La Batalla de Tucumán, un ejemplo de coraje y unión

24 Septiembre 2019

Si bien otras acciones guerreras también hicieron su aporte significativo a la emancipación argentina, sin duda, la Batalla de Tucumán fue su punto de partida. El 24 de septiembre de 1812, el coraje y la decisión de Manuel Belgrano, apoyado por el pueblo, permitieron no solo derrotar al enemigo realista, sino también hacerlo retroceder para vencerlo nuevamente en Salta el 20 de febrero de 1813.

A fines de marzo de 1812, el creador de la Bandera había llegado a Yatasto (Salta) para tomar el mando de un Ejército del Norte derrotado y desmoralizado. Los soldados apenas llegaban a 1.500 y de ese número, la cuarta parte estaba hospitalizada; la artillería era mínima. En mayo estableció su cuartel general en Jujuy. Por orden del virrey de Lima, el general Pío Tristán, con un ejército de más de 3.000 hombres, avanzó sobre las provincias del norte. Ante la inferioridad de condiciones, Belgrano arengó al pueblo jujeño; ordenó que quemaran todo lo que podía ser útil al enemigo y le pidió que siguiera al ejército patriota. Se produjo entonces el “Éxodo jujeño”. El poder central le ordenó a Belgrano retirarse desde Jujuy hasta Córdoba si los españoles ocupaban Salta, como finalmente sucedió.

El 3 de septiembre, los realistas atacaron con éxito la retaguardia en las inmediaciones del río Las Piedras, tomando prisioneros a un centenar de soldados. Pero Belgrano, que se hallaba cerca, contraatacó y puso en fuga al enemigo. Este combate resultó clave para levantarle la moral a la tropa. Luego de la acción, Belgrano cambió su ruta e hizo creer a los realistas que no se detendría en Tucumán. Un grupo de vecinos, encabezado por Bernabé Aráoz, se dirigió al campamento de La Encrucijada para pedirle que se plantara en esta tierra y ofreciera batalla. Le aseguraron que aportarían el doble del dinero y de hombres que necesitaba. “La gente de esta jurisdicción ha decidido sacrificarse con nosotros. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos, que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos”, le escribió al gobierno porteño.

Belgrano, su tropa y los vecinos se encomendaron a la Virgen Nuestra Señora de la Merced, de quien los tucumanos eran devotos. Ese 24 de septiembre, los patriotas derrotaron al invasor realista.

Años después, el general Bartolomé Mitre escribió que lo que hizo más glorioso ese encuentro, fue “no tanto el heroísmo de las tropas y la resolución de su general, cuanto la inmensa influencia que tuvo en los destinos de la revolución americana. En Tucumán se salvó no solo la revolución argentina, sino que puede decirse que contribuyó, de una manera muy directa y eficaz, al triunfo de la independencia sudamericana”.

La victoria fue consecuencia de varias circunstancias, entre ellas, que ante el peligro del invasor, todo un pueblo se unió tras un objetivo común: la defensa de la libertad. Tuvo por conductor a un hombre de excepción, que encarnó el coraje, la humildad, la dignidad, el desinterés económico personal, la decencia, valores que deberían ser imitados siempre por los representantes del pueblo.

En los momentos difíciles que vive el país, acosado por el ahogo económico y el desasosiego, sería importante si, por lo menos, una vez fuéramos capaces de unirnos nuevamente para sacar del atolladero en que se halla nuestra patria. Sería el mejor homenaje al vencedor de la Batalla de Tucumán y al pueblo que lo acompañó.

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