La aviación civil en la Argentina: los tres lapachos del Aeroclub

La aviación civil en la Argentina: los tres lapachos del Aeroclub

Guillermo Fares (hijo) relata la historia de Alberto “Popi” di Lella, Gerardo Gramajo y su padre, Guillermo Fares, las tres víctimas del accidente del 10 de octubre de 2013 en Villa Chicligasta.

 RECUERDO. Guillermo Fares (hijo) y su madre, Graciela Sebedio, en el sillón del living de Graciela, con una foto de su difunto padre y esposo. RECUERDO. Guillermo Fares (hijo) y su madre, Graciela Sebedio, en el sillón del living de Graciela, con una foto de su difunto padre y esposo. LA GACETA / ANALÍA JARAMILLO

El 10 de octubre de 2013 Guillermo Fares, Alberto “Popi” di Lella y Gerardo Gramajo despegaron desde el Aeroclub Tucumán hacia El Calafate, adonde iban a visitar una muestra de aviación. Viajaban en un monomotor Ryan Navion de la década del 40 que habían adquirido en los 90 y reconstruido a lo largo de casi 20 años. Ni su apariencia ni el certificado de aeronavegabilidad aprobado por la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC) evidenciaban la posibilidad de que la aeronave sufriera algún desperfecto crítico.

Sin embargo, pocos minutos después del despegue el ala del Navion se desprendió y Fares, Di Lella y Gramajo murieron cuando la cabina impactó contra el suelo. La Junta de Investigación de Accidentes de Aviación Civil (Jiaac) halló más tarde que la tragedia ocurrió porque el material del ala se rompió debido a la fatiga causada por el paso del tiempo.

LA GACETA conversó con Guillermo Fares (hijo) acerca de la historia de vida de las víctimas y las causas del accidente. En esta reconstitución de la charla, Fares cuenta, con el alivio de su tono tragicómico, el ya sosegado recuerdo que le queda de su padre.

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“Algunos dicen que todo hombre tiene una meta y durante 18 años la de ellos tres fue esa: armar el Navion. Compraron el avión en el 91 y dijeron: ‘en tres años lo sacamos a volar’. Pero se encontraron con 700 inconvenientes en el medio. Había momentos en que bajaban los brazos y decían: ‘cómo no me dedico a hacer otra cosa en vez de armar este avión’.

Cuando compraron el Navion, que era un caza de la Segunda Guerra Mundial, les entregaron el avión desarmado y un montón de chatarras de otro avión. Algunas servían y otras había que comprarlas en Estados Unidos. Entonces hasta que llegaban era un quilombo y también había piezas que ya no se fabricaban y que había que mandarlas a hacer. Y algunas veces el avionpartista ya se había muerto y qué sé yo. Así que recién lo pudieron terminar de armar en el 2009, cuatro años antes del accidente.

Mi papá y el Popi se conocieron cuando tenían más o menos siete años en la parroquia de El Corazón de María. Ahí además de ir a misa había otras cosas para hacer. Al cura, que se llamaba Petrich, le gustaba el aeromodelismo y les enseñó. Entonces hacían maquetas de aviones. La viuda del Popi tiene por ahí una foto que salió en su momento en el diario, en LA GACETA, donde están ellos a los 10 años con un premio por un avión a escala.

Así que desde esa edad que venían con el tema de los aviones. Mi mamá siempre cuenta que cuando se casaron vivían en el fondo de la casa de mi abuela, donde tenían una cocinita, un comedor y una habitación. El Papá estaba toda la tarde con las maderitas haciendo aeromodelismo y cuando la Mamá llegaba se encontraba con el hollín y tenía ganas de echarlo a él con el avioncito y la lija… En fin. Después siguió con aerocontrol, con esos avioncitos que los manejás con las manos y los andás revoleando.

El Popi y el Papá empezaron a volar en planeador, que es el avión sin motor. Más adelante hicieron los cursos de piloto privado y se metieron en este quilombo del Navion con Gerardo, que era el mecánico y fue el tercer accidentado. Cuando se clavaron hacía un año que la ANAC les había habilitado el avión. Entonces recién terminaban de adaptarse, porque aprender a controlar un avión con tanta polenta lleva un tiempo. Así que habían entrenado por acá cerca, hecho vuelitos a las Termas, a Cachi, ninguno de más de dos horas. Y ahora iban a hacer por primera vez un vuelo largo, con varias paradas, para ir a El Calafate a una exhibición de aeronáutica.

