Rejas para la tierra de nadie

El parque es de todos. Y, según se ve, de nadie. Pasa de todo ahí. Buen lugar para tomar café, hacer gimnasia, caminar, cambiar de aire, pasear en auto, jugar a la pelota, remontar barriletes, admirar las estatuas, aprender a andar en bici o en auto. Tiempo atrás se podía pasear en botecitos a pedal y admirar los peces de colores. Mucho antes, se podía tomar un café en la confitería del lago, o llevar a los chicos a la pista de karting. Y mucho más antes, montaban allí la Rural en septiembre, cerca del autódromo. A veces incluían un tobogán gigante.

Hoy también se ve de todo ahí. Gente que quiere ejercitar su cuerpo, acompañada por personal trainers en la franja junto a la avenida Soldati, chicas que se cuelgan con cintas de los árboles, gente que va a buscar arbolitos y flores del vivero, gente que va a jugar al tenis, muchos futbolistas y hasta gente que va a rezar. Y niños que disfrutan de ese gran espacio verde, desde andar en el trencito hasta ir a gritar para escuchar el eco en el teatro de Narciso, junto al Lawn Tennis. Hay otras cosas también. Algunas noches, van cientos de chicos de algunos barrios en moto, a escuchar música y hacer demostraciones de habilidad conductora, entre el sector de las estatuas de Laocoonte y el de Diana haciendo dormir a Endimión. Y también, de noche, hay prostitución callejera en la zona cercana a la casa del Obispo Colombres. El parque 9 de Julio es un mundo. Según quién quiera hablar de él, joven o adulto, habrá mil historias para contar.

El detonante

Hoy lo que se cuenta es triste. Quieren enrejar el Rosedal, porque, tras la plantación de flores que hizo la Municipalidad en las últimas semanas, se robaron las rosas (ahora las volvieron a colocar: 1.800 plantines) y golpearon a los serenos municipales. Además de poner rejas en el Rosedal, van a actuar los agentes de la Guardia Urbana Municipal y se ha pedido que la Policía haga recorridos de noche. También están evaluando cómo limitar o echar a los lavadores de autos.

Interesante preocupación. Si la analizamos fríamente, inquieta que no se hayan pedido guardias hace dos años, cuando asesinaron y quemaron cerca del teatro de Narciso a la chica trans Ayelén Gómez, o el año pasado, cuando “Maxi” Abraham mató a balazos a los policías Sergio Víctor Páez González y Cristian Marcelo Peralta cerca de la casa del Obispo Colombres. Los dos episodios sangrientos fueron horrores nocturnos en la misma zona del parque. O cuando robaron la pesada estatua “Meditación” (de dos toneladas) ubicada en la avenida Paz Posse, cerca de Laocoonte, y se la llevaron en una camioneta para dejarla tirada, 70 días después, en una calle de Villa Muñecas. O el ataque de un motoarrebatador a los turistas franceses en julio, frente a los hoteles. Y se podría seguir enumerando pequeños y grandes robos y actos de vandalismo y desorden, que desembocaron, poco antes del robo de las flores, en la sustracción del neuroestimulador neuronal (sacado del auto estacionado) de la caminante Belén Jiménez Suárez.

Es decir, el robo de las flores no es una causa, sino el detonante de un rosario de barbaridades, de cosas mucho más atroces que han venido ocurriendo sin que hubiese preocupación manifiesta, hasta ahora.

Medidas insuficientes

Porque está claro que el parque, como principal pulmón de una ciudad que tiene un tercio del verde que necesita -según se viene recalcando desde hace dos décadas-, ha sido parte de las preocupaciones de los funcionarios. No sólo se ha montado ahí la oficina y el taller de reparación de esculturas de Parques y Jardines (casi frente al lugar donde estaba “Meditación”) sino que desde hace años hay un destacamento policial donde se guarda un cuatriciclo para recorridos de seguridad, además de que se colocaron cámaras de vigilancia. Pero todo ha sido inútil, con el crecimiento de la violencia y la inseguridad. La directora de Parques y Jardines, Valeria Amaya, dice que hay policías… pero plantea que son insuficientes, aunque no se sabe por qué: ¿no eran insuficientes ya cuando se cometieron los otros hechos horrorosos? En este sentido, tampoco se entiende por qué el subsecretario de Seguridad, José Ardiles, pide ahora que se sienten a dialogar con la Municipalidad para analizar el problema del robo de rosas, si ya hubieran tenido que pensar en el drama por lo menos cuando ocurrieron los asesinatos.

