se nutría de esa inspiración nativa, tema fundamental de toda la literatura hispanoamericana.

Su libro Modernismo y vanguardia: coordenadas de la literatura hispanoamericana del siglo XX (Nueva York, 1967) es como un magnífico curso universitario sobre el tema, y probablemente deriva del dado por él en Indiana, del que yo fui alumno. Tiene muchas virtudes. 2 Para empezar, está primorosamente escrito: Octavio tenía una prosa elegante, clara, desprovista de verbosidad, con aciertos estilísticos tales como frases lapidarias con cierto humorismo: “El desparpajo lleva su castigo a cuestas” (p. 94). El libro está además muy bien organizado, partiendo de los herederos del Modernismo hasta llegar a una “Perspectiva del Medio Siglo” que lo trae casi a su presente. Es notable lo mucho y lo bien que leyó Octavio: encontramos comentarios detallados de las grandes figuras, pero también no pocos sobre escritores de menos relieve pero que él arguye, convincentemente, que fueron importantes, por ejemplo Elías Nandino. Las páginas dedicadas a los mayores, Borges, Paz, Mariátegui, Reyes, Martínez Estrada son valiosísimas. Octavio combina con gran pericia vida y obra. Así, tenemos una exposición suficiente sobre la carrera política de Gallegos, que después de todo llegó a presidente de Venezuela, con un análisis cabal de Doña Bárbara. Los análisis de poetas y ensayistas son ejemplares. Octavio no favorecía ni a prosistas ni a poetas, se ve que los admiraba sin distinción por la calidad literaria de lo que escribieron, independientemente de la política, pero conocedor de la participación en ésta de todos.

Resulta evidente que Octavio era un gran conocedor de la historia latinoamericana. La idea central de Modernismo y vanguardia es la supervivencia explícita o implícita del Modernismo en la literatura hispanoamericana del siglo XX. La moderna literatura hispanoamericana empieza con Darío y sus seguidores, que crean un lenguaje propio y un papel para el autor en sociedad y en su propia obra. Los modernistas inventan una voz literaria hispanoamericana que sigue viva aún entre los escritores que se declaran en contra del Modernismo: ya sea para afirmarlo o para negarlo el Modernismo sigue presente. Por ejemplo, Octavio destaca algo que pocos, tal vez nadie, han sabido ver: el talante poético de la prosa de Gallegos en Doña Bárbara; otro tanto dice de Rivera, autor de La vorágine, pero también de exquisitos sonetos de corte todavía modernista. Como tesis principal del libro, la de la persistencia del Modernismo en la Vanguardia es original y de amplio alcance. Pienso que todo estudiante de literatura hispanoamericana del siglo XX debe estudiar el libro de Octavio con aplicación. A mí, que empezaba a publicar libros y ensayos críticos por los 70 del siglo pasado, Octavio me resultó un mentor inigualable. Él había aprendido, tal vez de Borges, o probablemente le nacía, la inclinación hacia una prosa tersa, desprovista de retórica. Yo todavía traía de mi bachillerato cubano algo de ese estilo anticuado lleno de giros superfluos y de transiciones rebuscadas. Octavio me enseñó a despojarme de todo eso y a escribir un castellano moderno, claro, sin palabrería. Esto lo hacía cariñosamente, sin vejarme. Se lo agradezco todavía, y por eso le dediqué mi libro a su memoria.

© LA GACETA

Roberto González Echevarría - Profesor cubano, graduado en la Universidad de South Florida. Obtuvo un master en Filosofía en Indiana y un doctorado en lenguas románicas en la Universidad de Yale, donde fue profesor al igual que en Cornell. Es miembro de la American Academy of Arts and Science, recibió -de manos de Barack Obama- la Medalla Nacional de Humanidades y es colaborador de The New York Times Review of Books y The Wall Street Journal.

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