Famoso diario tucumano de la tarde

Famoso diario tucumano de la tarde

“El Orden”, testimonio de periodismo independiente, se editó durante seis décadas y llegó a ser decano de la prensa del interior.

EL GRAN EDIFICIO. En 1930, “El Orden” inauguró su local de 25 de Mayo al 200, donde hoy funciona el Centro Cultural “Virla” de la UNT. EL GRAN EDIFICIO. En 1930, “El Orden” inauguró su local de 25 de Mayo al 200, donde hoy funciona el Centro Cultural “Virla” de la UNT.

En la historia del periodismo de Tucumán, que suma ya 202 años, sin duda la expresión más importante es este diario LA GACETA que el lector tiene en las manos. Lo fundó don Alberto García Hamilton hace un siglo y siete años. Ningún periódico, ha llegado a editarse durante un tiempo tan prolongado.

Pero, entre las decenas de otras hojas periodísticas lanzadas a la calle en Tucumán y desaparecidas (a veces lentamente, a veces rápido), merece detención una que mantuvo un puesto de gran prestigio -en la prensa local y en la de todo el interior- a lo largo de nada menos que seis décadas, entre 1883 y 1948. El diario se llamaba “El Orden” y era vespertino. Estas líneas quieren consignar, siquiera a muy grandes rasgos, algo de su azarosa historia.

León Rosenvald

No deja de resultar curioso que un diario que apareció siempre a la tarde predominara indiscutiblemente sobre los matutinos durante muy largo tiempo. Lo fundó, el 14 de noviembre de 1883, el abogado Ernesto Colombres. Este se retiró de la dirección en 1886, para asumir una banca de diputado en el Congreso Nacional. Fue entonces que su más estrecho colaborador, el reportero León Rosenvald, se fue convirtiendo poco a poco en conductor del diario.

Son un tanto borrosos los datos personales de Rosenvald. Ni siquiera hay precisión sobre el lugar de su nacimiento. Lo más probable es que ocurriera en el Brasil, en 1852. Una erudita “Noticia biográfica” de la profesora Sonia Assaf ha estudiado este tema y de su trabajo tomamos abundantes referencias.

PLACA EN LA TUMBA. Rostro de León Rosenvald en relieve, en una placa de su mausoleo. PLACA EN LA TUMBA. Rostro de León Rosenvald en relieve, en una placa de su mausoleo.

Judío de origen, Rosenvald se radicó en Tucumán hacia 1881. Aquí se convirtió, décadas más tarde, al catolicismo. Era viudo, desde 1888, de Petronila Íñigo y se casó en nuestra ciudad en 1890, con Celina Pocous. Persona muy religiosa, fue ella quien mucho tuvo que ver con la conversión.

Iras oficiales

“El Orden” se editaba inicialmente en una humilde imprenta de calle 24 de Septiembre al 500, vereda del norte. Poco a poco Rosenvald pudo ir mejorando la estructura y las dimensiones del vespertino. En esta tarea, dio muestras de coraje y de inteligencia. Se las arregló para armar un medio de opinión independiente. No era algo sencillo. Apunta Manuel García Soriano –cuya completa semblanza de “El Orden” mucho usamos también aquí- que “pudo capear todas las coyunturas adversas”, en una época en que el apoyo del Estado era “indispensable para la subsistencia” de un diario en Tucumán.

No es que careciera de tendencia política. Era adversario de Roca y apoyaba a la Unión Cívica de Leandro Alem y Bernardo de Irigoyen, cuando terminaban los años 1880. Sostenía así al gobernador Juan Posse, único opositor que el presidente Miguel Juárez Celman tenía en el país. Esto le atrajo los rayos del oficialismo.

Serie de ultrajes

Cuando los “juaristas”, golpe armado mediante, se apoderaron de la administración tucumana, en junio de 1887, los talleres de “El Orden” fueron asaltados y destrozada su tipografía. Esto no amilanó a Rosenvald, y “El Orden” volvió a la calle tres meses más tarde.

POEMA DE BORGES. Borrosa reproducción del poema “Villa Urquiza”, editado en “El Orden” de 1924. POEMA DE BORGES. Borrosa reproducción del poema “Villa Urquiza”, editado en “El Orden” de 1924.

La gobernación “juarista” de Lídoro J. Quinteros lo hizo objeto de grandes ultrajes. Rosenvald fue llevado de comisaría en comisaría y cargado de multas arbitrarias. En 1889, por ejemplo, un policía lo agredió en la calle y hubo que hospitalizarlo. Afrontó decenas de arbitrarias detenciones por “desacato” a las autoridades, desde 1889 en adelante. En 1890, en la estación de Central Argentino, fue atacado por la espalda con violencia. Esto además de afrontar numerosos procesos judiciales por injurias y calumnias.

Pero “El Orden” siguió en la calle y continuó opinando resueltamente en política. Por fin, terminó la era de Juárez Celman y las cosas algo se tranquilizaron. Rosenvald compró el diario a Colombres durante 1890 y su nombre apareció con el título de director. Juan Heller destacaría que la figura de Rosenvald sólo puede entenderse en un marco de combate y de polémica.

Marco de polémica

Famoso diario tucumano de la tarde

“No acertaría el biógrafo que lo viese de otra manera, y mentiría el crítico que no lo aquilatara en ese medio para el cual estaba formado. Quien lo considerase en su acción y desarrollo con un criterio puramente intelectual y moderno, de seguro que no encontraría al personaje de su razonamiento”. Sucedía que Rosenvald “no fue un meditativo ni un pensador. La polémica doctrinaria le era extraña y la pureza de las formas literarias por completo desconocida, como inútil. Nada hubiera conseguido tampoco con todo eso, porque para su creación necesitaba otros materiales y métodos”.