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Mirá lo que son el destino y el instinto materno. Yo no viajé con ellos ese día porque era el cumpleaños de mi mujer. Le había dicho a mi papá: ‘por favor, váyanse el día después así me voy con ustedes’. Primero me dice que no, que íbamos a exceder el peso, que no sé qué, y después se sincera y me cuenta que la Mamá no quería que volemos juntos en el mismo avión. Yo estaba re caliente con mi vieja ese día. Y por un día y por mi vieja no me maté.

Bueno, el 10 de octubre del 2013 yo fui el último que estuve con ellos antes del despegue, los tengo filmados en el momento en que arranca el avión. Yo había hecho el chequeo del avión porque si bien ellos todavía no estaban tan grandes, prefería tirarme yo abajo del avión y pegarle una mirada. Nada, lo chequeé, controlé la puesta en marcha y me puse a filmarlos. Arrancan, carretean, despegan, se pierden en el horizonte y dejo de filmar. Y al rato se clavaron.

Lo que pasó es que el ala tenía fatiga de material. Y es una paradoja, porque la estructura del ala era una de las cosas por las que les gustaba el avión. Como te decía al principio, era un caza, un avión de guerra, qué sé yo, y por eso el ala tenía un gran soporte, a la altura de un avión de acrobacias. Entonces lo que menos te podías imaginar era que pase algo en el ala. Así que salen ese día a volar y lo que dice el informe de la Jiaac es que la estructura del ala estaba corroída y eso hizo que se desprendiera. Para encontrar este tipo de fallas tenés que desarmar todo el avión, poner un boroscopio, quizás romper la pieza… Era algo que no se podía chequear y que ni te podías imaginar. Vos, de verlo al avión, te dabas cuenta de que era una bomba. Era un trabajo de joyería el que habían hecho.

Cuando se desprende el ala, al ser un plano aerodinámico, es como un papelito. Vos soltás un papelito y has visto cómo cae. Entonces cuando se desprendió el ala en pleno vuelo, el avión dejó de tener aerodinámica, empezó a hacer un trompo y ya no había nada que hacer. Como el tanque de combustible estaba en el ala, obviamente se prendió fuego la cabina después. Quedó enganchado el combustible de un tanque con una conexión, una conexión con otra conexión, el combustible de un tanque con el de otro, el avión se dio vuelta, ya fue. Ya está, ya era.

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Mi viejo era del 44, se ha muerto en el 13, tenía 69, creo. Mamá, ¿el papá cuando se clavó tenía 69? Y sí, se clavó. Se clavó y se clavó. ¿Cuánto? Ah, 68. Yo le decía que tenía cuatro hijos: los tres titulares y el adoptado. El avión era un hijo, le daba más bola que a nosotros. El día en que la ANAC lo habilitó nació un perrito en el Aeroclub y le pusieron ‘Navion’. Ahora anda por ahí el Navion. Encima es amarillo, como el avión. Fue una locura ese día, por acá tengo las fotos de la habilitación.

Vos sabés que Gerardo no iba a ir porque la mujer no estaba bien. Y el día antes del viaje llaman por teléfono, atiende mi vieja y él dice: ‘tengo una noticia’. ‘¿Qué noticia?’. ‘¡Me dejan ir!’. ‘¿Cómo que te dejan ir?’. ‘¡Sí, sí, me están hinchando para que vaya igual!’. ¡El día anterior! Mirá dónde está el destino, mirá el destino, ¿no?

Mi viejo siempre decía que se quería morir así. Él era loco por los lapachos y por eso después del accidente plantamos tres lapachos en el Aeroclub. Uno por cada uno de ellos. Yo también soy piloto, paso mucho tiempo en el Club. Cuando voy, el Navion, el perrito, me anda por atrás. Siempre miro los lapachos. Miro cómo están.

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