Alfonsín iba en serio, ¿qué hay de las “capitales alternas”?

Alfonsín iba en serio, ¿qué hay de las “capitales alternas”?

Alfonsín iba en serio, ¿qué hay de las “capitales alternas”?

“¿Sabe por qué me quiero romper la cabeza contra la pared muchas veces? Por no haberme ido ni siquiera en carpa a Viedma...” Habían pasado 20 años y Raúl Alfonsín seguía lamentando la oportunidad perdida. La idea eleva a Alfonsín a la categoría de estadista, pero en su momento la devoraron entre la crisis económica y los detractores dedicados a poner palos en la rueda desde el primer día. Porque si bien a la necesidad de descentralizar la administración nacional la reconocen todos, otra cosa es tocar privilegios que Buenos Aires viene disfrutando desde hace siglos.

“A partir de ahora el peronismo va a hacer que Dios atienda en el interior también”, prometió el gobernador Juan Manzur. Fue su particular manera de acompañar la propuesta de Alberto Fernández, el candidato que anhela federalizar trasladando el gabinete nacional de ciudad en ciudad. Las provincias quedarían regadas por una lluvia de “capitales alternas”. “En Argentina no tiene que haber ni centro ni periferia, todos valemos lo mismo”, resaltó el aspirante a la presidencia que desde las PASO se siente presidente. Se sabe que en el caso de Tucumán la “capital alterna” sería Monteros.

“Me demoré porque quería hacer las cosas bien”, explicó Alfonsín. Su “Plan Patagonia” implicaba la mudanza absoluta y definitiva de los tres Poderes a un complejo de ciudades: Viedma (Río Negro) y Carmen de Patagones (Provincia de Buenos Aires), las que quedarían unidas por tres puentes. “Hay que crecer hacia el sur, hacia el mar, hacia el frío”, resaltaba Alfonsín, persuadido (verbo que le encantaba emplear) de que en el desarrollo de la Patagonia radicaba buena parte del futuro desarrollo de la Argentina.

Fernández no aspira a tanto, al menos de movida. Anunció el sistema de capitales rotativas con el objetivo de obligar al Gobierno nacional a trasladarse una vez por mes ahí, para escuchar in situ los problemas y trabajar para resolverlos. Pragmatismo peronista puro. Los gobernadores que lo rodeaban sonreían para la foto. El anuncio se concretó en Mendoza, donde el domingo Cambiemos y el peronismo pulsearán por la gobernación, hoy en manos del radicalismo. De la puesta en escena formó parte Natalia de la Sota, hija del dirigente cordobés que hizo punta al designar a Río Cuarto “capital alterna” de su provincia.

No se sabe quién (ni cuándo) inventó lo de “Dios está en todos lados pero atiende en Buenos Aires”. Al menos sería conveniente dejar de mirarse el ombligo y ser conscientes de que si viaja a Arica o a Punta Arenas escuchará que “Dios está en todos lados pero atiende en Santiago (de Chile)”. Lo mismo en Paysandú o en Rivera: “Dios está en todos lados pero atiende en Montevideo”. Y así por buena parte del mundo.

Son muchos los mostradores que Dios necesitaría mudar para que la atención al público fluya con la institucionalidad deseada. Manzur anticipa que así será si el Frente de Todos gana el 27 de octubre, lo que representa una promesa de campaña sumamente arriesgada si tenemos en cuenta la historia.

Tan cerca, tan lejos

La amplia mayoría de la juventud no está al tanto de la iniciativa que Alfonsín impulsó para sacar la capital federal de Buenos Aires. Y muchos mayores tampoco son conscientes de lo mucho que se avanzó en ese sentido. Tal vez porque pasaron más de 30 años, tal vez porque la información no circulaba con tanta potencia, tal vez porque eran tiempos convulsionados.

El Plan Patagonia era una política de Estado ambiciosa, al punto de que para Alfonsín equivalía al nacimiento de una “Segunda República Argentina”. Por ejemplo, contemplaba la transformación de la Ciudad de Buenos Aires en una provincia que incluiría ese monumental conglomerado que es el conurbano bonaerense. La decisión del traslado de la capital contó con el apoyo del Congreso y el 27 de mayo de 1987 se sancionó la Ley 23.512 que declaraba al Distrito Federal de Viedma-Carmen de Patagones la nueva Capital Federal de Argentina. De inmediato se creó el Ente para la Construcción de la Nueva Capital-Empresa del Estado (Entecap), encargado de llevar adelante las obras de infraestructura.

“Estábamos planificando la nueva ciudad, los nuevos edificios, que estaban prácticamente financiados por la venta que se iba a realizar de la embajada argentina en Japón, en Tokio. De modo que todo estaba listo”, apuntaba Alfonsín. La planificación del Entecap contemplaba obras hidráulicas (que se completaron y dotaron de agua potable a Viedma y alrededores), el conjunto de edificios públicos, barrios, hospitales, los puentes para unir la ciudad con Carmen de Patagones, escuelas, universidades y sedes para los cuerpos diplomáticos.

La ejecución del proyecto costaba 2.300 millones de dólares y Alfonsín había fijado un plazo de 12 años para completarlo. El 2000 estaba cargado de simbolismos a fines del siglo pasado y para Alfonsín representaba el momento ideal, el año perfecto para su culminación. Pues bien, es sabido que al proyecto que pudo cambiar la Argentina lo barrieron los vientos de la historia. Carlos Menem disolvió el Entecap por medio de un decreto y la Ley 23.512 no fue incluida en el Digesto Jurídico de 2014, por lo que de hecho quedó derogada.

El tema recurrente

El traslado de la capital es un gesto poderoso que pone en contexto la cuestión de fondo: la deuda bicentenaria en materia de federalismo. Es justo subrayar que hubo abanderados de la descentralización, desde Artigas a Alberdi, pero también que a la historia la escriben los vencedores, y que a la guerra civil la ganaron los unitarios, no los federales. Si el statu quo de Buenos Aires como eje de la vida nacional fue el mismo en la colonia y en la República no es el capricho de unos pocos ni una casualidad. Los intereses políticos y económicos más poderosos jugaron siempre en ese sentido.

Alfonsín recibió aplausos cuando anunció el Plan Patagonia, pero una vez que se comprobó que la idea iba en serio muchas actitudes cambiaron. Al menos Alvaro Alsogaray tuvo la valentía de oponerse abiertamente, con el argumento de que el proyecto era muy costoso. Los peronistas respaldaron en público, aunque no se entusiasmaron en privado. En off, funcionarios de toda laya -desde diputados, senadores y jueces hasta los últimos empleados de la administración pública- se quejaban, espantados por la obligación de mudarse de la “Reina del Plata” a un rincón frío y ventoso de la vasta geografía patagónica. Y ni hablar de la comunidad de negocios, enclavada en Buenos Aires desde los tiempos del Virreinato.

Los brasileños lo hicieron: construyeron una capital en medio de la nada y, orgullosos como son, le pusieron Brasilia. El sueño de una Argentinia sigue lejano, aunque al menos el tema de vez en cuando se visibiliza y sirve para discutir cuestiones centrales. El problema no es Dios, que está dispuesto a atender en todas partes aunque no lo convoquen. El problema son los hombres.

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