Empresa que requeriría un grueso libro sería acometer la historia de seis décadas de un periódico. No parece desacertado decir que, por lo general, “El Orden” mantuvo independencia informativa. Sus páginas registraban lo que ocurría en todos los sectores sociales. No le importó que muchas veces se lo calificara de sensacionalista o “amarillo”.

Firmas del Centenario

Tampoco es sencillo encasillar su filiación política. Fue “cívico” pero no “radical”. Andando los tiempos, se hizo más bien conservador y radical antipersonalista. Pero no retaceaba espacio a la actividad del adversario. Tenía una excelente información telegráfica nacional e internacional, y un activo corresponsal en Buenos Aires.

Editaba una variopinta sección cultural, con trabajos de importantes intelectuales argentinos y extranjeros, además de no pocas firmas locales, y publicaba novelas en folletín. En sus páginas colaboraron con gran frecuencia los hombres más destacados de la Generación del Centenario, como Juan B. Terán, Alberto Rougés, Juan Heller, Ricardo Jaimes Freyre, José Ignacio Aráoz, para citar sólo algunos.

Publicó a Borges

LOS TALLERES. Los tipógrafos de “El Orden” en febril actividad, en una fotografía de 1900. LOS TALLERES. Los tipógrafos de “El Orden” en febril actividad, en una fotografía de 1900.

Una curiosidad. Hasta que se descubra otra cosa, fue “El Orden” el único periódico de Tucumán donde Jorge Luis Borges publicó un poema, “Villa Urquiza”. Fue un hallazgo nuestro de 1995. Apareció en la edición del 31 de diciembre de 1924, con una ilustración de Pelele. Entiendo que el poema no figura con ese nombre en las obras completas, ni tampoco “remodelado”

El diario acogía también extensos trabajos históricos, no pocos con documentación inédita. Cuando el cine y los deportes empezaron a enloquecer al público, “El Orden” les dedicó todo el espacio necesario, con prodigalidad de fotografías.

Don León empezó a pasar largas temporadas en Buenos Aires, cuando empezaba el siglo XX. Tenía allí importantes amigos, como Bernardo de Irigoyen, Estanislao S. Zeballos, Benito Villanueva y otros altos dirigentes políticos. Con ellos se reunía en comidas en el Plaza Hotel.

La muerte

Al mismo tiempo, efectuaba generosos donativos a instituciones católicas de Tucumán. Tales, las Hermanas Dominicas, a cuya capilla contribuyó con fuertes sumas; las Hermanas Esclavas, las Hermanas Josefinas y la Casa Escuela de los Pobres, de su gran amigo Fray Roque Correa, el “Padre Roque”.

Viajó, además, varias veces a Europa. Un cáncer lo atacó en 1922 y falleció en Buenos Aires el 23 de enero de 1923, tras haber recibido los sacramentos. Sus restos se trajeron a Tucumán. En la imponente ceremonia del Cementerio del Oeste, fray Ángel María Boisdron pronunció el elogio fúnebre de este hombre cuya actuación, dijo, ha sido “fuertemente activa, acentuada y eficaz para el bien”.

Decadencia y final

“El Orden” quedó en manos de dos de sus hijos, Julio y José Ricardo Rosenvald. Decidieron dar al diario una nueva sede, que diseñó Juan Waldorp (h). Edificaron así, en 25 de Mayo al 200, un suntuoso edificio de planta baja y dos pisos, coronado por una gran cúpula de pizarra. Se inauguró con bombos y platillos en 1930.

De allí en adelante, habría que investigar qué ocurrió con “El Orden”. Conjeturamos que causas como desacertadas inversiones, o cambios no calibrados en el gusto de los lectores, y sin duda la fuerte competencia de LA GACETA, configuraron buena parte del universo de adversidades que fue abatiendo al que ya era decano de la prensa del interior.

El hecho es que “El Orden” empezó a decaer velozmente, y hacia 1949 aparecieron, salteadas y ya mal impresas, las últimas ediciones del vespertino que los tucumanos leían desde 1883.

De Juan B. Terán

Su local y sus maquinarias terminaron siendo propiedad de la Universidad Nacional de Tucumán. Allí funcionó muchos años la imprenta de la casa de estudios, que editó de 1947 a 1950 un diario, “Trópico”. Luego, tras una profunda remodelación, el edificio se convirtió en el Centro Cultural “Eugenio F. Virla”.

Juan B. Terán asentó su juicio sobre don León Rosenvald. “No fue bien comprendido”, escribió, “no por odio, ni por celos, ni por pequeñez de espíritu, sino porque la dura jornada del periodista lo impone como condición, si se ha de defender lo que se entiende por bien público, aunque se mezcle a veces, en el lance, la pasión y se acudiera a sus armas flamígeras”. Para Terán, era “un brusco decidor de verdades y un perseguidor de la fatuidad”: alguien “siempre erguido y decidido, seguro de sus juicios, imperturbable en sus sentimientos”.

Hoy, la colección de “El Orden” es una mina de oro para los investigadores del pasado de Tucumán. Sería más que justo que una calle de nuestra ciudad se bautizara “Diario El Orden”, en homenaje a esta histórica expresión de nuestro periodismo, y otra “León Rosenvald”, por su infatigable conductor.

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