El parque es mucho más grande que el Rosedal. Por sus terrenos diversos y sus calles transcurre el ocio de los tucumanos, en distintas variedades. Para eso fue creado, no sólo para que fuera pulmón verde. Para que la gente vaya a sacarse el estrés, a desprenderse de preocupaciones, a dejarse llevar por el deporte, la caminata, otra manera de ver las cosas. Hay gente que cree en el parque como si fuera el jardín de su casa: hoy se realizará una plantación de árboles en el sector cercano al autódromo –que está bastante pelado- en una jornada acordada por la Dirección de Medio Ambiente de la Provincia, la Municipalidad, ONGs y empresas privadas. El sector se llamará “Bosque Santa Catalina”, por los estudiantes que plantaron los arbolitos hace dos semanas. Cuenta el empresario de ómnibus Miguel Villagra que ellos lo hacen en respuesta por la contaminación del transporte. “Ahora queremos llegar a los 1.000 árboles. En convenio con Ciencias Naturales, hemos acordado que para compensar la emisión de 28 colectivos tenemos que poner 60.000 árboles”, explica.

Notoriamente ineficientes

¿Cómo protegerán ese bosquecito nuevo? No van a poder enrejar cada arbolito. En esto los funcionarios tucumanos son notoriamente ineficientes. Recordemos el frustrado proyecto provincial “Tucumán, nuestro jardín”, por el que en 2016 se anunció que se plantaría un árbol por cada tucumano, y por el que la provincia recibió $3,9 millones de pesos. En febrero, el director de Flora y Fauna provincial, Eduardo Dietrich, no sólo renegó porque se habían vandalizado 174 arbolitos plantados en el acceso sur, sino que reconoció que no se iba a poder cumplir con el programa. No saben qué hacer con el vandalismo…. Y no podrán enrejar toda la provincia. A fin de cuentas, los mismos empleados de Parques y Jardines le dijeron a LA GACETA que hasta las rejas les roban. Acaso por eso no se vuelve a montar la estatua “Meditación”, tampoco ”Hipómenes”, que están arrumbadas en el taller, al igual que la “Diana de Gabie”, a la que le falta la cabeza. Son obras que enriquecen el parque y lo convierten en un lugar fuertemente atractivo para todo público. Los pedestales vacíos, no.

Hay un problema de seguridad, eso está claro. Y la Municipalidad, que no sabe cómo enfrentarlo, ya está poniendo de moda las rejas, como hizo en el parque El Provincial, sobre la avenida Roca. Como hizo con la casa del parque Guillermina. Dicen que la solución funciona en el Provincial. ¿Sirvió en el parque Guillermina? Esto ya se hizo hace muchos años en Yerba Buena con el parque Percy Hill, que no usa nadie. ¿Qué más van a hacer? El arquitecto Ricardo Viola, experto en patrimonio urbano, dice que una clave para el parque es la “inclusividad”. “Hay sectores a los que hay que darles más sentido, proveyéndoles servicios, para que los viva la gente y no queden como zona liberada”. La zona del Rosedal se fue abandonando desde hace dos décadas, cuando se terminó la concesión y se demolió el restaurante La Pérgola.

El parque , al igual que las plazas, es lugar de encuentro social, expresión de la democracia, donde se ponen de acuerdo las diferencias entre los que viven por sus manos y los ricos, al decir de Jorge Manrique, cada uno en su medida y en su espacio. Ahí se puede ver la extensión del jardín propio en el jardín de todos y cuanto más se comprometa uno y se comprometan los demás, más flores tendrá. Viola dice que acaso, además de comisión de patrimonio y de funcionarios de parques, podrían hacer falta amigos del parque. Son ideas para pensar.

Las rejas siempre separan. Tal vez sean útiles: hay parques famosos –El Retiro, la Tête d’Or- rodeados por rejas y con horarios de permanencia. Pero por detrás hay que ver cuánto se pierde con el cercenamiento del espacio público y si los problemas de fondo se resuelven. La reja es, en las casas y en las ciudades, el fracaso del sistema de seguridad pública. Y ahí queda expuesto que ese lugar, que es tierra de todos, ha quedado abandonado para ser tierra de nadie.

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