El romanticismo no ha muerto, sólo se esconde en el Rosedal

El romanticismo no ha muerto, sólo se esconde en el Rosedal

Algunas parejas deciden celebran San Valentín en el jardín de rosas, mientras que otras lo asocian a recuerdos con finales no tan alegres.

METAMORFOSIS. Para la revalorización del Rosedal se plantaron 1.900 rosas y volvieron a pintar las pérgolas. METAMORFOSIS. Para la revalorización del Rosedal se plantaron 1.900 rosas y volvieron a pintar las pérgolas. LA GACETA / INÉS QUINTEROS ORIO

Las personas podrán decir muchas cosas sobre los tiempos que corren. Por ejemplo, que las redes sociales mataron la interacción cara a cara o que las emociones se volvieron líquidas, las relaciones, etéreas y que no existe gente que se la juegue por amor... Sin embargo, hay pruebas de que todavía existen los románticos.

El Rosedal del parque 9 de Julio fue durante muchos años un cultivo de ellos y ahora, con su puesta en valor y los floridos cambios (como la replantación de rosas rojas, naranjas y blancas) promete seguir con la tradición de ser el refugio de las parejas que buscan pasar tiempo juntos o disfrutar de una tarde íntima.

Esa fue la idea que impulsó a Lucas Peralta para compartir un San Valentín distinto con Mayra Guiscafre. “Para la fecha decidimos hacer un picnic entre las rosas. Fue algo especial porque intercambiamos regalos y me atreví a cantarle una canción”, comenta el novio.

“Entre la gente, te descubrí. Ya no iba a poder alejarme de ti. De una extraña manera me enamoré. Y nunca yo te dejaré. Te busqué, te encontré. Eres para mí, una dulzura especial”, entonó como versos improvisados.

A cambio, el premio de Lucas por su valentía fue una caja llena de trufas de chocolate caseras y mensajitos escritos a mano con lapicera. “Solemos hacer salidas así al aire libre y es muy divertido. Si no fuera por la inseguridad, ya habríamos intentado también hacer paseos nocturnos”, detalla Mayra, quien conoció a su enamorado hace 10 años en un retiro espiritual y lleva casi siete años en pareja.

Final inesperado

Mientras hay amores que se consolidan entre las verdes enredaderas del jardín circular, hay otros que se van y sólo dejan preguntas. “A mi primer crush (flechazo) lo conocí en el Rosedal. Él era escritor y se reunía a hacer tertulias con sus amigos”, recuerda la estudiante universitaria Cecilia Correa.

Luego de varias semanas sincronizando sus idas al parque con las visitas de Mariano, ella decidió salir de las sombras. “Me acerqué a charlar con el grupo y compartimos algunas lecturas. Creo que todos sabían el verdadero motivo por el que estaba ahí, pero como era adolescente no me importaba mucho”, confiesa divertida.

A partir de ahí le siguieron un par de besos sin compromiso, sexo en el auto y algunas tardes pintadas de bohemia, pero luego vino el golpe de agua fría. “En una de las reuniones lo vi agarrado de la mano con otra chica. Era su novia y salían desde hacía dos años -detalla Cecilia-. Un mentiroso total, resulta que también hacía lo mismo con otras chicas. No sé, quizás la culpa fue de ese aire romántico y contagioso que transmitía el lugar”.

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