No debería ser un Boca-River

No debería ser un Boca-River

Arden los teléfonos. Los ministros de Economía provinciales tienen que afinar el lápiz para pasar en limpio un dato: cuánto será el monto de lo que la Nación dejará de retener a las provincias para asumir el costo fiscal de dos medidas clave para el “encantamiento” electoral: la reducción de la carga del impuesto a las Ganancias y la alícuota cero en el IVA para los principales artículos de la canasta alimentaria. El fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha sido tan debatido como el uso del VAR en el clásico de la Libertadores. Nación y provincias actúan como si fuesen Boca y River cuando, en realidad, todo se hubiese evitado con una mejor coordinación de las medidas de tinte fiscal.

¿Es cuestionable una decisión de tal naturaleza? A juzgar por los usos y costumbres, nadie esperaba que el máximo tribunal de la Nación hiciera lugar a la cautelar presentada por una quincena de provincias en contra de las medidas tomadas por la gestión del presidente Mauricio Macri. Los conocedores del Poder Judicial indican que, generalmente, los vocales que integran la Corte prefieren no adoptar ningún tipo de definición cerca de las elecciones. No fue el caso. La Nación analiza cómo hacer frente a este sobrecosto financiero de hacerse cargo totalmente de las medidas que buscaban cambiarles el humor a los asalariados y a aquellas franjas sociales más vulnerables a la devaluación y a la inflación reinante.

Lo concreto es que las decisiones presidenciales se corporizaron a través de un decreto y que no hubo consultas previas a los gobernadores ni a los ministros provinciales que integran los consejos encargados de armonizar las políticas fiscales. La politización de la batería de medidas de alto impacto social era más probable en virtud de haber sido anunciadas tras el resultado de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), el 11 de agosto pasado. Si se hubieran definido, por ejemplo, al inicio del año fiscal en curso, tal vez otra hubiera sido la predisposición de los gobiernos subnacionales, de la misma manera que cuando se firmó el Consenso Fiscal para bajar la carga tributaria en todo el país.  

No hay mucho margen de tiempo para llegar a una conclusión. Las elecciones del domingo 27 aceleran todo tipo de negociaciones. Nadie quiere perder. Ni votos ni dinero. La política tiene conductas que, en muchos casos, van a contrapelo de lo que necesita la sociedad. Sin embargo, la ventaja siempre es la más buscada. Por eso en la Argentina naufragan todo tipo de acuerdos que signifiquen esfuerzos que se inicien desde la misma zona de poder.  

Hay algo que aclarar: si el gobernante de turno hubiera sido otro que no sea Mauricio Macri, la discusión se hubiese planteado con la misma tónica. La caja no se toca porque los recursos son más escasos de lo habitual. Está claro quiénes son los que pagan las consecuencias. Y más elocuente es el resultado de la falta de políticas nacionales y provinciales para darles cobertura a las franjas sociales más vulnerables a los vaivenes económicos, financieros y cambiarios en la Argentina. En el país no se puede permitir que poco más de tres personas sean pobres porque no tienen los ingresos necesarios para abandonar ese escalón socioeconómico. En Tucumán también deberían buscarse las soluciones para que cuatro de cada 10 habitantes no estén expuestos a una situación de pobreza. Hay culpas compartidas, incluso de la actividad privada que alimenta la informalidad de una economía local cuya actividad, en un 40%, está en negro. Mientras eso no cambie, los esfuerzos para combatir el trabajo no registrado y, por ende, la pobreza, serán en vano.  Tal vez nos quedemos con que Tucumán tiene 360.000 pobres dentro de su población urbana. Pero, para dimensionar la profundidad de este flagelo, las comparaciones son necesarias. Aquella cifra representa dos veces la cantidad de trabajadores registrados en el sector privado y hasta del ejército de informales y hasta triplica el número de agentes de la administración pública provincial.

La política debería hacer un esfuerzo para dejar de disputar partidos electorales de dientes apretados y dejar de mirar desde la tribuna lo que le pasa a la sociedad. Sería un gesto de grandeza en un período lleno de pobreza.

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